Nuestro Planeta
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Sobre el derecho al Ambiente y al Hábitat
Javier J. Vázquez
El deterioro ambiental aumenta la vulnerabilidad de las poblaciones: el entorno
en donde se asienta o habita una población, determina sus relaciones sociales,
afecciones sanitarias, capacidad de aprendizaje, calidad de alimentación. Tanto
el ejercicio de ciertos derechos como el óptimo desarrollo de su biología están
determinados por el ambiente en el que se desarrolla su vida cotidiana.
En un trabajo muy interesante sobre la cuenca Matanza-Riachuelo, la
Licenciada Gabriela Merlinsky, investigadora del Instituto Gino Germani,
describe esta realidad:
"…La falta de servicios sanitarios adecuados, la contaminación del suelo en el
caso de los asentamientos y villas de emergencia, la carencia de agua potable,
la ausencia de sistemas de recolección y deposición final de los residuos, la
contaminación de las napas de agua, la convivencia con áreas de riesgo
tecnológico, la falta de infraestructura y equipamiento y -en no pocas
ocasiones-, el asentamiento poblacional en áreas innundables, implican un mayor
grado de desventaja ambiental para los grupos en situación de pobreza lo que
contribuye a incrementar su nivel de vulnerabilidad y a aumentar el riesgo de
experimentar catástrofes ambientales…"[1]
Esta población en riesgo que vive en la cuenca del Matanza-Riachuelo, con el
polo petroquímico como mayor flagelo (entre otros), comparte la misma
vulnerabilidad que aquella que podemos encontrar en otros territorios altamente
contaminados, como la ciudad de Pontevedra en España; siendo el arquetipo en que
pueden devenir las ciudades de Fray Bentos y Gualeguaychu, como así también las
ciudades y pueblos aledaños a las explotaciones mineras en las diferentes zonas
cordilleranas de nuestro país, Chile y Bolivia; los barrios y ciudades en los
que existen transformadores con PCB en la puerta de sus casas; los rellenos
sanitarios (CEAMSE) o basurales a cielo abierto que existen en el conurbano
bonaerense y otras áreas metropolitanas; sin olvidar las poblaciones lindantes a
plantaciones o predios que son fumigados con herbicidas como el Glifosato.
Todas estas situaciones se las podría clasificar como de Vulnerabilidad
Ambiental: poblaciones que habitan en zonas en donde corren riesgo de sufrir
algún tipo de afección o daño debido a esta realidad. Pero no solo estamos
hablando de problemas de salud, sino como argumentaba más arriba, tienen
deficiencia en el ejercicio de sus derechos.
Estoy seguro que el arsénico en el aire que irrita los ojos e impregna un olor
nauseabundo en las fosas nasales conviviendo en el aula, no son las mejores
condiciones para que los chicos aprendan. Que jueguen al fútbol en la plaza del
barrio inhalando el aire contaminado por la polución de las chimeneas fabriles o
se hidraten posteriormente con agua contaminada con metales pesados, es
envenenar lentamente el futuro. El riesgo de criar una familia en un barrio
lleno de transformadores con PCB o con espacios verdes desmalezados con
agroquímicos es la dificultad de logara un óptimo desarrollo físico e
intelectual por sufrir "náuseas y mareos, irritaciones dérmicas y oculares,
edema pulmonar, descenso de la presión sanguínea, reacciones alérgicas, dolor
abdominal, pérdida masiva de líquido gastrointestinal, vómito, pérdida de
conciencia, destrucción de glóbulos rojos, electrocardiogramas anormales y daño
o falla renal"[2].
Con esos síntomas es difícil desarrollar una vida plena. ¿Que pensarían los
grandes higienistas del siglo XIX, quienes planificaban las ciudades buscando un
ambiente adecuado para la reproducción de la población que comenzaba a poblarlas
(mano de obra que llegaba del campo a llenar las fábricas)? ¿Que tipo de
población se puede reproducir en una situación de vulnerabilidad ambiental? En
el tiempo solo encontraremos cuerpos enfermos y mentes débiles.
Si analizamos la situación habitacional de estos territorios, vemos que todos
ellos son poblaciones vulnerables: sea porque forman parte de provincias del
interior del país a merced de los intereses del capital sin rostro o porque
pertenecen a territorios olvidados y abandonados por el Estado, bolsones de
pobreza y marginalidad de áreas metropolitanas. La Cuestión Habitacional toma en
este sentido un nuevo matiz: ya no solo se debe poner en cuestión la inequidad
en la distribución de los recursos habitacionales, de la propiedad de terreno o
del acceso a la vivienda, sino también la pertinencia del territorio para ser
habitado. Porque el acceso a la calidad habitacional se ve doblemente jaqueada:
tomando por caso la población que vive en las riberas del Matanza-Riachuelo, mas
del 50% de la misma no tienen acceso al sistema cloacal y solo el 65% tiene
acceso a agua potable[3]. El inconveniente de que sean tierras inundables,
presentando la zona con riesgo de catástrofe natural, se ve incrementado por los
emprendimientos de barrios cerrados, clubes de campo, etc. que se desarrollan en
lo alto de la cuenca, ya que en su construcción modifican o influyen en el cauce
de todo el sistema hídrico, aumentando la inundabilidad de la cuenca baja, la
vulnerabilidad de la población y su marginalidad.
Autores como Zygmun Bauman y Loïc Wacquant analizan la realidad de los nuevos
marginales: el primero trabaja sobre el cambio de sociedad y los nuevos
superfluos; el segundo sobre el sistema punitivo y el nuevo encarcelamiento
masivo. El cambio de modelo social fue también un cambio de identidad de los
sujetos. Los que antes eran determinados por su capacidad productiva (aquellos
que se insertaban al mercado laboral y aquellos que no, que eran los marginales)
ahora están diferenciados por su capacidad de consumo. En el modelo neoliberal
actual, a diferencia de aquellos que cuentan con la capacidad monetaria para
conformarse como Consumidores plenos, la línea divisoria entre los que están in
y los que están out del sistema, se delimita entre los consumidores fallidos que
no tienen el dinero suficiente para poder expandir el mercado. Estos
supernumerarios, como analiza Wacquant, son la población sobre la que recae el
peso de la nueva política penal, que encierra (como en algún momento se hizo con
los leprosos y los locos) a aquellos que sobran del sistema.
La discusión sobre el exceso de población puedo retrotraerse al año 1798 cuando
se publicó la obra de Thomas Malthus quien comenzó a esbozar el concepto de
"superpoblación". Hoy, a 212 años de esa publicación, el tema es recurrente en
discusiones del plano económico como ambiental. En noviembre de 2009, el diario
El País de España publicó dos notas relacionadas[4]. En las mismas se plantea
que para el año 2050, "De los 2.400 millones de personas más que habrá en el
mundo, el 98% vivirá en países pobres." Y se pregunta el autor: "¿Hay suficiente
espacio y recursos para todos?". Aunque asuma que dentro de 40 años, "El 80% de
la población pagaría las consecuencias económicas y ambientales del consumo de
un 20%".
El debate es en torno a la distribución de los recursos y a la cantidad de
población que los requiere, es el mismo que planteaba Malthus hace más de 200
años, aunque ahora le sumamos la dimensión ambiental.
Los excluidos del consumo, los desechos sociales que son encerrado en cárceles y
que habitan en los reductos territoriales que el modelo neoliberal utiliza como
desagüe de su actividad productiva, son las manos sobrantes del sistema, el cual
no tiene manera de reciclar y reutilizar por su misma naturaleza caníbal. Los
otros.
Esos supernumerarios son la población sobrante que sustenta el mercado de
trabajo global, los mismos que habitan los territorios olvidados por el sistema
y contaminados por todo el sobrante de la producción de bienes y servicios que
demanda de El nosotros. Y así, se cierra el círculo "virtuoso".
Notas:
[1] Gabriela Merlinsky, "Vulnerabilidad Social y Riego Ambiental: desafíos para
la articulación inter-institucional". Trabajo presentado en: 6º Congreso
Nacional de Ciencia Política..