Argentina, la
lucha continua....
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Manifiesto Ecosocialista argentino
El mundo ha llegado al siglo XXI inmerso en una realidad
global preocupante. A pesar del crecimiento económico prolongado, la
desigualdad, la pobreza, la injusticia y la violencia que caracterizaron al
siglo XX no han sido resueltas, e incluso en muchos casos se han agudizado. A
todo esto, debemos sumarle el hecho de que los límites a ese crecimiento han
comenzado a ser evidentes, mostrando un mundo sumido en una crisis ecológica
impensada hasta hace pocas décadas. El ser humano y su vida en la Tierra, tal
como la conocemos, corren peligro.
Esta crisis ecológica no es producto de problemas coyunturales, ni de políticas
erradas, sino que tiene su raíz en los fundamentos básicos de la sociedad en que
vivimos y su modo de producción, el capitalismo. No es por descuido, ni
tendencia suicida de la humanidad que se produce la degradación ambiental, sino
que se relaciona con la ausencia de control y planificación democrática y
participativa de la economía. Son las relaciones sociales de producción y
distribución de mercancías imperantes en nuestra sociedad, las que destruyen el
ambiente en el que vivimos y del cual somos parte.
El capitalismo, al producir un desarrollo sin precedentes de las fuerzas
productivas con el único objetivo de aumentar la ganancia privada de unos pocos
y considerar al trabajo humano y a la naturaleza como mercancías, degradó al
planeta en los últimos 200 años mucho más que en los anteriores 4000. El
calentamiento global, la contaminación del agua, la desertificación, y otras
formas en que la crisis ambiental se expresa, son consecuencias directas de la
apropiación privada de los productos del trabajo y de la búsqueda insaciable de
excedentes. ¿Es racional pensar que un sistema que ni siquiera puede aplicar el
trabajo humano en función de las necesidades humanas inmediatas pueda hacerlo
para evitar la degradación ambiental?
La producción destinada a la creación de valores de cambio para el mercado y no
a valores de uso realmente necesarios para la población, requiere de un excesivo
consumo energético y de bienes naturales para subsistir, y debe crear
necesidades donde no las hay, desarrollando mercancías inútiles y de poca
duración. El "American Way of Life", el "tener" antes que el "ser", las
relaciones humanas mediadas por las cosas, son parte de una cosmovisión burguesa
que se impuso como modelo dominante en el mundo occidental y que hoy ha llegado
a su máxima expresión, ponerle precio hasta a la propia atmósfera. Los derechos
de contaminación y de emisión de gases de efecto invernadero, así como los
denominados "bonos verdes" son ejemplos de cómo detrás de un discurso
"ambientalista" el sistema de mercado sigue intentando dominar e imponer su
lógica en todo lo que lo rodea.
En su necesidad constante de producir y vender mercancías, el régimen
capitalista se extiende hasta lugares antes inimaginados, se mercantiliza el
aire, el agua y la tierra, los cuales pasan a convertirse en meras cosas
pasibles de ser compradas en el mercado. Existe una contradicción insalvable
entre la característica inherente del capitalismo de autoexpandirse
constantemente y los límites concretos y tiempos mucho más prolongados que
requiere la naturaleza para reproducirse.
La desigualdad que genera este sistema no es sólo de carácter económico, como
bien es descripta y analizada por el marxismo clásico, sino que además toma el
carácter de desigualdad ambiental ya que por un lado es desigual en el acceso a
los bienes naturales (cada vez más los grandes monopolios controlan y concentran
la propiedad de la tierra y el agua) y por el otro genera desigualdad en la
posibilidad de vivir en un ambiente sano. Las clases altas pueden "comprar" su
medio ambiente, mientras que en los barrios pobres se concentran los mayores
niveles de contaminación y acumulación de desperdicios. Las clases medias y
bajas generan valor y riqueza con sus trabajos, pero reciben la contaminación y
los desechos del consumo desmesurado de las clases altas. Así también, la
naturaleza provee de la materia prima necesaria para la producción y recibe los
desechos de la misma. De esta forma, la tierra y el trabajador crean riqueza y
reciben desperdicios; ese es el medio ambiente construido por el sistema
capitalista.
La misma desigualdad se traduce a nivel mundial. Los países más ricos de la
tierra son los mayores generadores de desperdicios y contaminación por su
excesivo consumismo, así como también los mayores responsables del calentamiento
global (80% de las emisiones de gases de efecto invernadero), a pesar de que
representan sólo un 20% de la población. EE.UU es el caso más emblemático y su
modo de vida debería ser ejemplo de lo que no se debe hacer. Es el mayor
responsable de la crisis ambiental actual. Además, es el mayor productor de
armas del mundo, y su ejército tiene bases en todos los lugares del planeta
donde hay bienes naturales estratégicos, lo cual demuestra un intento de control
imperialista del ecosistema.
Es por esto que todo intento por evitar la degradación de la naturaleza, debe
volver a plantear la urgencia de la revolución, de un cambio radical que ponga
un freno a la marcha de la historia hacia un desastre ecológico de escala
planetaria. Como no es posible "ecologizar" al capitalismo, para frenar la
degradación de la naturaleza y defender el buen vivir del ser humano en el
ambiente del cual forma parte, debemos erradicar al Capital de las relaciones
sociales y construir un mundo nuevo, justo, igualitario y ambientalmente
sustentable.
América Latina es una de las regiones del mundo más privilegiadas y ricas en
biodiversidad y en bienes naturales escasos como el agua dulce. Pero también
tenemos una historia larga de saqueo de nuestros recursos que se inicia con la
llegada de los conquistadores europeos, y no se detiene con las independencias
nacionales. Millones de hombres y mujeres de los pueblos originarios del
continente indoamericano, cuya relación con la madre tierra fue siempre
incomprensible para el hombre occidental, fueron masacrados para hacer posible
el saqueo del oro y la plata, y así financiar el nacimiento y desarrollo del
capitalismo.
A pesar de que los pueblos de América Latina han sido saqueados y explotados por
más de 5 siglos, para el sistema financiero mundial son las naciones del tercer
mundo las que le deben a los países del primer mundo. Si contamos todo el oro y
la plata que se han extraído de las montañas americanas, las miles de hectáreas
de bosques nativos talados, las tierras arrasadas con los monocultivos, etc., y
si a todo eso le agregamos los costos que implica contrarrestar el efecto del
cambio climático del cual no somos responsables, la deuda se invierte. Son los
países del primer mundo los que le deben a los países pobres. Por eso es
imprescindible crear un movimiento latinoamericano que exija el no pago de la
deuda externa, y el cobro de la deuda ecológica. Latinoamérica tiene el desafío
histórico de conformarse en una región ecológicamente sustentable y socialmente
igualitaria, y así convertirse en la vanguardia del cambio mundial.
Actualmente, a pesar del surgimiento de gobiernos populares con intenciones de
cambio del modelo neoliberal de los 80 y 90, algunos con discursos de contenido
socialista y otros más moderados, el modelo económico de tipo extractivista y
dependiente de las fuentes de energía fósiles, no ha sido modificado. Sin
embargo, en todo el continente, desde la sociedad civil, surgen movimientos
sociales, organizaciones de base y asambleas ciudadanas que se constituyen
democráticamente y se movilizan en defensa de su ambiente y su calidad de vida,
enfrentando, así, a los proyectos económicos que atentan contra sus derechos.
Pero estos, en general, son movimientos "defensivos", que reaccionan ante la
amenaza concreta, sin un proyecto de cambio estructural, por lo cual resulta
imprescindible avanzar políticamente con un programa a largo plazo. Es necesario
que los movimientos ecologistas comprendan que a pesar de poder alcanzar logros
parciales en cuanto al cuidado de la naturaleza, no podremos resolver el
problema si no cuestionamos el sistema capitalista. De igual forma, los
gobiernos latinoamericanos que están cuestionando el neoliberalismo de los 90,
pero no el sistema capitalista en sí, llegan a un límite político en el que se
debe decidir si se avanza hacia un cambio social verdadero o se conforman con
reformas parciales que no resuelven los problemas de fondo.
En la Argentina, con un gobierno que a pesar de su retórica progresista y
algunas medidas que intentaron un cambio con respecto a la política neoliberal,
la política ambiental no ha mejorado, y el modelo económico basado en la
exportación de soja y minerales se ha intensificado. Este modelo trae
consecuencias gravísimas para la sustentabilidad de nuestros bienes naturales y
agravan significativamente la desigualdad ambiental.
El código minero argentino es vergonzoso, es el marco legal que posibilitó una
trágica combinación entre saqueo y agotamiento de recursos naturales,
autoritarismo empresarial, complicidad institucional y contaminación y
degradación del ambiente. Las características de la minería han cambiado
profundamente con el surgimiento de los mega proyectos mineros de producción "a
cielo abierto", con un impacto ambiental altísimo, tanto en su aspecto
ecológico, como en lo social y cultural. El consumo de agua (en zonas
semidesérticas) y el gasto de energía que implica cada proyecto son muestras de
cómo el sistema capitalista privilegia la creación de valor de cambio (dirigido
a mercados globales) por sobre el valor de uso que tiene el agua y la energía
para las poblaciones locales.
En cuanto al modelo sojero-exportador, no sólo se está desforestando montes y
bosque nativos para la plantación de soja para exportar a China, reduciendo
notablemente la cantidad de tierra cultivada para granos destinados a la
alimentación, sino que además con el objeto obtener mayor beneficio económico
los productores implementan la "siembra directa", que junto a la utilización de
agroquímicos contaminantes sólo dejan viva a la planta de soja, destruyendo así
la fertilidad de la tierra. De esta forma, se pone en riesgo la soberanía
alimentaria y la salud de la población con el objetivo de que una minoría
obtenga ganancias extraordinarias en pocos años.
Por otro lado, la libre disponibilidad de divisas hizo que, con la privatización
de YPF, cayeran en forma vertical las inversiones en exploración de petróleo y
gas y hoy sea crítica la situación de reservas. Al mismo tiempo que se
extranjerizó la base energética del país, no se desarrollaron tecnologías
sustentables que puedan reemplazar al petróleo y al gas cuando estos se agoten.
En el sector pesquero, con el caso de la merluza, se está repitiendo lo acaecido
tiempo atrás en Perú, donde prácticamente se diezmó la producción ictícola por
efecto de la sobreexplotación.
En todos estos casos existe una lógica, se privilegia la ganancia capitalista
del momento, revelándose la incapacidad del capitalismo de planificar a largo
plazo y el beneficio de una minoría por sobre las necesidades básicas de la
población. Por todo esto resulta imprescindible volver a plantearnos la
necesidad de una planificación mundial de la economía con un sentido social y
ecológico, pero efectuada desde abajo, con la participación activa de todas y
todos los creadores de riqueza.
Desde el Ecosocialismo proponemos una transformación radical de la sociedad,
cuya importancia recaiga en el "Ser" y no en el "Tener". Tenemos como horizonte
una revolución económica, social, política y cultural que requiere empezar a
construir aquí y ahora los fundamentos de una nueva sociedad. Una sociedad que
se base en:
igualdad social
democracia participativa
nueva racionalidad de carácter ecológico
Colectivización de los medios de producción
planificación democrática y participativa de la inversión, la producción y el
consumo
nueva estructura tecnológica ecológica de las fuerzas productivas.
Debemos impulsar urgentemente políticas de transformación a nivel nacional y
regional, desde una óptica ecológica y socialista. Reducir la jornada laboral;
promover una planificación democrática de la explotación de bienes naturales
según las necesidades sociales (locales, nacionales y regionales); impulsar el
desarrollo de las energías renovables con menor degradación ambiental:
hidráulica, eólica, solar, geotérmica, etc.; transformar la producción agrícola
y ganadera orientándola hacia la integración y aprovechamiento de las ventajas
regionales para alcanzar la soberanía alimentaria; permitir la extracción
únicamente de minerales que sean imprescindibles para la construcción y la
producción industrial y no para artículos de lujo; darle prioridad al uso del
agua dulce para consumo humano y riego de la producción agrícola; sanear las
cuencas hídricas; impulsar el desarrollo tecnológico y científico ecológico;
promover el reciclaje de residuos; y ampliar y mejorar el transporte público.
Estas y muchas medidas más son las que debemos impulsar para comenzar la
transformación del mundo.
Una sociedad de este tipo requiere la movilización y participación activa de la
población, ya sea que asuman indistintamente un rol de productores o de
consumidores. Por tanto, significa también una revolución cultural donde primen
las acciones colectivas por sobre el individualismo.
En este momento histórico resulta imperioso que el marxismo tradicional se
libere de las concepciones del progreso ilimitado de las fuerzas productivas
imperantes en lo que se denominó el "socialismo real" del campo soviético e
incorpore la dimensión ecológica como parte de la transformación social; así
también, la tradición ambientalista debe liberarse de concepciones
neomalthusianistas, economicistas y tecnicistas, e incorporar el análisis
marxista de las relaciones sociales y de la concepción de la naturaleza.
Debemos impulsar la creación de un nuevo movimiento político, social y ecológico
fundado en la crítica marxista del sistema capitalista y que al mismo tiempo sea
capaz de nutrirse y articular con los sectores anticapitalistas de otras
tradiciones políticas y culturales anticapitalista (anarquismo, indigenismo,
ambientalismo, feminismo, etc.) y ampliar las bases sociales hacia todos los que
se sientan afectados social, cultural o ambientalmente por la dominación del
Capital y la lógica del mercado.
El ecosocialismo representa la convergencia, inevitable, entre las luchas
sociales y económicas y las luchas ecológicas, ya que ambas terminan en la misma
conclusión: para alcanzar soluciones finales a nuestras problemáticas, debemos
destruir el capitalismo. El objetivo es una sociedad establecida sobre nuevas
bases: asociación en vez de competencia; planificación democrática de la
economía en vez de comercio y lucro; trabajo, energía y recursos para
satisfacción de toda la población y no para lujo de unos pocos.
El ecosocialismo debe conformarse en un movimiento que, a partir de las
particularidades de cada región, se articule a nivel global, ya que el enemigo
al que debemos enfrentar y el riesgo que afrontamos son de escala planetaria.
Desde la diversidad de cada lucha, debemos plantearnos objetivos de cambios
radicales a nivel mundial. Para proteger el planeta, debemos cambiar el mundo.
Por Grupo Ecosocialista
Somos un grupo de discusión de reciente conformación. Nos proponemos hacer un
modesto aporte al fortalecimiento tanto del movimiento socialista como del
movimiento ecologista, cuyas trayectorias han corrido por distintos cauces. Al
menos hasta ahora.
Para contactarnos, enviarnos comentarios o críticas:
grupoecosocialista@yahoo.com.ar