Argentina: La lucha contin�a
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Que merezcan parecerse a nuestros pueblos
Oscar Taffetani
APE
Hay una sentencia que viene atravesando los siglos, infaltablemente en boca de
pol�ticos conservadores: "Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen". En
el siglo diecinueve la escribi� Joseph de Maistre (quien, parad�jicamente,
propon�a como mejor forma de gobierno la monarqu�a hereditaria); a principios
del siglo veinte, poco despu�s de mandar a reprimir a sangre y fuego un
levantamiento anarquista en Barcelona, la pronunci� Antonio Maura, ministro de
la monarqu�a borb�nica; en octubre de este a�o, durante una entrevista concedida
en Caracas, la volvi� a echar al aire el flamante premio Nobel de Literatura
Mario Vargas Llosa.
A nuestro juicio, la frase contiene un prejuicio elitista y antidemocr�tico. Es
la idea de que los pueblos -o las mayor�as electorales- a menudo "se equivocan"
y que hay intelectos privilegiados llamados a hacer "revoluciones desde arriba"
(as� las llamaba el citado Maura) para que luego desciendan cual man� celestial,
cambiando el estado de las cosas.
Andr� Malraux, ex comunista franc�s que lleg� a ser ministro de De Gaulle en los
�50 y �60, supo darle un giro elegante a la frase y escribi� que "los pueblos
tienen gobiernos que se les parecen". Cristina Fern�ndez de Kirchner cit�
impl�citamente a Malraux cuando dijo en su discurso ante la asamblea de la ONU
en Nueva York (22/9/2008) que "en Am�rica del Sur comienzan a surgir gobiernos
donde sus gobernantes se parecen cada vez m�s a sus pueblos".
Compartimos el concepto de Malraux y tambi�n la cita de Cristina, aunque
aclaramos que lo importante no es el parecido f�sico que Cristina, Lula, Evo
Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo y Hugo Ch�vez -por nombrar algunos- tengan
con sus pueblos y con las respectivas historias de sus pueblos, sino el parecido
moral y espiritual.
Importancia del d�a despu�s
Hechos esperados y otros inesperados, en la pol�tica de los pa�ses americanos,
dieron especial intensidad a las �ltimas semanas. Entre los esperados se cuentan
la derrota del presidente Obama en las legislativas de mitad de mandato y el
arrollador triunfo de Vilma Rousseff, una mujer, en las presidenciales
brasile�as. Entre los inesperados, elegimos el accidente y rescate de los
mineros de Copiap� en Chile y el fallecimiento del ex presidente N�stor Kirchner,
que enlut� a nuestro pa�s. En todos estos hechos hubo un d�a despu�s, y creemos
que es all� donde deben encontrarse los signos, visibles o invisibles, de los
cambios.
La Presidenta de la Naci�n, en su primer mensaje al pa�s despu�s de los
funerales de su esposo, habl� del dolor, del profundo dolor, como una sensaci�n
nueva instalada en su vida; agradeci� las condolencias y mensajes de apoyo
recibidos y anunci� la voluntad de continuar en el rumbo pol�tico que hasta el
pasado mi�rcoles 27 de octubre compart�a con su marido y compa�ero. En ese
compromiso y ese gesto -para usar la met�fora- Cristina se parece a su pueblo.
El rescate exitoso de los mineros atrapados en Copiap�, televisado y relatado en
directo a todo el mundo en septiembre y octubre pasados, fue la coyuntura
inesperada que le revel� al pueblo chileno la capacidad de gesti�n y los buenos
reflejos del flamante presidente neocon, Sebasti�n Pi�era. Y aunque despu�s del
carnaval de fotos y abrazos Chile haya vuelto a su realidad de fragmentaci�n y
lucha de clases, podr�a decirse que en la coyuntura hubo un pu�ado de "h�roes"
(empezando por los mismos mineros) que se parecieron a su pueblo.
En Brasil, un presidente que se parec�a much�simo a su pueblo (ya que de tornero
mec�nico y delegado sindical en el cord�n industrial de San Pablo lleg� hasta la
primera magistratura y se mantuvo con alt�sima popularidad a lo largo de ocho
a�os) delegar� este primero de enero de 2011 el mando en una mujer militante, de
bajo perfil y de su mismo partido, que obtuvo el domingo pasado la mayor
cantidad de votos que haya tenido presidente alguno del Brasil, en toda su
historia.
Hija de un comunista exiliado y militante de izquierda ella misma, encarcelada y
torturada en tiempos dictatoriales, Dilma Roussef es un exponente de los nuevos
cuadros pol�ticos de la regi�n sudamericana y un anuncio de la nueva dirigencia
que se est� formando, tanto dentro como fuera del Estado. A su modo, Dilma
tambi�n se parece a su pueblo.
Finalmente, el gobierno de Barack Obama -primer presidente negro de los Estados
Unidos- enfrent� este martes la dura prueba de las elecciones legislativas de
mitad de mandato y su partido, el Dem�crata, debi� conceder al Republicano m�s
de 60 bancas que antes ten�a en la C�mara de Representantes (equivalente a
Diputados), lo mismo que algunas gobernaciones de distritos netamente
industriales.
El Partido Republicano us� con astucia la emergencia de un movimiento nost�lgico
y racista denominado Tea Society, que agit� los fantasmas de "p�rdida de la
identidad" en el pueblo norteamericano a causa de la inmigraci�n masiva y
descontrolada. Este rev�s electoral impuls� al presidente Obama a renovar su
oferta de trabajo conjunto a las bancadas opositoras (ya que las diferencias,
como todos sabemos, son s�lo de matices).
No importa el color o el acento de sus presidentes, un hecho innegable del
�ltimo medio siglo norteamericano es el ascenso social y pol�tico de las
minor�as negras e hispanas, ocupando lugares de creciente responsabilidad en la
administraci�n federal y en la de los Estados. No es aventurado decir que
tambi�n en los Estados Unidos, centro generador del capitalismo mundial, los
gobernantes son cada vez m�s parecidos a su pueblo.
La justicia, en lista de espera
Sugerimos al comenzar esta nota que los gobernantes de nuestra regi�n:
-como los del resto del mundo contempor�neo- se parecen cada vez m�s a sus
pueblos. Lo reiteramos aqu�: se parecen. Pero la semejanza no es coincidencia. Y
acaso no haya nunca coincidencia, puesto que las formas republicanas aceptadas
para el gobierno de una sociedad de masas exigen delegaci�n y representaci�n de
la voluntad popular. Y puesto que el capitalismo y el poder econ�mico
concentrado, en los distintos pa�ses, ha desarrollado distintas formas de burlar
el mandato de las bases (y por eso hay travestismo pol�tico, y cooptaci�n de
dirigentes, y corrupci�n). A la vez, el ascenso de las organizaciones sociales y
de las nuevas organizaciones sindicales y pol�ticas, nos habla de la aparici�n
de un aut�ntico cuarto poder, que balancea la influencia de los lobbies
medi�ticos y que impulsa y sostiene el proceso de reforma de las viejas
instituciones.
En el "d�a despu�s" que debe afrontar Cristina, como en el de Sebasti�n Pi�era,
el de Vilma y el de Barack Obama, aparece la gran deuda de justicia, una deuda
que no ha sido debidamente escrita ni formulada en los programas. Es la deuda
con los ni�os y los viejos. Con los postergados de los sucesivos modelos. Con
los indocumentados, los tercerizados, los inmigrantes esclavizados. Con todos
aquellos que permanecen relegados en la cara oscura, invisible salvo
excepciones, del sistema. En el compromiso real para cambiar y para seguir
cambiando el estado de las cosas, hacia un renovado horizonte de justicia e
igualdad, veremos si los actuales gobernantes se parecen m�s, se parecen menos o
siquiera son dignos de parecerse, moral y espiritualmente, a nuestros pueblos.