Nuestro Planeta
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¿Quién decide lo que comemos?
Esther Vivas
Diagonal, nº 115
La creciente mercantilización de la agricultura es una realidad innegable a día
de hoy. La privatización de los recursos naturales, las políticas de ajuste
estructural, los procesos de "descampesinización" e industrialización de los
modelos productivos y los mecanismos de transformación y distribución de
alimentos nos han conducido a la actual situación de crisis alimentaria.
En este contexto, ¿quién decide lo que comemos? La respuesta es clara: un puñado
de multinacionales de la industria agroalimentaria, con el beneplácito de
gobiernos e instituciones internacionales, acaban imponiendo sus intereses
privados por encima de las necesidades colectivas. Ante esta situación, nuestra
seguridad alimentaria está gravemente amenazada.
La supuesta "preocupación" por parte de gobiernos e instituciones como el G8,
G20, Organización Mundial del Comercio, etc., frente al aumento del precio de
los alimentos básicos y su impacto en las poblaciones más desfavorecidas, que
mostraron en el transcurso del año 2008 en cumbres internacionales, no ha hecho
sino mostrar su profunda hipocresía. El actual modelo agrícola y alimentario les
reporta importantes beneficios económicos, siendo utilizado como instrumento
imperialista de control político, económico y social respecto a los países del
Sur global.
Como señalaba el movimiento internacional de La Vía Campesina, al final de la
última reunión de la FAO en Roma a mediados de noviembre: "La ausencia de los
jefes de estado de los países del G8 ha sido una de las causas principales del
fracaso total de esta cumbre. No se tomaron medidas concretas para erradicar el
hambre, detener la especulación sobre los alimentos o frenar la expansión de los
agrocombustibles". Asimismo, apuestas como el Partenariado Global para la
Agricultura y la Seguridad Alimentaria y el Fondo Fiduciario para la Seguridad
Alimentaria del Banco Mundial, que cuentan con el apoyo explícito del G8 y del
G20, apuntan en esta dirección, dejando nuestra alimentación, una vez más, en
manos del mercado.
De todos modos, la reforma del Comité de Seguridad Alimentaria (CSA) de la FAO
es, según La Vía Campesina, un paso adelante en la dirección de "democratizar"
las decisiones entorno la agricultura y la alimentación: "al menos este espacio
respeta la regla básica de la democracia, esto es, el principio de "un país, un
voto" y otorga un nuevo espacio a la sociedad civil". Aunque está por ver la
capacidad de incidencia real del CSA. Monopolios La cadena
agroalimentaria está sometida, en todo su recorrido, a una alta concentración
empresarial. Si empezamos por el primero de los tramos, las semillas, observamos
como diez de las mayores compañías (como Monsanto, Dupont, Syngenta, Bayer...)
controlan, según datos del Grupo ETC, la mitad de sus ventas. Las leyes de
propiedad intelectual, que dan a las compañías derechos exclusivos sobre las
semillas, han estimulado aún más la concentración empresarial del sector y han
erosionado de base el derecho campesino al mantenimiento de las semillas
autóctonas y la biodiversidad.
La industria de las semillas está íntimamente ligada a la de los pesticidas. Las
mayores compañías semilleras dominan también este otro sector y, frecuentemente,
el desarrollo y comercialización de ambos productos se realizan juntos. Pero en
la industria de los pesticidas el monopolio es aún superior y las diez mayores
firmas controlan el 84% del mercado global. Esta misma dinámica se observa
también en el sector de la distribución de alimentos y en el del procesamiento
de bebida y comida. Se trata de una estrategia que va en aumento.
La gran distribución, al igual que otros sectores, cuenta con una alta
concentración empresarial. En Europa, entre los años 1987 y 2005, la cuota de
mercado de las diez mayores multinacionales de la distribución significaba un
45% del total y se pronosticaba que ésta podría llegar a un 75% en los próximos
10-15 años. En países como Suecia, tres cadenas de supermercados controlan
alrededor del 95,1% de la cuota de mercado; y en países como Dinamarca, Bélgica,
Estado español, Francia, Holanda, Gran Bretaña y Argentina, unas pocas empresas
dominan entre el 60% y el 45% del total. Las megafusiones son la dinámica
habitual. Este monopolio y concentración permite un fuerte control a la hora de
determinar qué consumimos, a qué precio, de quién procede, cómo ha sido
elaborado.
Hacer negocio con el hambre
En plena crisis alimentaria, las principales multinacionales de la industria
agroalimentaria anunciaban cifras récord de ganancia. Monsanto y Du Pont, las
principales compañías de semillas, declaraban una subida de sus beneficios del
44% y del 19% respectivamente en el 2007 en relación con el año anterior. En la
misma dirección apuntaban los datos de las empresas de fertilizantes: Potash
Corp, Yara y Sinochem, que vieron subir sus beneficios en un 72%, 44% y 95%
respectivamente entre el 2007 y el 2006. Las procesadoras de alimentos, como
Nestlé, señalaban también un aumento de sus ganancias, así como supermercados
como Tesco, Carrefour y Wal-Mart. Mientras millones de personas en el mundo no
tenían acceso a los alimentos.
*Esther Vivas es autora de "Del campo al plato" (Icaria editorial, 2009).