Nuestro Planeta
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Matrix climática
Silvia Ribeiro
La Jornada
Durante las negociaciones de Naciones Unidas sobre cambio climático en
Copenhague, Dinamarca, en diciembre pasado, la delegación de Bolivia comparó lo
que allí sucedía con la película Matrix. Agregó que los únicos que
tomaban la pastilla roja (que en la película permite ver la realidad como es)
eran los que marchaban protestando por las calles de Copenhague. Es una de las
imágenes más atinadas que he escuchado.
Al contrario de lo que uno creería, esa convención no trata de las causas y
soluciones reales al cambio climático, sino sobre todo de cómo gestionar y
aumentar las ganancias con el comercio del cielo y el aire limpio –materias cada
vez más escasas (y, por tanto, más rentables) gracias al desastre climático, a
su vez provocado por los que más lucran ahora con ese comercio.
Afuera convergen en la protesta los que tienen las alternativas reales para
salir de las crisis –campesinos, indígenas, pescadores artesanales, comunidades
en resistencia contra megaproyectos energéticos y otros– con miles de jóvenes
que, como tantas veces en la historia, se niegan a participar en esta farsa que
les roba el futuro. Son reprimidos porque nada hay más peligroso para los dueños
de la Matrix que jóvenes decididos a ver la realidad, a no venderse y a
autogestionar su vida, o campesinos e indígenas que pretenden seguir en sus
tierras y culturas produciendo sus alimentos y los de la mayoría de la gente
mientras cuidan el planeta. Pero lo que a los señores les resulta realmente
insoportable es que se pongan de acuerdo, que es justamente lo que sucedió en
Copenhague.
El 16 de diciembre, mientras comenzaban dentro de la cumbre climática los
discursos de más de 110 primeros mandatarios y aumentaban a niveles absurdos los
controles policíacos, comenzó una marcha desde fuera y desde dentro de la propia
convención, reclamando justicia climática. La idea era forzar el muro que los
dividía para instalar la Asamblea de los Pueblos, lo cual sucedió horas más
tarde, en las orillas del Bella Center. Allí, pese a abundantes golpes, gas
pimienta y represión, a las detenciones de cientos de jóvenes antes y durante la
manifestación, la marcha no se detuvo y siguió avanzando en ordenadas y
apretadas filas tomada del brazo. Finalmente, en medio de un muro triple de
policías vestidos de robocops y varias filas de camiones policiales se
logró instalar la Asamblea de los Pueblos con la consigna Cambiar el sistema, no
el clima. Sentados en el suelo, bajo lloviznas de nieve y en un ambiente de
tremenda tensión externa, los asambleístas compartieron sus denuncias y
alternativas. Vía Campesina habló de cómo los campesinos están enfriando y
alimentado el planeta; ambientalistas de base e indígenas de Ecuador, Canadá y
otros países de por qué hay que dejar el petróleo, el carbón y las arenas
bituminosas en el suelo; pescadores artesanales, sindicalistas, activistas
sociales y de derechos humanos, que venían en caravana desde Suiza contra la OMC
y el cambio climático, y muchos más de distintas partes del mundo, fueron
tejiendo un complejo y diverso panorama que mostró que no sólo saben qué sucede
con el cambio climático y quiénes lo provocan, sino también cómo enfrentarlo y
tienen las soluciones.
Fue una imagen fuerte: la gente organizada desde las bases, en diversidad y
solidaridad, compartiendo como cotidianamente alimentan y sanan al planeta, pero
rodeados de un ambiente tremendamente hostil y agresivo instalado desde el poder
para defender a los ricos –gobiernos y transnacionales– reunidos al otro lado
del muro. Muy similar al mundo real, donde la mayoría de la gente vive,
construye, sueña, lucha y resiste desde sus milpas, sus barrios y comunidades,
pese a que unos pocos con fuerza bruta o manipulaciones matan gente y destruyen
el planeta para su lucro, intentando hacernos creer, como en Matrix, que
es el orden que todos debemos mantener.
Hubo también muchas otras protestas y manifestaciones –incluso una de más de 100
mil personas, la más grande de Dinamarca en las últimas décadas– que denunciaron
realidades que contribuyen al cambio climático: contra las transnacionales y los
sistemas de libre comercio; contra la producción industrial de carnes y el
círculo vicioso con la soya y maíz transgénico que representan; contra los
agrocombustibles y los grandes monocultivos y árboles transgénicos, y contra la
explotación petrolera, así como luchas por el reconocimiento de la deuda
climática, en favor de los migrantes, por los derechos indígenas y campesinos, y
en defensa del agua.
También un gran espacio de talleres y debates llamado KlimaForum. Los
organizadores de ese espacio habían tomado distancia públicamente de
manifestaciones como la del 16 de diciembre, organizada por la red Acción por
Justicia Climática, Vía Campesina y Justicia Climática Ahora, entre otras
agrupaciones, pero finalmente asumieron como propio el lema Cambiar el sistema,
no el clima. Parte de la dinámica de Matrix es hacernos creer que la
desobediencia civil, incluso pacífica y por más justificada que esté, debe ser
evitada por el castigo que recibiremos. Creo que también por eso debemos
agradecer a esos jóvenes, campesinos y otros activistas de base que, a sabiendas
que recibirían golpes, gases –y varios de ellos siguen aún detenidos– se tomaron
la pastilla roja y llevaron un trocito de la dignidad de todos contra el muro
del absurdo en Bella Center.
* Silvia Ribeiro es Investigadora del Grupo ETC