Argentina, la
lucha continua....
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Terapia intensiva
Carlos del Frade
APE
En los años setenta, la estación de trenes Rosario Norte era un hervidero de
pueblo. Los andenes estaban plagados de esperanzas de un futuro mejor. La ciudad
era obrera, portuaria, ferroviaria y el corazón de un fenomenal cordón
industrial recostado sobre una de las márgenes del Paraná.
Los que llegaban y los que se iban de Rosario hablaban de las plumas flamígeras
de las fábricas que iluminaban el cielo mucho más que la más redonda de las
lunas.
Cuando cualquiera quería ir hacia el norte de la ciudad, pasaba por la estación
de trenes y se sumergía en el túnel Celedonio Escalada. Era una zona de frontera
y cabarets donde brillara Rosita, la salvaje y sus shows siempre acompañados de
un bandoneón atento a la clientela.
Entre las vías de la estación y las terminales portuarias que anunciaban la
curva de la ciudad hacia el norte era un territorio de ladrillos y pastizales,
ideales para los potreros rebeldes y las incursiones amorosas de la
adolescencia.
Hoy, en el mismo mapa que sigue manteniendo el mismo nombre de ciudad aunque la
ciudad es otra, esa región presenta una estación más plagada de fantasmas que
gente y hacia los cielos crecen las torres opulentas de la riqueza minoritaria.
Del otro lado de los muros de entonces emergieron casillas de latas y un
albergue para excluidos que funciona desde los años noventa, cuando la
desocupación se triplicó y el narcotráfico se democratizó. Cuando la ciudad dejó
de ser obrera, ferroviaria, portuaria e industrial.
El albergue lleva de nombre Hogar Josefina Bakita y está bajo la supervisión de
un sacerdote conocido, Tomás Santidrián.
Hace algunos días, una molotov hizo cenizas la casilla donde vivían Gabriel
Ferreyra, de veintiséis años, su esposa, Inés Falotico y sus dos hijas, Gimena,
de diez y Agostina de cinco años.
Agostina y su papá presentan quemaduras en el treinta por ciento de sus cuerpos
y están siendo atendidos en una sala de terapia intensiva.
-Nos encontramos con un panorama desolador, quisieron incendiar a toda la
familia. El hombre se aguantó el fuego, sacó a las criaturas y después lo apagó
– dijo Mario Bagnarasta, encargado del albergue.
Para otra empleada, Nélida, "las bombas hicieron como un ping pong y cayeron
justo arriba de la cama de las nenas".
Las crónicas periodísticas dicen que hay testigos que afirman haber visto que
las bombas se arrojaron desde un Peugeot 206 gris, conducido por tres personas.
Para el sacerdote, en estos dos ex galpones del ferrocarril que funcionan hace
dieciséis años como albergues de desesperados, "hay okupas y chicos terribles,
drogadictos, con lo cual se puede tratar de una venganza entre ellos".
Mientras las especulaciones van y vienen, la mayoría de ellas cargando
responsabilidades sobre las propias víctimas que, dicho sea de paso, ya lo eran
desde el momento de estar excluidas de la sociedad; Agostina se encuentra en
terapia intensiva como consecuencia del fuego que no pudo espantar su padre.
Aunque, en realidad, la que está en terapia intensiva es la mismísima sociedad
que naturaliza este tipo de hechos.