Argentina, la
lucha continua....
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Relato de secuestro, tortura y violación
El valor de contar
Sonia Tessa
Página 12
Silvia Suppo fue secuestrada el 24 de mayo de 1977 en Rafaela, su ciudad
natal, junto a su hermano y uno de sus compañeros, Jorge Destéfanis, que al
salir en libertad –tras cinco años preso en Coronda– se convirtió en su pareja.
La noche de su caída la trasladaron a un centro clandestino de detención de la
ciudad de Santa Fe. Allí fue torturada y violada. Quedó embarazada producto de
esa violencia, y sus captores se ocuparon de "subsanar el error" llevándola a
hacer un aborto. Estuvo un año y medio prisionera. Su compañero, Reinaldo
Hattemer, había sido secuestrado el 25 de enero de 1977 y continúa desaparecido.
Silvia volvió a su ciudad en 1978, cuando salió con libertad vigilada. El 5 de
octubre del año pasado declaró en el juicio oral y público contra el ex juez
federal Víctor Brusa y otros cinco represores. Fue una testigo clave. Al día
siguiente, relató en una conversación telefónica lo que significó para ella dar
su testimonio: "Estoy contenta por la tarea cumplida. Yo les decía a las chicas
(otras testigos, que fueron sus compañeras de cautiverio) que estaba nerviosa,
pero en el fondo para mí significaba muchísimo, y también para mi esposo, que
murió hace tres meses y estuvo cinco años preso en Coronda". Silvia empezaba a
disfrutar de su nieta, tenía 51 años.
Silvia terminó la escuela secundaria en 1976, y menos de un año después, cuando
tenía 18, fue secuestrada. Estudiaba enfermería en la capital provincial, donde
vivía con su pareja, que fue secuestrado en la iglesia de Rafaela a la que había
ido para presenciar el casamiento de su hermano. Los dos eran militantes
montoneros. Rafaela es una ciudad conocida como la perla del Oeste, de economía
pujante y mentalidad conservadora. Después del secuestro de Reinaldo, todo fue
una pesadilla. "De ahí en más cambió mi vida rotundamente, ya no pude ir a Santa
Fe, empecé a buscar trabajo, y el 24 de mayo de ese año me detuvo personal de
Rafaela, que reconocí porque eran los mismos que estaban en la iglesia", relató
el 6 de octubre pasado a Página/12. Su primer lugar de cautiverio fue la
Jefatura de su ciudad, pero esa misma noche la trasladaron, junto a otros
compañeros, a Santa Fe. "Nos metieron en un Falcon y nos trasladaron a mí y a mi
hermano en el asiento de atrás, y al que después fue mi esposo, Jorge, en el
baúl de ese auto", relató. Llegó a la comisaría 4ª, un centro clandestino de
detención en el que escuchó cómo torturaban a su hermano. "De tanta picana, se
descompuso. Yo escuchaba que había un estudiante de medicina, que les decía
‘despacio porque este chico se queda’. Así lo llevaron al hospital Cullen, desde
donde se escapó y consiguió, a través de unos familiares, llegar a Rafaela. Allí
se comunicó con mis padres", relató Silvia.
En tanto, a ella la torturaron la misma noche que se descompuso su hermano. Le
decían que a su novio lo habían tirado en un avión, y que estaba en el río
Paraná. "Dos veces fui sometida a torturas", relató.
Los padres de Silvia tenían contactos con Jorge Casaretto, entonces obispo de la
zona. "Llegó a la 4ª como al mes y medio. Hasta ese momento mis padres no sabían
dónde estaba yo", contó Silvia, que a partir de allí fue trasladada a la Guardia
de Infantería Reforzada, dirigida por Juan Calixto Perissotti, que no era un
centro clandestino de detención, porque las prisioneras recibían visitas, pero
donde estaban a expensas de la patota, que iba a buscarlas para torturarlas y
violarlas, como parte de la estrategia de aniquilamiento. "A partir de entonces
nos iban a ver con nuestros familiares. Estuve un año y medio hasta diciembre de
1978, cuando me liberaron con la vigilada. Tenía que presentarme en Avenida
Freyre, no podía salir de la ciudad de Rafaela sin pedir permiso, fue un año y
medio más. Por supuesto que nadie nos daba laburo", siguió contando en octubre
del año pasado.
Frente a los jueces del Tribunal Oral que juzgó a Brusa y otros cinco
represores, Silvia fue contundente. No era la primera vez que denunciaba lo
ocurrido. "Hicimos la denuncia frente a la Conadep, también habíamos contado lo
que nos había pasado a una agrupación de la Cruz Roja que vino en 1978. Lo
hicimos frente a abogados, frente a la fiscal Griselda Tessio, pero jamás
habíamos podido hacerlo frente a un tribunal", indicó.
Aseguró que no le había costado hablar sobre lo ocurrido, aunque durante años
mantuvo silencio sobre la violencia sexual que sufrió. "No me costó hablar de lo
ocurrido. Lo que yo mantuve unos años en silencio, aunque mis amigos y
compañeros lo sabían, era la cuestión de la violación y el aborto. Estuve
esperando que mis hijos crecieran, es lo único que a mí me condicionaba, para
que entendieran, para explicarles mejor. Después de todo, tenés que hacer un
proceso para poder contarlo", relató el año pasado, luego de su impactante
testimonio ante el tribunal.
Ante la pregunta sobre el aborto que le practicaron, Silvia no dudó. "Peor
hubiera sido el embarazo, te digo. A mí me encantan los chicos, tuve dos hijos.
Pero fueron embarazos deseados, actos de amor." De hecho, sus hijos –una mujer y
un varón– tienen 21 y 24 años. "Cada vez que escucho en otros casos, es una
atrocidad dejar avanzar un embarazo producto de una violación, yo no hubiera
podido. Por favor, qué hubiera sido de mí", se preguntó el año pasado.
Para ella, fue terrible escuchar al responsable de su lugar de detención,
Perizotti, decirle que iban a subsanar el error que significaba su embarazo.
"Como que hubiera sido el error, me quedé helada. No fue ningún error, tres
personas no te violan por error. Como si hubiera sido producto de algún estúpido
que lo hizo, como si no lo hubieran utilizado como método", enfatizó.
El testimonio en el juicio a Brusa fue demoledor. Y también un alivio para
Silvia. "Fue terrible, estar presa, mi hermano preso, todos los compañeros de
Rafaela presos. Allá éramos pocos, pero hubo también gente comprometida",
afirmó. Cuando salió en libertad, cuando empezó la relación sentimental con
Destéfanis, si bien nunca retomó la militancia política, sí trabajó en los
organismos de derechos humanos. "Nos costó un montón, siempre hicimos actos para
el 24 de marzo, siempre asumimos quiénes éramos. Esto, en una ciudad tan
reaccionaria, tiene un costo bastante grande. Pero las nuevas generaciones van
cambiando. No está todo perdido. Nos costó marcar nuestra identidad, porque acá
hay más cosas que perder, es una ciudad chica. Nosotros vivimos de nuestro
comercio, entonces siempre te cuestionás. Pero hubo algo que supera todo, fue
como un sacerdocio", relató sobre el camino que llevaron en su ciudad.
Y después de muchos años de espera, pudo declarar frente a un tribunal. "Desde
la última vez que declaramos, en la etapa de instrucción, no veía la hora de que
fuera el juicio. Te remueve todo el pasado, tenés un poco de nerviosismo por el
lugar en el que estás, muy expuesta, pero sentís que le das un poquito de cierre
a la historia", afirmó.