El Estado abandónico y predador tiembla como una hoja cuando toman la calle. Uno
ruge y los otros cantan en sintonías paralelas. Y al canto que no se entiende se
lo enmudece. Se lo vuelve charquito de sangre que después correrá en ríos por
todas las venas de la tierra.
Mariano Ferreyra tenía 14 cuando abrió los brazos a los sueños. Cuando empezó a
entender, caóticamente, que esa vereda por la que caminaba a tientas se podía
transformar. El estado abandónico y predador tiembla como una hoja cuando un
pibe enciende la rebeldía. A la edad en que la rebeldía asoma como un animalito
tímido, cachorro patizambo. A la edad en que justamente se intenta imponer la
imputabilidad, porque ese cuerpo inseguro, creciente, de vello incipiente en la
barbilla infantil, maquinaria de sueños nuevos, es un peligro para una
estructura social determinada y determinante.
Fueron los estudiantes franceses los que masivizaron la protesta contra la
reforma al régimen previsional, tan lejanas las consecuencias en miradas en las
que la vejez y la muerte no son posible más que para los otros.
Son ellos los que hacen temblar como una hoja al Estado que les manda la
policía, la bala en medio del pecho, la sangre bajando por el costado. Y después
la imagen de Mariano Ferreyra a los 23, casi muerto antes de la muerte, en la
camilla hacia la iconografía, tan guevariana la imagen y tan pibe - infantería
en ese trabajo duro y de semilla que es la lucha diaria por deshilachar la
injusticia. Deshilacharla hasta que la injusticia no sea más que un montoncito
de pelusas que un soplo de viento sur se lleva a los confines de todos los
pasados.
Apenas más de 14 tenía cuando vio desangrarse a Maximiliano Kosteki y Darío
Santillán. Estaba ahí. Tan cerca que los atrapó en las retinas y los tenía en
los bolsillos el miércoles, cuando fueron a cortar las vías. Siempre por los
expulsados a empujones del sistema. Los tercerizados, es decir, los terminales.
Los que se caen. Los que se sostienen con los últimos tres dedos de la cornisa
hasta que el Estado les pone la bota sobre las uñas.
Cuando el balazo le atravesó el pecho los paredones del puente Pueyrredón
comenzaron a esperar al tercer brazo en alto de la rebeldía. Alguien lo dibujará
y serán una multitud. Y el Estado abandónico y predador volverá a temblar como
una hoja cuando bajen por las calles a la hora en que rompe el día.