Argentina, la
lucha continua....
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Doscientos años de muerte, arbitrio y dependencia
Pablo Gowezniansky
Celebro el advenimiento de una renovada oportunidad para ejercer la crítica y la
memoria; pero desdeño la noción de festejo sin reflexión, de alegría sin
destinatario, de unión reglada por un régimen de ideas dominantes que pretenden
seguir siendo dominantes. El Bicentenario del que tanto se habla lleva la carga
del dolor y la desigualdad; del desierto conquistado y de los brazos caídos,
tirados y pisoteados.
Mi reflexión será un aliento y a la vez una crítica: no sé qué es Argentina; no
sé ni quiero saberlo. Si la historia (y sobre todo la historia oficial) demarca
las fronteras de un país, entonces no soy argentino, no me siento argentino y
con todas mis fuerzas, madre mía, no quiero ni jamás pretenderé serlo. Me parece
que la demarcación arbitraria de nuestras fronteras selló la sangre de muchas
personas; hilvanó desgracias y desolación; guerras y expropiación; encumbraron
el deseo y la ambición ciega: el poder y los negocios: la patria y la tierra; el
campo, las libras y los dólares; el espíritu de nación y el feroz
maniqueísmo periférico.
Lo repito una vez más: la segregación geográfica es otra manera de dominio. Es
un discurso abstracto, genérico. Y por eso, válgame, uno de los más redituables.
En nombre de unas fronteras abstractas, de un terreno vacío y despoblado se
cometieron innumerables masacres, innumerables asesinatos, innumerables
negocios. Los que dividen y mesuran el tiempo son parte de esta masacre; los que
escriben "Bicentenario" envuelto en una bandera de colores celeste y blanca son
parte de la masacre y pretender seguir masacrando.
Pero no intento ser necio: entiendo qué es la Argentina. Es decir, la Argentina
no es nada. Está -como todas las cosas- cargada de valor a través de nuestro
lenguaje y de nuestras supuestas vivencias en común. Y nuestro lenguaje y
nuestras vivencias están cargados de valor por quienes dominan nuestro lenguaje
y por quienes socializan nuestras vivencias desde los centros de saber, desde
las instituciones y los medios de comunicación. Patria, Nación, Crecimiento,
Democracia, Igualdad, Espíritu Santo, y cuantas palabras traten de equiparar
falsamente a los seres humanos son (y serán) los estigmas de esos seres humanos.
Nacimos para escuchar. Escuchamos para repetir. Y repetimos para mantener.
La Argentina, en mi humilde entender, es mantener.
El "crisol de razas" -la mezcla y la unicidad de las culturas, las costumbres y
las tradiciones, los rostros y los rituales, las supercherías y las religiones-
no merece ser unificado. No merece un nombre en común. El nombre en común está
usado para dominar. Para que unos sean y otros no sean. Para que unos tengan y
otros no tengan. Para que unos entreguen y otros se apropien.
Argentina nació bajo la apropiación; "se" independizó para ser
dependiente; para que dominaran los que no dominaban y para que siguieran
dominando los que antes dominaban; un intercambio político y económico que bajo
la ilusoria palabra de la patria, bajo la ambigua demarcación territorial
funcionó para herir y mutilar y para sacar sin repartir. No puedo pensar estos
200 años como una unidad; ni puedo pensar en la Argentina como algo distinto de
quienes cargaron de sentido la palabra Argentina. No puedo pensar en un asado
sin pensar en los que no comen; y no puedo pensar a la Argentina sin pensar en
quienes sacrificaron (sin saberlo ni quererlo) su pellejo, y sin recordar a cada
instante los intereses pantanosos de la clase dominante (con perdón de la
palabra).
Quizás, algún día, el significado de la palabra Argentina vaya a cambiar y a
significar experiencias mucho más prometedoras. Pero creo que ese día está
lejano, casi tanto como unas tierras sin agrotóxicos ni alimentos transgénicos,
sin el largo aliento de la contaminación y la explotación, sin la muerte de unos
muchos para el placer y el poder de unos pocos. Cuando ese día llegue -si es que
llega, y yo creo que va a llegar-, cuando ese día llegue va a ser hora de que
nos olvidemos de la palabra Argentina. Ese día mejor será tirarla a la basura y
encontrar otra nueva. Que no contenga a Roca ni a Cavallo, a Inglaterra y
Estados Unidos, a Bunge y a Grondona, a la Liga Patriótica y la UCEP, a Uriburu
y Videla, a Mitre y Menem, que no contenga, en resumen, ningún tipo de
neocolonialismo. Y por supuesto: que no contenga, en su significado, la noción
de patria y nación, ni menos que menos las nociones de progreso y evolución.
Y mientras tanto en estos días festejamos 200 años de dependencia. Me pregunto,
casi con desgana, y con la clara intención de caer en el cliché retórico: me
pregunto, entonces, quiénes destinarán sus brazos para hacer la torta y quiénes
se tomarán el honor de comerla y de contarnos qué tan rica estaba
Pablo Gowezniansky, estudiante de Ciencias de la Comunicación de la Universidad
de Buenos Aires