Argentina, la
lucha continua....
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La alegoría de Platón y los medios masivos
Juan Castillo
Cuanta sabiduría derrochaban aquellos hombres de la antigüedad -más allá de
compartir o no sus ideas-, veintiséis siglos atrás, en comparación con el hombre
de hoy.
Basta recordar la clasificación que hacían respecto de la mera opinión (doxa)
que, como bien lo enseñaba el difunto García Morente, es el saber que tenemos
sin haberlo buscado y, el conocimiento fundado (episteme o ciencia) que es el
saber que tenemos porque sí lo hemos buscado. Y aquí es preciso observar un
rasgo sustancial, la episteme por apelar al término griego requiere
indefectiblemente de un mínimo de esfuerzo, del ejercicio de la búsqueda para
alcanzar ese saber racional y reflexivo.
En cambio la doxa u opinión es la simple visión de las cosas tal cual las vemos
u oímos sin apelar al ejercicio reflexivo; es decir, sin procurar indagar más
allá de lo aparente. Mantenerse en el terreno de la Doxa, no es otra cosa que
adherir a aquella corriente filosófica que se conoce como realismo
ingenuo. Esto es, suponer que la realidad la captamos tal cual es;
obviamente, si así fuese, no tendríamos necesidad de la ciencia, de la
investigación, de la búsqueda, de la episteme. Sin embargo, no son pocos los
seres que, a lo largo de la historia de la humanidad, confiaron y confían
ciegamente en la opinión, asignándole a ésta una entidad de la que
intrínsicamente carece.
Es suficiente rememorar -continuando con los griegos- aquél mito platónico
denominado La alegoría de la caverna para constatar que aquellos
prisioneros de la caverna inmovilizados por sus cadenas y obligados, sin poder
verse uno a otro, a contemplar un muro de sombras terminaron creyendo que la
realidad era eso que veían; es decir, las sombras.
Y vaya a que punto que, cuando uno de esos prisioneros pudo soltarse de las
cadenas y tomar, de ese modo, contacto con el exterior sus ojos no solo se
vieron afectados por una sensación de dolor, sino que se resistían a ver lo que,
precisamente, estaban viendo: "la concreta realidad".
Hasta que, después de un esfuerzo mental, comprendió que ese, y no otro, era el
mundo real; claro que luego regresó a la caverna y procuro comentarles a sus
compañeros de prisión que lo real se hallaba fuera de ella. Pero como era de
esperar, estos intentaron matarlo porque suponían que estaba faltando a la
verdad. Pues, tantos años contemplando "las sombras" que terminaron incorporando
en sus mentes que esa resultaba ser la única realidad.
Ésta alegoría platónica no podemos dejar de relacionarla con la actualidad
mundial; pues, solo que hoy los prisioneros de antaño son los "ciudadanos del
momento" y el muro de sombras es el espacio mediático existente.
Es dable reconocer, que algunos prisioneros "han escapado de la caverna" pero un
significativo y mayoritario número " de almas" aun sigue visualizando la
realidad desde un muro o una pantalla de TV.
Otros ignoran la alegoría y algunos de ellos dicen no creer, actuando (y
acudamos a otro momento de la historia) como los obispos en el Galileo de Brecht
que se negaban a mirar por el telescopio por temor a encontrarse con una
realidad que arrojaba por los aires "las verdades" que ellos mismos abrazaban.
Sin duda, tanto Platón como Galileo estarían enfrentados, hoy día, a los
detentadores de los medios de comunicación masiva - no por ser detentadores,
sino por mentir descaradamente- claro que los mismos medios se encargarían de
difamarlos y de ese modo lograr el consenso necesario –brindado, obviamente, por
los eternos prisioneros- para marginarlos, condenarlos o en su defecto para que
abjuren de su posición.
Como vemos resulta difícil perseverar en la búsqueda de la verdad en lo tiempos
que corren, máxime con la ilimitada capacidad de los medios en difundir
información falsa, parcializada, sesgada o manipulada para que "sus prisioneros"
permanezcan ajenos al mundo real.
Lo problemático de todo esto es que esa población cautiva de los medios y que
confunde, merced al deplorable trabajo mediático, realidad con virtualidad
representa un número relevante de personas.
Son los "ciudadanos teledirigidos" que ubicados placidamente sobre el vehículo
mediático van contemplando "el paisaje de la realidad" mientras un guía, en
apariencia neutral, les relata una historia que no se ajusta fielmente a la
verdad.
En cambio, aquel ciudadano dispuesto a indagar un poco más en lo que acontece
podrá encontrar, cotidianamente, sobrados ejemplos del ocultamiento deliberado
de la realidad.
En nuestro país, y en el mundo entero, hay ingentes muestras de la alegoría
platónica, sería bueno empeñarnos en encontrarlos y, de ese modo, abandonar la
confortable pero perniciosa "butaca de los prisioneros".
Pero, obviamente, siempre ha sido "mucho más grato" frecuentar los caminos sin
esfuerzo de la Doxa que transitar los fatigosos senderos de la Episteme.
En el caso de Argentina, un buen antídoto contra los "efectos anestesiantes de
la pantalla" ha sido la sanción de una nueva ley de medios; de ahí que los
proveedores del suero adormecedor no escatimen en engañar a su público
haciéndoles creer que la mentada ley tiene por objeto restringir la "libertad de
prensa".
Menuda labor la de estos tiempos, no solo es necesario romper las cadenas de los
prisioneros; sino además, despertar a éstos de su largo sueño.