Argentina, la
lucha continua....
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¿Dónde está el progresismo?)
La política institucional argentina y su pantano
Emiliano Bertoglio
Un gobierno nacional argentino cada vez más extraviado y debilitado mide fuerzas
con una mayoría opositora conservadora, la cual congrega fuerzas que en miras a
la obtención de réditos políticos particulares rechaza todo lo que huele a
"oficialismo". ¿Existen diferencias en el núcleo de estas dos "opciones", en
teoría disímiles? ¿O se trata sólo de una falsa dualidad a cuya configuración
contribuyen los medios masivos? Fuera de esta supuesta antinomia se encontraría
entre los representantes legislativos un tercer espacio –progresista, promotor
de estructuras inclusivas e igualitarias- cuyo mensaje podría contribuir a
recuperar valores de justicia, por ahora adormecidos en la consciencia social.
Si por progresismo se comprende la transformación inexcusable de todas las
injusticias sociales y económicas, a través de caminos plurales y
participativos; la revisión despiadada, profunda y radical de las condiciones
que engendran y legitiman la expulsión de vastas mayorías hacia el hambre y la
desprotección; la anulación de toda matriz de organización sustentada en
principios caníbales (léase capitalismo, competencia de mercado, propiedad
privada); entonces, resulta ilusorio identificar con este proyecto a quienes se
alternan en el poder hoy en Argentina.
Agotadas ya casi por completo las ilusiones respecto del gobierno de Cristina
Fernández para plantear un quiebre con los males del país, no es nada sencillo
identificar quiénes y hacia dónde encarnan una propuesta verdaderamente
comprometida con la gestación de una sociedad igualitaria (si es que esta
propuesta existe hoy dentro del marco institucional).
Desde su aparición en el escenario nacional, el kircherismo ha mentado un largo
listado de principios éticos incuestionables (justicia social, inclusión, etc.).
Pero de esto, en profundidad, se ha materializado muy poco. Aún más, lo central
del problema prevalece intacto. "A pesar de ciertos avances positivos, lejos de
encarar una sincera ruptura del orden neoliberal, el actual proyecto
kirchnerista ha tolerado e incluso profundizado este modelo heredado, bajo los
mitos de ‘ruptura con el pasado’, ‘modelo de desarrollo inclusivo’, ‘desendeudamiento’,
‘reconstrucción del Estado’, entre otros. […] Vivimos todavía un modelo de
saqueo basado en las privatizaciones, la extrajerización de la industria y de
los recursos, y el desguace estatal"[2].
En suma, responde el gobierno nacional actual a un pseudoprogresismo que a todas
vistas se ha ido destartalando y deslegitimando con el paso del tiempo. Y su
debilidad sobrevino tanto por la revelación de sus propias deficiencias de modo,
como por los embates muchas veces subrepticios de otros grupos de poder que
reaccionaron velozmente al escuchar amenazantes expresiones y que tras varios
años de silenciamiento empezaron a resurgir con cierta fuerza, tales como
igualdad, izquierda, cambio. Promesas que en fin fueron falaz alarma, pues
resultaron formulaciones abstractas e infundadas en boca de esta gestión.
Paradójicamente es el propio gobierno quien con algunos de sus posicionamientos
y embates ha aglutinado o reforzado a los sectores conservadores. "[…] en lugar
de armar una alternativa plural de izquierda, una fuerza propia, [Cristina
Fernández] ha optado por la táctica de reflotar a las derechas; dotarse de un
enemigo, de un cuco en el que ya nadie casi creía"[3].
Con las primeras objeciones a las disposiciones presidenciales llegaron las
denuncias de complots destituyentes y acciones golpistas, trasladadas en breve a
toda no connivencia con sus intereses. Muy pronto se evidenciaron el ego
absolutista del que quedó preso el Ejecutivo, y la tentación a creerse con la
autoridad omnímoda para distribuir recursos económicos cual sistema de premios y
castigos. Sus cartas democráticas tras perder la mayoría congresal son la
amenaza latente del veto presidencial y los decretos de necesidad y urgencia.
Por su parte, la oposición mayoritaria prefiere el conservadurismo incluso en la
prédica, aunque sin reconocerse expresamente como fuerzas continuistas o de
derecha. Son simplemente un conjunto democráticamente aunado por el noble deber
de defender los intereses de todos los argentinos. Constituida en su núcleo más
duro por la Coalición Cívica, el radicalismo, Unión PRO y en alguna medida el
socialismo, recurre cíclicamente como forma de ganar adherentes (u oponentes a
la presidencia) al tan ambivalente como peligroso discurso de la inseguridad.
Apenas si alguna vez se hace referencia a los crecientes niveles de desigualdad
e inequidad social. Y cuando lo hace, ¿hay sustento y compromiso real en lo
dicho? ¿Hay propuesta seria de cambio? ¿O es la pobreza, una vez más, argumento
al cual se apela cínicamente para acarrear más harina hacia el propio molino?
Estos referentes "opositores", casi en su totalidad ex partícipes de dirigencias
delincuentes y desigualadoras, en busca de visibilidad se mimetizan con lo moral
y lo intelectualmente serio[4]. Se escandalizan prontamente ante cada sospecha
de corrupción o denuncia de inequidad. Se postulan como abanderados del rechazo
a los vicios encarnados en las clases dirigentes mayoritarias.
"Basta observar los patéticos tanteos y entrecruzamientos de cúpula de las
distintas corrientes liberales y populistas; el transfuguismo, el travestismo,
las chicanas legislativas, el espionaje, los escándalos de corrupción y
violencia que afectan a todas esas corrientes en el gobierno y en el llano; la
hipocresía, la ineficiencia, la intolerable impunidad que caracteriza a la
política argentina actual, dominada por liberales y populistas […], para
entender que esas corrientes ya no pueden enderezar la República, impedir que se
precipite"[5].
De manera lenta e inexorable, el juego de la política partidaria ha devenido en
una herramienta vaciada de su potencial de transformación. Se certifica tras las
últimas elecciones legislativas nacionales (junio de 2009) y las promesas de
cambio de los congresales votados: en la propuesta de la oposición conservadora,
la vida institucional del país se justifica en simples disputas en donde aquel
sector que más "fichas" a su favor posee es quien tiene el poder de obstaculizar
las propuestas del adversario, antes que fuerza para canalizar las ideas
propias.
Los "debates" mediatizados son farsantes impostaciones amoldadas dogmáticamente
a la posición sectaria del bloque que tutela el predeterminado "si" o "no" que
cada representante debe esgrimir[6]. Pues dentro de cada uno de dichos bloques
el disenso o la mínima diferencia con los compañeros de signo es acusada como
deslealtad[7].
¿Se reducirá la democracia partidaria argentina contemporánea al fatalismo de
ser tan sólo un intercambio a intervalos regulares de posiciones que, en lo
cierto, sólo pretenden conservar los privilegios del pequeño sector dominante?
¿Pueden decirse serios y relevantes los trámites burocráticos –circunscriptos a
métodos pero no a los fines político-económicos- presentados como discusiones?
¿Se debe aceptar sin más la falsa dualidad pro gobierno (discurso de cambio) /
posición "anti K" (conservadurismo socio-económico).
Fuera de estas diatribas congresales binarias y a la persistencia de su
inmovilismo, se encuentran alentadoras promesas de excepcionalidad. Singularidad
que nace no sólo de representantes que no se han asociado herméticamente con la
UCR, con Unión Pro o con otras fuerzas cercanas al poder conservador. Casos como
el de Proyecto Sur son interesantes de atender, puesto que lejos de anquilosarse
en su escaño no cortan sus vínculos reales con causas reales. Esto es, preservan
la cualidad de transgredir la política partidaria de la especulación, para
ejercer la creación en los espacios cotidianos de la civilidad.
En busca de una base social progresista
Así como lo institucional no acaba en un gobierno falsamente renovador tomado de
los cabellos con un oponente aún más conservador, lo político tampoco termina en
lo partidario.
Pero contemplando en este análisis las posibilidades de transformación en
Argentina por dentro de los canales de participación instituidos por el Estado,
debe considerarse que toda propuesta partidaria progresista necesariamente
debería poder captar energías populares que la apoyasen y recreasen. Por el
momento el entorno social dominante ni siquiera repudia el continuismo que
encarnan las opciones del binomio K / anti K. Menos aún se interesa por
demandar-imaginar-crear andamiajes para un nuevo país.
En el ánimo generalizado se cuestiona a Cristina Fernández, a su séquito y a
algunos de sus modos. Pero al retomar las objeciones y fundamentos de la
oposición de derecha se comulga con el conservadurismo que le es inherente.
Inclusión social, colectividad, equidad redistributiva no son significaciones
imaginadas como deseables por buena parte de los inconformes. Las aspiraciones
individuales de crecimiento económico más o menos inmediato se confunden con lo
genuino y fundado de los cuestionamientos hacia las hipocresías y atropellos
propios a la política partidaria actual. Imposible dilucidar si este rechazo se
refiere a las acciones y omisiones la clase política en sí misma, a la política
institucionalizada en tanto herramienta para la transformación de las
condiciones que afectan a las mayorías desprotegidas, o si en el fondo se trata
de la defensa del mero interés particular.
En paralelo a cierta nostalgia y a los deseos de no caer de esa tan confusamente
definible clase media –esa panacea que navega en el inconsciente de las
ciudadanías urbanas como un valor erosionado en los últimos años- permanecen
vivas las expectativas de ascenso social y de niveles de vida que exceden el
terreno de la satisfacción de necesidades mínimas[8].
"La clase media sigue viviendo […] simulando tener más de lo que tiene […].
Defiende el orden como si fuera su propietaria, aunque no es más que una
inquilina agobiada por el precio del alquiler y la amenaza del desalojo"[9].
Con todo, no se dilucida por ahora la existencia de una base social de peso:
popular, progresista-revolucionaria, organizada, consciente. Los esfuerzos de
los pequeños colectivos que intentan alimentarla se diluyen en la inercia y la
rutina de esa importante –aunque no mayoritaria- clase media. Por mirarse a sí
misma, sus intereses se complementan con el de los grupos con propiedad para
definir las relaciones de producción y explotación (llámese burguesía,
oligarquía o cualquier otro término que mejor la defina).
Si en los ’70 se destruyó el núcleo social capaz de proponer un mundo diferente,
con métodos mucho más sutiles en los ’90 se terminó de desarticular todo
sentimiento de pertenencia a un todo. Contrasta con buena parte del conjunto
latinoamericano esta Argentina que no tiene ni campesinado, ni indigenismo, ni
masa obrera significativa y organizada como grupos desde los cuales se podría
generar una base popular emancipatoria…
En tanto el despertar no venga desde lo institucional, urge recorrer calles y
campos apelando al profundamente humano valor de la igualdad, que por ahora
duerme en la consciencia común.
Urge encontrar un programa en donde lo colectivo sea la prioridad.
Por Emiliano Bertoglio. Diciembre 2009 – Enero 2010. Hernando (Córdoba).
[2] Fernando Solanas, 2009. Causa Sur. Hacia un proyecto emancipador de la
Argentina. Ed. Planeta. Buenos Aires. p. 316.
[3] Carlos Gabetta, 2010. La deriva de Cristina Fernández. En Le Monde
diplomatique Edición Cono Sur. N° 128. Agosto. p. 3.
[4] La misma impostada decencia atañe al funcionamiento de la mayoría de los
medios masivos nacionales. En medio de grotescos y absurdos realityes
televisivos se multiplican hasta el hartazgo las insistentes críticas al
gobierno. Unas y otras son las voces que el recorte de los medios deja escuchar,
y no la de los que en verdad no pueden imaginar ni un presente digno ni un
futuro cierto.
[5] Carlos Gabetta, 2009. Izquierda – centro. En Le Monde diplomatique Edición
Cono Sur. N° 126. Agosto. p. 3.
[6] A su vez, esta falsa dualidad constituye una representación distorsionada y
simplificada del escenario político partidario, fortalecida por los medios
masivos.
[7] Según la síntesis del pensador y ex candidato a presidente esloveno Slavoj
Zizek, la política partidaria contemporánea deviene a un juego oportunista
carente de principios, que sólo busca efectos pragmáticos o de corto plazo. (Slavoj
Zizek, 2004. La revolución blanda. Ed. ATUEL / Parusía. Buenos Aires). En
definitiva, quizá los señalados en estas páginas no se traten de vicios propios
y exclusivos de la experiencia argentina.
[8] ¿Cómo se explica que los que tienen poco menos que nada (apenas cierta
seguridad de comer y ocupar un techo ajeno) en el debate gobierno / "campo" se
sientan identificados con los intereses de los productores que componen el
parque agroexportador? ¿Serían capaces aquellos de resignar algunos de sus
insignificantes y mundanos privilegios particulares en pos de la inclusión de
mayorías desprotegidas? ¿O apelarían a los "valores" del esfuerzo individual y
del derecho a la propiedad privada, conceptos en los que al fin de cuentas no
están verdaderamente incluidos?
Vaya paradoja, a la vigencia de este discurso contribuyó la fiesta del menemato,
gobierno que como pocos amplió las diferencias entre los polos opuestos de la
escala de clases.
[9] Eduardo Galeano, 2008. Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Ed.
Catálogos. Buenos Aires. p. 20.