Argentina, la
lucha continua....
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Memoria histórica y construcción de la historia
Ramón Torres Molina
Exposición efectuada en las Jornadas de Memoria Histórica, organizadas por la Plataforma Argentina contra la impunidad, Barcelona, 26 de marzo de 2010.
La Memoria histórica es una construcción que implica una actitud activa de
sectores sociales, políticos, étnicos o culturales que tiene como finalidad
valorar de una manera determinada una etapa de la historia. Referida a la
historia reciente es un derecho individual de todos aquellos que han sido
víctimas de graves violaciones a los Derechos Humanos o de sus familiares que
tiene como consecuencia obtener verdad y justicia. Pero fundamentalmente es un
derecho colectivo que ejerce el conjunto de la sociedad en el análisis de hechos
que han afectado a un país, o a un conjunto de países.
No hay una sola memoria. Puede existir una memoria hegemónica pero siempre hay
disputas entre diferentes memorias que tratan de imponer una valoración de los
hechos.
En el análisis de las últimas dictaduras argentinas que abarca el periodo
comprendido entre los años 1966 a 1983, con un gobierno constitucional
intermedio, que no alcanzó a mantenerse tres años, durante el cual también se
desarrollaron hechos de violencia, se establecieron tres paradigmas
interpretativos.
El primero de ellos fue el que intentó imponer la última dictadura. Los actos
que se cometían -gravísimas violaciones a los Derechos humanos-, estaban
justificados en el objetivo del combate a la subversión. Tal
interpretación no alcanzó a imponerse al conjunto de la sociedad. A partir de la
restauración del sistema constitucional esa interpretación quedo reducida a
pequeños grupos que justifican el terrorismo de estado.
La segunda interpretación cobró vigencia a partir de 1983 y consideraba que
Argentina había sido víctima de una guerra de grupos organizados –estatales y
guerrilleros- en la cual la sociedad no había intervenido. Se eliminaba así al
pueblo como protagonista de la historia, como si el pueblo no hubiese
participado en luchas contra las dictaduras o no hubiese sido víctima de la
represión. Esta interpretación se observa en la decisión del gobierno del
Presidente Raúl Alfonsín al impulsar el procesamiento selectivo de jefes
militares e integrantes de las organizaciones guerrilleras. Documentos que dan
cuenta de este paradigma son el primer prologo del Nunca Mas ,
informe elaborado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de personas en
1984 y la sentencia dictada en el juicio contra las Juntas Militares en 1985.
La tercera interpretación es la que se ha consolidado en los últimos años y
reivindica el significado de las luchas contra la dictadura, con independencia
de su efectividad o no, con independencia de si contribuyeron efectivamente a
enfrentar a la dictadura o si se trató de formas de lucha equivocadas, no aptas
para lograr su objetivo. Se rescata así la actitud de lucha de importantes
sectores de la población contra las dictaduras.
Los tres paradigmas -especialmente el primero y el tercero – se fueron
modificando aunque conservaron su núcleo básico.
En la primera etapa de la dictadura instaurada en 1976 quienes ejercían el poder
trataban de imponer una interpretación que decía que los hechos que se producían
–desapariciones, homicidios, torturas- eran producto de la acción incontrolada
de grupos de derecha. Posteriormente, ante la evidencia de la represión estatal,
se afirmaba que eran grupos de tarea incontrolados que cometían excesos en la
represión. Cuando se restableció el sistema constitucional pretendían justificar
el genocidio con el argumento de la agresión terrorista o de la lucha
contra la subversión.
Cuando a partir de 1996 se vuelve a detener y procesar a los responsables de la
represión, como consecuencia de la denuncia por el plan sistemático de
sustracción de niños, y principalmente a partir de 2003 cuando se anularon las
normas de impunidad (leyes de punto final y obediencia debida) y se declaró la
inconstitucionalidad de los indultos , ante la contundencia de los hechos que se
imputaban y lo aberrante de los conductas juzgadas se invocó el cumplimiento de
los reglamentos militares, que efectivamente contemplaban actos como la tortura
o el exterminio de los combatientes. Como si los reglamentos militares pudiesen
derogar la constitución, los tratados internacionales o las leyes y contradecir
las normas éticas alcanzadas por la evolución de la sociedad. Hoy, con el
objetivo de obtener una ley de pacificación y amnistía, los defensores
del terrorismo de estado, reclaman el juzgamiento de todos los
delitos incluyendo las acciones guerrilleras y la elaboración de una memoria
completa, sin considerar que quienes enfrentaron a las dictaduras y sus
políticas no pueden compartir la misma valoración de la historia que aquellos
que cometieron delitos de lesa humanidad. Tal ley posibilitaría una
pretendida reconciliación.
Incluso, para los apologistas de la dictadura, resulta
insostenible, en esta etapa, la reivindicación directa del terrorismo de estado.
El segundo paradigma, elaborado por quienes no participaron en las luchas contra
la ultima dictadura y aceptado por los sectores aterrorizados por el terrorismo
de estado, se ha modificado en cuanto no considera de igual gravedad a los
hechos cometidos por el terrorismo de estado y la guerrilla. Reconoce, esa
interpretación, que los primeros son de mayor gravedad y por eso constituyen
delitos de lesa humanidad.
La tercera interpretación, la reivindicación de las luchas contra la dictadura
es producto de un largo proceso. A la exigencia de información sobre el destino
de los desparecidos sostenida por organizaciones de
Derechos Humanos y partidos políticos en la época final de la dictadura, siguió
el planteo de juzgamiento a los responsables de las desapariciones y homicidios,
para finalmente defender los objetivos y las luchas de quienes se opusieron a
las dictaduras. En su momento no se advirtió el significado del artículo 36 de
la Constitución Nacional, incorporado en la reforma de 1994, que consagró el
derecho de resistencia a la opresión. No lo advirtieron ni los
propios constituyentes que establecieron así, legalmente, lo que tenía una
anterior legitimidad histórica: se reivindicaban las luchas contra la dictadura
cualquiera fuese la forma que esa lucha adoptó.
Tal es el cambio que esta interpretación significa para el conjunto de la
sociedad que cuando se efectuó el juicio a las juntas militares en 1985 – un
verdadero hecho histórico- se debía probar en cada caso concreto que las
acciones represivas eran ilegales (la sentencia de la Cámara Federal que juzgó a
las juntas llamaba fuerzas legales a las de la dictadura que había
asaltado el poder) mientras que en la actualidad todas las acciones son
consideradas por la justicia como ilegales, debiendo probarse en forma
específica por parte de los imputados que en el contexto de ilegalidad, la
conducta incriminada no fue ilegal.
La memoria histórica establece así una valoración de los hechos históricos. Pero
memoria histórica e historia no se confunden. Por eso constituye un error tratar
de imponer como verdad histórica las construcciones de la memoria.
La historia es una reconstrucción científica de los hechos del pasado, su
explicación y su valoración. Para ello se utilizan las fuentes y en el caso de
la historia reciente las fuentes escritas, orales y audiovisuales. Para
reconstruir la historia de las dictaduras argentinas deben superarse las
dificultades que presenta el carácter clandestino de la represión y de las
acciones guerrilleras y la sustracción o destrucción de los documentos en los
que se registraron las decisiones que determinaron las graves violaciones a los
derechos humanos que se cometieron en el país.
Si consideramos otras etapas de la historia argentina observamos la analogía que
existe entre la memoria histórica y el folclore del siglo 19. Los sectores
sociales dominantes crearon una historia oficial que no tenía su correlato con
el folclore como expresión del saber anónimo popular. El bandolero Felipe
Varela (considerado así por la historia) era exaltado por el folclore de los
pueblos del interior. La historia decía una cosa y el pueblo valoraba los hechos
de una manera opuesta. Esa valoración permitió que años después se reconstruyera
esa etapa de la historia sobre bases científicas.
Generalmente la memoria histórica precede a la historia. Sarmiento a través del
Facundo impuso su visión de la historia argentina durante mas de cien
años. Cuando se comenzaron a publicar investigaciones con la documentación
perteneciente al archivo de Quiroga que refutaban los hechos que se exponían en
la obra de Sarmiento se modificaron, en el análisis de los investigadores, las
interpretaciones de Sarmiento. ¿ Pero como prescinde el lector de la historia
del peso tremendo de las valoraciones del autor del Facundo? ¿Y como refuta el
historiador aquellas afirmaciones que no tienen base documental alguna, ni de
Sarmiento ni del investigador que pretende refutarlo porque son pura invención?.
La oligarquía gobernante argentina creó una visión de la historia. Lo hizo en
forma inmediata a los hechos, le puso el nombre de sus próceres a los pueblos y
calles del país; erigió sus monumentos. Resultaba difícil entonces cuestionar
una interpretación de los hechos ya establecida que tenía la aparente
conformidad del conjunto de la sociedad. Mas aún cuando nuestra sociedad tenía
un alto componente inmigratorio ajeno a las tradiciones de los pueblos del
interior. Cuando los historiadores cuestionaron a través de la reconstrucción
científica de los hechos esa interpretación histórica, sus conclusiones no
modificaron esa historia oficial impuesta. Fueron interpretaciones aisladas que
no alcanzaron para cuestionar lo que la memoria histórica de la oligarquía había
impuesto. Tenía mas fuerza la memoria que la historia.
En Argentina existe hoy una política del estado que contribuye a la creación de
una memoria que apoya las luchas populares contra las dictaduras y marca los
hechos aberrantes cometidos por la represión. Se señalizan aquellos lugares en
los que ocurrieron hechos significativos como el secuestro de una persona o su
muerte. Se transforman los centros clandestinos de detención y exterminio en
lugares en los que se promueven los derechos humanos o la cultura. Por
resolución oficial aquellos lugares de las fuerzas armadas o de seguridad que
fueron campos de concentración aparecen señalizados con tres pilares con las
inscripciones memoria, verdad y justicia, de tal forma que toda persona que
presta servicios en esas unidades observa cual es la interpretación que la
sociedad da a los hechos que otras personas, que seguramente están siendo
juzgadas, cometieron en ese lugar.
Los juicios por los delitos de lesa humanidad, además de cumplir con el objetivo
de justicia reclamado por una sociedad que sufrió un genocidio o prácticas
genocidas, contribuyen a la formación de la memoria y a las investigaciones de
la historia. A la formación de la memoria, porque una sociedad no puede dejar de
analizar ese genocidio y juzgar a sus responsables si éstos se encuentran con
vida como es el caso argentino. A la historia porque contribuye al
esclarecimiento de los hechos. ¿Qué importancia procesal para el juzgamiento de
delitos de lesa humanidad puede tener la referencia efectuada en un juicio sobre
el relato perdido de Rodolfo Walsh Juan se iba por el río?. La tiene para
la historia. De ahí la amplitud que debe admitirse en los procesos por delitos
de lesa humanidad, mas allá de su estricto objeto procesal.
La memoria histórica no es la reconstrucción científica de los hechos. Es la
valoración de la historia reciente. Por eso las construcciones de la memoria
deben ser complementadas por la investigación histórica. Hay construcciones de
la memoria que no son hechos históricos. Todavía ignoramos cuantos fueron los
desaparecidos de la dictadura de 1976-83, cuantas fueron las víctimas de las
ejecuciones sumarias, cuales fueron los combates entre las fuerzas armadas o de
seguridad con las organizaciones guerrilleras o cuantos fueron los muertos en
combate. Las urgencias que plantea la realidad actual, con la necesidad de
responder a las exigencias del juzgamiento a los autores de los delitos de lesa
humanidad aportando documentación para esos juicios, o las dificultades que
surgen del ocultamiento o destrucción de los archivos de la represión dificultan
la tarea histórica. Pero existen mitos de la memoria que deben ser sustituidos
por la investigación. Si no hacemos esa investigación en la actualidad dentro de
cincuenta o cien años vendrán los investigadores que destruirán las
construcciones de la memoria que no son históricas.
En definitiva lo que se requiere es que no se construya una nueva historia
oficial referida a la historia reciente basada en las construcciones de la
memoria al margen de los métodos científicos de investigación.
El autor es Presidente del Partido Memoria y Movilización Social, Provincia
de Buenos Aires. Presidente del Archivo Nacional de la Memoria.