Rosario se ha convertido en la capital nacional de la delincuencia – dijo en su
momento el entonces vicegobernador de la provincia de Santa Fe, Antonio "Nito"
Vanrell que luego se hiciera famoso cuando compró juguetes inexistentes, fue
procesado, se fugó al Paraguay y hoy sigue dando cátedras de política y fútbol
en la zona oeste de la otrora ciudad industrial.
Aquella frase la dijo en mayo de 1989, cuando surgieron los primeros saqueos de
la historia contemporánea de la Argentina. En la agonía del alfonsinismo y
después del triunfo del riojano Carlos Menem que prometía la revolución
productiva y el salariazo. Los saqueos de 1989 tuvieron un epicentro. Barrio Las
Flores, en la zona sur de Rosario. Las imágenes de los supermercados invadidos
por los necesitados recorrieron el mundo y luego reaparecieron y hasta se
repitieron en diciembre de 2001.
Pero desde aquellos días de mayo de 1989, el hermoso barrio Las Flores fue
satanizado. Como si la geografía del mal lo hubiera elegido como base de
propagación. Sus miles de habitantes debían explicar lo obvio: ellos eran hijas
e hijos de trabajadores atravesados por una historia que dejó sin trabajo a las
mayorías rosarinas.
En realidad, Las Flores fue elegido por los delincuentes de guante blanco como
el lugar donde depositar las culpas para desviar la atención de sus verdaderos
negocios.
Más de veinte años después, en Las Flores es difícil encontrarle el sentido a la
palabra futuro.
Nadie se hizo cargo del verdadero saqueo, de la destrucción de las fuentes de
trabajo y la ausencia de una política de transformación.
Y más allá del asistencialismo, en Las Flores apareció –como en las mayorías de
los barrios de las grandes ciudades argentinas y latinoamericanas- el
narcotráfico con sus códigos, identidades y reglas. Aparecieron las bandas y los
soldaditos, pibes que encontraban sentido a pertenecer a alguno de estos grupos
antes de seguir e insistir en las escuelas del barrio satanizado desde 1989.
En medio de esta historia que no suele aparecer nunca en los discursos de los
dirigentes políticos supuestamente progresistas, son las noticias policiales las
que dan cuenta del delito capital cometido por los criminales de guante blanco.
Haber naturalizado la vida sin sentido, madre de la muerte sin sentido.
Tiziano Gamarra tenía cuatro años. Jugaba con sus amigos cuando una bala
perdida, consecuencia de varias vidas perdidas, le atravesó la cabeza y murió.
Los medios de comunicación regionales y nacionales repitieron la palabra
tragedia para intentar una explicación acerca del fin de Tiziano. Pero no fue
una tragedia. No se trató de un avatar del destino. Sino de la consecuencia de
la larga cadena de impunidades que hicieron del barrio Las Flores, desde mayo de
1989, el supuesto escenario del enfrentamiento entre bandas dedicadas a la venta
de droga de mala calidad, cuando en realidad los culpables de la muerte de
Tiziano son aquellos delincuentes de guante blanco que satanizaron la zona sur
de la ex ciudad obrera.
Tiziano quería seguir jugando. No lo dejaron. La bala que mató al chiquito de
cuatro años tiene autores intelectuales que están muy lejos del barrio Las
Flores. Son los que destruyeron la expectativa y la esperanza de varias
generaciones no solamente en la zona sur rosarina sino en otros tantos puntos
del país.