Argentina, la
lucha continua....
|
Los hombres del poder en los extremos del segmento bicentenario
Bernardo Veksler
Argenpress
"Los testigos declararon, hasta donde recuerda el doctor Castelli, que el
doctor Castelli rechazó, en La Paz, un caballo con arneses de oro y otros
obsequios de valor, y en Potosí veinte mil pesos, a cambio de la libertad de
Indalecio González de Sosaca, un vecino expectable. El doctor Castelli,
declararon los testigos, salió tan pobre como entró al ejército del Alto Perú. O
más.
Lo dicho: no tengo un centavo en mis bolsillos, en los bancos, y donde se le
ocurra a nadie que pueda guardar un centavo. De los gastos que mi enfermedad aún
ocasiona, se encarga –no por patriotismo– el doctor Cufré. De los otros, los de
casa, no son un misterio, todavía, que se preste al rumor malévolo: corren por
cuenta de la paciencia de los acreedores, y de las pocas joyas de María Rosa,
que María Rosa empeñó.
Aclarado que no soy dueño de moneda alguna –sea de cobre, plata u oro–, ni de
objetos de valor, cotizables en mercado alguno, ni de tierras…"
Andrés Rivera (La Revolución es un sueño eterno).
Los aniversarios suelen ser un buen momento para efectuar evaluaciones, balances
y sacar conclusiones. También para efectuar comparaciones sobre las conductas de
los que estuvieron y están en el escenario del poder. Doscientos años de vida
independiente constituye un lapso de tiempo adecuado como para hacer una mirada
retrospectiva. Ese saludable intento nos llevará inevitablemente a proyectar
utopías colectivas y a buscar que los sueños se conviertan en el motor que haga
vencer todos los obstáculos que se erijan en el camino del progreso.
¿Qué sucedía en las mentes y en las almas de los protagonistas de esos agitados
tiempos? ¿Cómo afrontaban los pasos por venir y las acechanzas que su audaz
decisión había desencadenado?
En ese entonces, los criollos estaban cargados de incertidumbres y temores por
el futuro. La gran ventaja que tuvieron con respecto a sus colegas de rebeldías
de otros sitios de América, fue que enfrentaron a dos invasiones inglesas y las
derrotaron sin el menor apoyo español. Ese hecho fue providencial y cualitativo,
dado que posibilitó el surgimiento de una resistencia popular, la conformación
de milicias y, con ello, la convergencia entre la conciencia y la fuerza
necesaria para sostener su empresa con éxito.
Hubo intentos similares al de Buenos Aires en México, Santiago de Chile y
Caracas, entre otros, pero al poco tiempo todos defeccionaron. ¿Puede imaginarse
alguna situación de mayor aislamiento y debilidad? Pero los hombres de Mayo no
se quedaron en declaraciones en salones elegantes, discursos de círculos o
acciones diplomáticas. Fueron días de actos heroicos, los que participaron
alcanzaron la comprensión de que serían pasos trascendentes y que exigirían
inmensos sacrificios.
A pesar de acosos, temores e incertidumbres, su conclusión fue que no debían
moderarse por ello. Esos hombres y esas mujeres ya no podían detenerse, su
voluntad y sus iniciativas los introducía en una vorágine de una sola mano y una
dinámica de enfrentar los enormes obstáculos que se erigían en su camino. Eran
seres prudentes que iniciaron una aventura donde la alternativa era la victoria
o la muerte y dieron sucesivos pasos al frente.
Eran civiles que debieron tomar las armas y aprender elementales conocimientos
de la guerra, de la organización y de la estrategia bélica. Debieron abordar
tácticas diplomáticas e incursionar en la delicada telaraña de las relaciones
internacionales. Tuvieron que administrar con especial cuidado los escasos
recursos de la hacienda pública. Para que su iniciativa no fracase debieron
trasmitir a todo el pueblo lo que estaba en juego, contagiarlo del fervor
revolucionario para que adhieran a la causa emancipadora y lograr que se sumen a
las milicias criollas y al proyecto de la patria naciente.
En ese camino, se asociaron con sus colegas latinoamericanos, que en distintas
regiones del continente estaban emprendiendo la misma lucha y la misma causa de
liberación del cepo virreinal español. Para lograr el triunfo fueron adquiriendo
una capacidad de abnegación ilimitada.
Así se convirtieron en grandes hombres, porque ante la alternativa de elegir
entre sus ideales y sus intereses personales no dudaron. La meta a alcanzar era
un futuro digno en común y eso estaba por encima de cualquier ofrenda personal.
Así lo demostró José Gervasio de Artigas, quien, a manera de una incipiente
reforma agraria, repartió sus grandes propiedades rurales para conquistar y
sumar a la peonada a la lucha emancipadora.
Simón Bolívar hizo lo propio, como heredero de una compañía esclavista, no dudó
en liberar a los hombres y mujeres africanos sometidos a ese régimen de
explotación, para sumarlos a la causa y cumplir los compromisos asumidos con los
líderes de la revolución negra haitiana.
Juan José Castelli, el "orador de la revolución" no se permitió incurrir en
dobles discursos, liberó a los indígenas de la esclavitud de las encomiendas y
proclamó en el templo indígena de Tiahuanaco su emancipación y completa
igualdad.
José de San Martín no se engolosinó con la suma del poder, a pesar de haber
liberado a tres países y tener bajo su mando a un ejército glorioso y dominante
en la región.
Manuel Belgrano apostó al proyecto que había concebido para la sociedad, donó su
sueldo para construir y mantener escuelas, porque le dio una importancia
mayúscula a la educación para el desarrollo del país.
Todos ellos, terminaron sus días en la austeridad del ostracismo o en la más
absoluta miseria. Lo sabían, pero no se detuvieron a especular sobre su suerte
personal y pusieron todo de sí para alcanzar el objetivo común.
Así se dio un paso decisivo para romper el dominio colonial. Trece años después,
un ejército integrado por peruanos, bolivianos, uruguayos, chilenos,
venezolanos, colombianos, ecuatorianos y argentinos derrotaba definitivamente en
Ayacucho a los españoles, logrando la emancipación de Sudamérica, gestando la
ilusión de construir una unidad que muchos intereses no toleraron.
En un presente cargado de mezquindades, privilegios y prebendas, de negociados y
enriquecimientos sospechosos, de obsesión por el poder y personalismos, hay un
formidable mensaje que envían esos hombres que emanciparon a Latinoamérica en el
punto de inicio de esta historia bicentenaria. Ellos se despojaron absolutamente
de los bienes materiales y aportaron con la generosidad de los heroicos
militantes sociales que los sucedieron desde las estepas patagónicas o en los
quebrachales, los que resistieron golpes y ajustes antipopulares, los que
enfrentaron burocracias y represiones, los que no toleraron la explotación y se
solidarizaron con las víctimas para construir desde el dolor un sueño de
progreso.
Con las paradojas que quedan en evidencia en el contraste entre las dos puntas
del segmento bicentenario, las esperanzas de conquistar una sociedad superadora
están depositadas en esos modelos de hombres, en que esas conductas comiencen a
ser irradiadas entre nuestros semejantes y que sean la inspiración de las nuevas
epopeyas que el pueblo latinoamericano necesita consumar.