Argentina, la
lucha continua....
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Batallas contra la moral dogmática
Eduardo Lucita
La sociedad ha demostrado estar madura para afrontar debates sobre temas como el
matrimonio igualitario o el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio
cuerpo. Lo logrado es el preanuncio de nuevas conquistas. Preocupan a los
sectores retrógrados las demandas sobre el aborto o la separación de Iglesia y
Estado.
En lo que fue del 5 de mayo al 15 de julio del año en curso un intenso debate
galvanizó a buena parte de la sociedad argentina, se trataba del finalmente
aprobado matrimonio entre personas del mismo sexo. Este logro fue caracterizado
como una ampliación o profundización de la democracia, sin embargo sus
implicancias son mas profundas.
Efectivamente en la madrugada del 15 de julio el Senado aprobó el proyecto de
matrimonio igualitario, que ya tenía media sanción de Diputados, el 21 del mismo
mes la Presidenta de la Nación sancionó la Ley 26618/10 que incorpora
modificaciones al Código Civil extendiendo la institución matrimonial a personas
del mismo sexo.
No cayó del cielo
El también llamado matrimonio igualitario es indudablemente una conquista
democrática que se inscribe en los avances, limitados pero avances al fin, que
se van logrando desde 1983 en adelante. Pero este avance constituye un mojón en
nuestra historia como Nación, que se emparenta con la Ley de divorcio de 1987, y
más atrás en el tiempo con la sanción del matrimonio civil en 1888 o el voto
femenino en 1947.
La forma precipitada en que se desarrollaron los debates y la misma sanción
no deja de ser sorprendente. Es indudable que estuvo habilitada por el
kirchnerismo, pero el gobierno no puede arrogarse la titularidad de esta
conquista de mayor igualdad y mayor democratización. Se debe reconocer la
existencia de un amplio movimiento social de ciudadanos gay, lesbianas,
bisexuales y transexuales que desde hace años vienen batallando por sus derechos
como minorías. Por ser tratados como lo que son, iguales más allá de las
diferencias, por ser sinceros sin que por esa sinceridad resulte castigada, sea
en el ámbito familiar o el laboral. Sin ninguna duda este vasto movimiento, que
se manifestara hasta altas horas de la madrugada frente al Congreso de la Nación
aquel 15 de julio, ejerció presión y tuvo incidencia en la votación final.
Antecedentes
Hay que remitirse a 1971 para encontrar las primeras formas
organizativas. Ese año se constituyó, en plena dictadura del Gral. Onganía, el
Frente de Liberación Homosexual (FLH) que tuvo una amplia participación política
hasta el golpe de 1976, se calcula que de los 30.000 detenidos-desaparecidos por
el terrorismo de Estado 400 pertenecen a la comunidad homosexual. En 1984 se
crea la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), cuyo objetivo no es otro que
enfrentar y denunciar la represión y persecución de que eran objeto. Finalmente
en 2006 se funda la Federación Argentina de Lesbianas, Gay, Bisexuales y
Transexuales (FALGBT). La evolución del movimiento ha tenido un fuerte
crecimiento a partir de ese momento, el mismo puede medirse por la convocatoria
de las Marchas del Orgullo Gay-Lesbico que años tras año, combinando festejos y
luchas, transitan desde Plaza de Mayo a la Plaza de los dos Congresos. La
primera en 1992 reunió a no más de 200 personas, la última en 2009 a 50.000
según el cálculo policial, 100.000 para los organizadores
Algo más que mayor igualdad y democracia
La conquista de la legislación que habilita el matrimonio igualitario tiene
una trascendencia que supera su objeto específico. Claro que también está el
desafío de hacerla cumplir, como con la recientemente aprobada Ley de Violencia
de Género. Se trata de batallas contra la moral dogmática en un país
profundamente sexista, patriarcal, homofóbico, donde el oscurantismo clerical ha
sido el gran derrotado. En el debate reciente las iglesias no defendían ningún
principio religioso sino un orden moral naturalizado, una moral única e
inmutable en el tiempo. Por eso es que no alcanzaba con decir que el matrimonio
es exclusivo entre un hombre y una mujer, o que la familia se disolvería
–curiosamente el mismo argumento que esgrimieron en 1888 cuando la ley de
matrimonio civil y en 1987 cuando la ley de divorcio- y fue el propio arzobispo
de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quién puso la impronta ideológica: habló de
una "guerra de Dios".
No se trató de un simple error discursivo. El tutelaje moral forma parte de la
dominación ideológica en el marco del sistema del capital. Si en las bases
materiales de la sociedad la explotación, a los fines de la acumulación del
capital, esta garantizada por el aparato represivo del Estado, en el plano
ideológico la reproducción de la fuerza de trabajo y su control, necesarios para
esa acumulación, está garantizada por los aparatos ideológicos del Estado, un
rol no menor cumplen las iglesias. Entre nosotros particularmente la Iglesia
Católica que recibe un tratamiento preferencial por parte del Estado. Religión,
sexo, matrimonio, son los componentes de una tríada indisoluble de esta
dominación. Constituyen un sistema de valores que han impuesto en el imaginario
social, y que lo pretenden de una vez y para siempre.
Batallas por venir
En 1990 el escritor y periodista Carlos A. Brocato publicó un ensayo que
marcó toda una época, Anticoncepción y aborto penúltima batalla contra la moral
dogmática. Como se comprende ya desde el título anunciaba que habría otras
batallas. El reciente triunfo de la igualdad es un eslabón más en esa batalla
contra el dogmatismo, que ha abierto una grieta en el plano ideológico para dar
cauce a otra batalla: el derecho de las mujeres a controlar su cuerpo y su
vida reproductiva. Hasta ahora se les niega ese derecho pero lentamente logran
se amplíe el alcance del aborto no punible y cada vez más el derecho
internacional respalda sus reclamos.
La propia Iglesia Católica se ha autocriticado de su reciente (penosa) actuación
respecto del matrimonio igualitario, obviamente preocupada porque perciben que
el debate sobre el aborto crece en la sociedad. Es que saben de la existencia de
un movimiento de larga data que bajo el lema: Anticonceptivos para no abortar,
aborto libre para no morir, recorre el país desde hace dos décadas y que año a
año es el centro de las deliberaciones y debates en los Encuentros de Mujeres,
donde miles se reúnen para discutir problemas de género y del feminismo.
Hay entonces un amplio campo en el plano ideológico para democratizar la
democracia para nuevos debates contra esa moral y el orden tutelar que esta nos
impone. Es tiempo ya de hacer realidad el derecho de las mujeres a
controlar su cuerpo y su vida reproductiva. Y sobre todo a batallar por otra
tarea pendiente: la separación de la Iglesia y el Estado.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI – Economistas de Izquierda