En los últimos años no fueron pocas las voces que insistieron sobre los riesgos
y consecuencias de volcarse sobre las estructuras de poder hegemónicas para
garantizar la gobernabilidad. Estos señalamientos están basados en la convicción
y en la experiencia de que estas estructuras no pueden ser actores de cambio
alguno, incluso si este existiera en el horizonte del proyecto kirchnerista. El
PJ y la CGT son organizaciones con una historia difícil de desandar, son desde
hace décadas estructuras de dominación con una lógica intrínseca que excede
incluso a su conducción circunstancial.
El caso de la central sindical es quizá el más cristalino en cuanto a la
imposibilidad de conducir un teórico proyecto de cambio desde esas
organizaciones. Al inicio del actual proceso político, se argumentó que la
disputa por la conducción del PJ y la CGT tenía como objetivo garantizar la
gobernabilidad, ya que sin el manejo de esta estructura partidaria y la
conducción de esa central, es imposible gobernar la Argentina. Lo cierto es que
bajo esa premisa, lo que se desplegó luego fue un dispositivo de relegitimación
de la dirigencia sindical cegeteista, fundada en el papel de la actual
conducción de la central obrera, representada en Hugo Moyano y el MTA, en la
lucha contra el neoliberalismo en los 90.
Este particular enfoque, evitó en todo momento mencionar el rol de complicidad
institucional jugado por la CGT durante la aprobación de las políticas más
antipopulares en casi 30 años de democracia, con la ley de flexibilización
laboral a la cabeza. También se desentiende de los negociados con las obras
sociales que implosionó con el caso de La Bancaria, en el que se constató que la
propia prestadora de salud de la gremial suministró medicamentos oncológicos
adulterados a sus afiliados o familiares que padecen cáncer, y por el cual está
en prisión Juan José Zanola.
Tiempo después y ante el progresivo estrechamiento de los marcos de alianzas del
oficialismo y a la par de la emergencia del debate sobre libertad y democracia
sindical, comenzó a galvanizar un discurso entre la militancia oficialista en el
cual no solo la CGT era regada de épica anti neoliberal, sino que a través de
ese cristal también comenzaron a volcarse miradas de desconfianza sobre la CTA.
La central surgida en Burzaco perdió así su lugar como espacio legítimo de
organización sindical y las sospechas sobre los alcances de su representación de
los trabajadores fue puesta sobre el tapete.
La legalidad gremial para la CTA por parte del Ministerio de Trabajo nunca fue
un debate posible para el oficialismo, así lo confirma la defensa cerrada del
unicato sindical, posición que ganó voces impensadas. La reivindicación de la
CGT llegó incluso a correr horizontes simbólicos que parecían infranqueables.
Dirigentes surgidos de las tendencias de izquierda del peronismo se sumaron con
algarabía a impulsar la Juventud Sindical, reedición nominal de aquel engendro
macartista, enemigo y asesino de la JTP, que prefiguró el funcionamiento de la
AAA. Las prácticas de los muchachos de la Unión Ferroviaria en Barracas, viene a
mostrar que, aún en escalas actuales, no es solo el nombre lo que se retoma.
Esta farsa insostenible de "unificación" de los sectores antagónicos del
peronismo, que ahora reaparecen conviviendo armoniosamente - pero bajo la
pretendida hegemonía del peronismo menos conservador, según observa la progresia
kirchnerista - fue catalogada como un salto de madurez. Pronto, algunos sectores
progresistas se vieron en la situación de tener que justificar las gorileadas de
los burócratas sindicales, tarea que desarrollaron estoicamente sin ponerse
colorados. Esta reivindicación forzada, consolidada desde la 125 hasta esta
parte, se desarrolla a través de una mística que reivindica no solo a las
estructuras de gobierno, PJ y CGT, sino que sostiene que la izquierda es la
derecha y nubla que los tiros de los muchachos de Pedraza iban dirigidos, más
allá de su destino final, contra otros trabajadores.
Desde 678, un panel de periodistas liberales lanza en sus canciones que "la
izquierda dice que Cristina hace el bien para hacer el mal" y se reivindican,
con una sinceridad macartista profunda, que "a la izquierda del kirchnerismo no
hay nada". La negación es el primer paso, el segundo fue cagarlos a tiros,
aunque cada acción la ejecuten actores diferentes.
En su momento, se escucharon pocas voces repudiando los dichos de un dirigente
de primera línea de la CGT, como lo es el metalúrgico Julio Belén, que afirmó
que la CTA es "la zurda loca, la cuarta internacional que manejan desde afuera",
y sugirió que el mayor peligro de desestabilización viene desde la izquierda.
Tampoco fueron mayoría las voces del oficialismo para repudiar la persecución
que durante años llevó adelante la UTA contra los trabajadores del Subte o el
visto bueno que dio la conducción del gremio de la alimentación para que la
policía bonaerense haga detenciones dentro de la planta de Kraff durante el
conflicto que se desató el año pasado en esa empresa. El crimen del maestro
Carlos Fuentealba en mano de la policía neuquina, provocó que la principal
central sindical del país decretara al menos una hora de paro. Hecho que al no
repetirse esta semana muestra pone en claro la dificultad de Moyano para
"separarse" en la práctica de la conducción de uno de los gremios más
importantes de la central que encabeza.
En la movilización del jueves último a Plaza de Mayo o en las principales
ciudades del país, se evidenció el amplio consenso popular tras el reclamo de
justicia y el rechazo a la burocracia sindical. La izquierda, o más
precisamente: el espacio político "a la izquierda del kirchnerismo" se expresó
con contundencia, enarbolando banderas que el gobierno pretende para sí mientras
las pisotea. Esto le preocupa más al kirchnerismo, que las críticas que le
surjan por derecha, que le terminan resultando funcionales. En cambio, el
cuestionamiento, pero sobre todo la visibilidad masiva en las calles de otras
voces más consecuentes enarbolando consignas de justicia, derechos humanos y
libertad sindical, descalabra toda estrategia oficial.
Las presencias minoritarias de figuras oficialistas (Baradel de SUTEBA, Luis
D’Elía, Nuevo Encuentro de Martín Sabatella) no alcanzan para disimular la
premeditada a ausencia de organizaciones afines al oficialismo en la
movilización del jueves último. La masividad en el repudio al asesinato de un
militante popular no aparece en el podio de la jerarquía de algunos jóvenes
dirigentes con teléfono abierto en la oficina de Oscar Parrilli, todos ellos muy
preocupados en no "hacerle el juego la derecha".
La identificación acrítica entre el kirchnerismo y la CGT se fue consolidando al
punto que la semana que viene, cuando se cumplan diez días del asesinato de
Mariano Ferreyra, La Cámpora realizará una serie de actividades en conjunto con
las 62 Organizaciones Peronistas, en las que hablarán bronces sindicales de la
calaña del porteñazo Alejandro Amor y la mano derecha de Pedraza, el "Gallego"
Fernández.
Un capítulo aparte merece la cobertura mediática. Contradictoriamente la
presencia de los medios fue la que colaboró para que desde un primer momento
estén claras las responsabilidades materiales del asesinato de Mariano Ferreyra.
Sin embargo, los medios masivos, voceros de los grupos de poder, fueron los que
reiteradamente hablaron de un "enfrentamiento entre sindicatos" o de la
"violencia gremial que vuelve a teñir de rojo al país", discursos tan
característicos de los sectores patronales que buscan desprestigiar a la
organización de los trabajadores, justamente en momentos en los cuales se
discute la participación de algunos sectores obreros en la rentabilidad
empresaria.
En sintonía con las respuestas del gobierno en la voz de los ministros Carlos
Tomada y Aníbal Fernández, profesionales en desconocer públicamente aquello en
lo que son especialistas en privado, aparecieron también las operaciones de
prensa oficialistas. 678 y la agencia Telám intentaron por todos los medios
vincular a José Pedraza con Eduardo Duhalde, cosa que por otra parte no ha de
ser difícil de lograr, pero que no modifica el escenario ni limpia los niveles
de responsabilidad en el esquema que hizo posible la muerte de Mariano. El ex
presidente, asesino nunca juzgado, no maneja la Policía Federal ni el Ministerio
de Trabajo ni las alianzas políticas del kirchnerismo.