-Vivió y murió por Ñuls – dijo Carlos Cáceres, el papá de Walter, de solamente
catorce años, asesinado de tres balazos en su cabeza como consecuencia de un
ajuste de cuentas entre los integrantes del grupo de tareas que se hace llamar
barra brava del club del Parque Independencia de la ciudad de Rosario.
Algunos medios de comunicación suman cadáveres y amontonan a Walter en una
cifra, el muerto número 244 en la historia del fútbol argentino. En realidad es
una coartada para los matadores. La cancha chica del fútbol es consecuencia de
la cancha grande de la historia, de la realidad. Son los mismos factores de
poder los que hacen posible que los ganadores siempre sean los menos y que los
perdedores, como siempre, sean los que son más en estos arrabales del mundo.
Mientras tanto, en la cancha chica del fútbol y en la cancha grande de la
historia, las mayorías son meros espectadores del negocio que reduce la
felicidad a ser la propiedad privada de unos pocos. Walter es algo más que la
víctima 244 del fútbol argentino.
En la madrugada del jueves, cuando el colectivo que transportaba las banderas de
la hinchada rojinegra estaba por ingresar a Rosario, fue emboscado desde uno de
los costados de la autopista que conduce a Buenos Aires.
-Llovía plomo – fue la declaración de un sobreviviente. Era la consecuencia de
las peleas entre los que se quedaron afuera del club con la derrota del ex
presidente Eduardo López y los que ahora dicen gobernar los destinos del
renovado grupo de tareas.
Walter le encontró sentido a la vida a través de los colores de la camiseta del
club del que era hincha. No pudo, no lo dejaron descubrir otros sentidos a esta
aventura cósmica que es la existencia humana. Y el que vive sin sentido termina
muriendo sin sentido. Más allá del fatalismo implícito en la feroz síntesis que
hizo su padre ante los medios de comunicación de la ciudad de Rosario.
Hace rato que la violencia es un negocio además de una de las principales
herramientas del sistema capitalista. Y eso se ve con claridad en el territorio
del fútbol.
Porque los grupos de tareas llamados barrabravas no son más que la mano sucia de
los delincuentes de guante blanco.
Los que hacen posible que ex jefe de la barra esté libre y que sus sucesores
hayan exhibido una indiscutible zona liberada para concretar la emboscada y la
cacería que terminó con la vida de Walter.
Pero del lado de los micros de la actual conducción de la barra, hubo una
respuesta que no tuvo nada que envidiarle a la agresión inicial. Los pobladores
de las casillas de latas que intentan todos los días inventarle un sentido a la
palabra vivir, a la vera de la autopista, mostraron decenas de cápsulas de
proyectiles que salieron desde los vientres de los colectivos.
A Walter lo mató toda una estructura impune e invicta que viene desde los años
noventa, donde la violencia y la droga terminan dándole sentido a la vida de
miles de adolescentes que no lo encuentran en otro lado.
La Santafesina SA –es decir la policía de la ciudad de Rosario-, algunos jueces,
algunos dirigentes políticos, gremiales y empresariales, son corresponsables de
este asesinato.
Aunque las víctimas estén siempre del mismo lado, alguna vez habrá que buscar
entre los delincuentes de guante blanco el por qué el país que ama el fútbol,
hace rato, se ha convertido en un país goleado. Walter Cáceres lo confirma.