Argentina, la
lucha continua....
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El castigo
Soledad Arrieta
Resulta, para el sistema carcelario argentino, que las personas que "van a parar
a las cárceles" no son humanas, por lo cual no requieren que las condiciones en
las cuales vivan allí su "condena" sean propicias para tal especie. No sólo la
comodidad y la contención son inexistentes sino que, en su reemplazo, aparece el
"castigo" por parte de los mismos policías que supuestamente cumplen el rol de
bregar por la seguridad ciudadana. Claro está que no consideran a las mujeres y
a los hombres privados de su libertad —por delitos de cualquier índole— como
ciudadanos, casi pensando el término como en la antigua Grecia y asemejándolos
al "estrato" de la esclavitud, un fenómeno natural e imprescindible para la
dinámica de una sociedad.
No existe nada novedoso en afirmar que la mayoría de quienes deberían estar
presos no lo están. Las políticas y los políticos corruptos, las y los
empresarios explotadores y evasores, las y los acosadores sexuales que no llegan
a violar "como la ley exige" para que vayan a prisión (y muchos que sí, pero aún
así gozan de su "libertad"), las y los narcotraficantes, las y los responsables
y cómplices civiles de las dictaduras cívico militares, las y los apropiadores
de bebés, etcétera.
Es sabido que quienes reciben "el castigo" muchas veces son inocentes. La
inocencia no se basa exclusivamente en casos en que está demostrada la ausencia
de culpas por armado de causas, como el de Fernando Carrera —entre tantos
otros—, o en la ilógica de culpar a una víctima del sistema judicial y social
sexista, como el de Romina Tejerina; sino en aquellas y aquellos que son
víctimas del sistema capitalista como un todo, que deriva en el clasismo como
artífice de la exclusión. La corrupción, tanto policíaca como judicial, cumple
un rol fundamental en el rodaje de esta película atrapante para quienes la miran
en el cine y desesperante para sus protagonistas. La vinculación de las cúpulas
de diversos organismos que funcionan como autoridades "competentes" con redes de
trata de personas, de narcotráfico y de tráfico de armas está a la vista de
cualquiera que quiera ir un poco más allá de lo que le enseñan los medios de
incomunicación. Sin embargo, la costumbre indica que quienes deben cumplir una
condena tan aberrante como la que nuestras cárceles ofrecen son las personas que
lo único que requieren es asistencia laboral y social.
Pero, ¿por qué es tan aberrante esa condena?, ¿qué es "el castigo"? El
castigo fue un tema tabú —como tantos otros en nuestro país— durante muchísimo
tiempo, que sólo alcanzaba a sus víctimas, a las y los familiares de sus
víctimas y a algunas y algunos periodistas que los medios prefieren
descalificar, pero se dio a conocer (y empezó a "preocupar") con una serie de
videos que entraron en circulación mostrando explícitamente las torturas
ejercidas sobre los reclusos.
Vivimos en una era aparentemente democrática, pero las torturas existen en todas
nuestras cárceles y ya no es una realidad que se queda en las sombras, sino que
circula entre todas y todos los "libres". Al mismo tiempo, los casos de gatillo
fácil siguen in crescendo, en las represiones durante manifestaciones se sigue
golpeando y matando a quienes reclaman por sus derechos y demás desgracias que
tenemos que soportar.
La responsabilidad sobre estos acontecimientos delictivos, mucho más delictivos
que robar una tira de pan en el supermercado para llenar los estómagos vacíos de
la gente marginada por un sistema económico basado en la perversión, hace las
veces de una pelota de ping pong en un juego de múltiples jugadoras y jugadores
rotativos. No hay castigo para ellos más que alguna suspensión esporádica
a sus autores materiales. La visión facilista de un estado que coloca sus
premisas en mantener un modelo que avala al sistema carcelario deficiente e
inhumano que no brinda posibilidades de reincorporación social sana, es uno de
los mayores inconvenientes para poder trazar otros planes de acción. Mediante
contención psicosocial, educación y actividades recreativas y laborales, la
gente tiene todas las herramientas brindadas para "recuperarse". Pero es menos
costoso (y más propio de un proceder vengativo) sostener una falacia de
reinserción violenta en el marco estatal, donde al recuperar la libertad la
persona será tratada con desprecio y marginación en sus antiguos grupos sociales
y sufrirá la descalificación de los posibles nuevos, sumado a la práctica
imposibilidad de consecución de una fuente de trabajo.
Redefinir la idea de delito, mediante la reformulación de los códigos arcaicos
que rigen en la actualidad, es uno de los primeros pasos para la fase judicial,
pero reestructurar el sistema carcelario es inminente para nuestra sociedad.
¿Hay algún candidato o candidata que pueda proponer políticas destinadas a
dichos fines para las elecciones de octubre? No. Están demasiado ocupados viendo
de dónde sacarán el dinero para sus campañas electorales, hurto por el cual
nadie se atreverá a juzgarlos o se permitirán, llegado el momento, sacar a
relucir su tarjeta de impunidad por pertenencia a la más alta burguesía o por
prepotencia política, monetaria, demagoga y coimera. Mientras tanto, ¿cuánto más
deben aguantar nuestras presas y nuestros presos? ¿Esperaremos alguna muerte en
represión más? ¿Seguiremos dándole armas a quienes las usan para jugar a la
mancha? Si las personas que no gozan de la misma pseudo libertad que el resto de
quienes habitamos este estado tuvieran la posibilidad de acceder a los proyectos
políticos de cada partido o pudieran estar al tanto, al menos, de quién gana
cada elección y por qué, seguramente aparecería por algún lado un plan que
busque beneficiarlos. Mientras tanto, reciben el mismo trato que las y los
inmigrantes de parte de las y los xenófobos. Como si no tuvieran documento y
nadie se los quisiera entregar. Como si no tuvieran dignidad.
Soledad Arrieta es escritora y periodista de opinión.
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