La libertad de expresión prevista en el artículo 14 de nuestra carta magna es el
eje de debate en el que gira desde hace meses la desavenencia económica del
gobierno nacional con el mayor grupo de medios del país. La libertad de
expresión es un derecho humano que facilita el debate político y de las
cuestiones públicas lubricando el proceso democrático de las sociedades,
facilitando la libre controversia en la búsqueda de la verdad. Implica un
ejercicio cívico liberador ya que motoriza la explicación de las diferencias y
agiliza el debate y, cuanto más real y extendido sea, mayor será la riqueza
social en la diversidad.
Lógicamente, el mercado restringe el acceso amplio a la difusión de las ideas,
ya que como la mayoría de las actividades del hombre moderno se halla limitada
por el acceso real a los medios de comunicación.
La recientemente sancionada ley de medios tiende a desmonopolizar la propiedad
concentrada de ellos, pero los contenidos continúan siendo el motor
desencadenante "de la realidad que podemos ver", la que se impone bajo criterios
de generalización para determinar conductas sociales.
La televisión es el transmisor por excelencia de contenidos y forma la agenda
diaria de un país. Umberto Eco explica que la televisión es el sistema más
democrático en tanto los televidentes pueden gobernarlo eligiendo
constantemente. El control remoto sería entonces el instrumento de poder con el
cual nos sentiríamos plenamente autónomos para optar por una u otra imagen,
viajando libremente entre los diversos productos. Así, su poder de penetración
resulta tan poderoso que ofrece no sólo espectáculo y entretenimiento sino que
construye moral y define el accionar político de una comunidad.
El concepto de tinellización se halla instalado entre nosotros e implica un
contenido comunicacional que parece no detenerse, adjetivando la cultura de
masas y penetrado así en vastos sectores de la población, modificando e
introduciendo nuevas formas de hablar y actuar.
El producto –creado sobre los cimientos del menemismo– traspasa barreras
culturales y sobre el formato del escándalo avanza hacia la farandulización de
lo público y lo privado, atrayendo a una franja amplia de la población. Sobre
esa estructura la tinellización se ha ido desplazando hacia lo sexual, mezclando
una serie de personajes inventados como si se tratara del "nuevo circo del
milenio": mujeres semidesnudas en venta, enanos, gays que ridiculizan una
condición sexual, agresiones sin límite, gritos, discriminaciones, toda una
sarta de fabricados escándalos y desmesuras que fácilmente logran ser creídos
por amplias franjas de la población.
La homogeneización del mal gusto y las emociones superficiales y de alto impacto
suprimen toda conciencia crítica que pueda implicar cuestionamiento social a las
estructuras vigentes. Se estimula de esa forma la pasividad del espectador, que
"mira" desde afuera sin asumir compromiso alguno. Es el impacto lo que da vida a
ese imán que atrae y "adapta" al individuo a una realidad irreal. Las clases
populares consumen un "empaquetado" armado en los contenidos que encuentran su
origen en programaciones del exterior. Los programas de Tinelli vienen
repitiendo formatos similares a los de la televisión italiana. Siempre están un
paso más atrás de la chabacana y decadente tevé itálica, pero cuidando llegar
"de a poco" en una sociedad más apegada a las costumbres familiares y religiosas
como la Argentina.
Más que un interpretador de tendencias, Tinelli ha sido el emergente de la
berretización argentina instalada a partir del menemismo: lo zumbón, las minas
en venta, la fácil como base del éxito inmediato, el bastardeo de lo privado, la
exposición de la intimidad personal, la farándula como el paraíso final.
Ahora Tinelli viene acercándose metódicamente al gobierno y anuncia que votará
por Néstor Kirchner, paradoja tan difícil de explicar como la conclusión que
pueda extraerse de cuán verdaderas son las batallas épicas que encara el
gobierno por la defensa de la libertad de expresión.
Y es que todos los derechos son reglamentados en su ejercicio porque se trata de
atender los del conjunto, equilibrándolos y definiendo ciertos parámetros de
sociedad que preserven las diferencias y la cohesión social. Toda sociedad debe
mantener en el tiempo valores que en algunos casos resultan inmutables, y el
degradar a las personas u ofender la minoridad expuesta a un sinfín de imágenes
que la violentan no parece enmarcado en las grandes confrontaciones que el
gobierno nos propone.
La autoridad federal de servicios de fiscalización audiovisual no controla las
127 horas mensuales que Canal 13 destina al programa de Tinelli y algunos otros
que subsisten por él, y menos aún las otras 300 horas durante las cuales los
otros canales de aire gravitan con programas satélite sobre "ShowMatch". El solo
hecho de entrar a la web de aquel organismo (link Denuncias) servirá de ejemplo
para graficar lo dicho: decenas de personas piden preservar a sus hijos en
horarios de protección al menor de imágenes y vocabularios que sólo agreden a
menores y también a algunos grandes.
Pero también superando incluso la intimidad expuesta, la tinellización expone la
idea del desprestigio de la política como un todo. El hallazgo de "Gran cuñado"
es otra unidad de negocio creada por el conductor cuya proyección de mensaje a
la sociedad es bien clara: todos los políticos son corruptos, hay que alejarse
de la política porque son todos delincuentes.
El combo entonces resulta funcional a un diagrama social que apunta a la
docilidad del pensamiento, y si a éste le agregamos "Fútbol para todos" varios
días a la semana el proyecto de democratización de los medios para posibilitar
la mayor libertad de expresión se transforma en un nuevo juego de espejos que
poco se ajusta a los discursos pregonados.