Asistencia social y pueblos originarios
La mano buena que acaricia al bárbaro abatido
Emiliano Bertoglio
Muchos sectores de los pueblos originarios se encuentran en emergencia
alimentaria y sanitaria, por mencionar sólo los aspectos más visibles y urgentes
de sus necesidades. Esta realidad es cíclicamente puesta en escena según lo
manden los intereses político-partidarios y de los medios. El lento genocidio de
las comunidades aborígenes fue deslizándose a lo largo del tiempo desde la
negación directa al sutil paternalismo que anula la diferencia y somete. El
carácter autoconciliador de las actuales dádivas caritativas se antepone al
cuestionamiento de las circunstancias –siempre políticas- que llevaron al otro,
al que recibe, a condiciones indignas e injustas. Vigencia del supuesto moderno
civilización / barbarie. Necesidad de reconocer los procesos de
resistencia que tejen los conjuntos históricamente soslayados y negados.
Desde hace algún tiempo y como si fuese el último grito de la moda burguesa se
organizan por doquier grandes colectas y campañas de beneficencia para llevar el
progreso a aquellos tobas o wichis del Impenetrable Chaqueño, que quién
sabe por qué inexplicable fatalismo universal se encuentran en el último escalón
de la dignidad humana.
En 2007 se denunciaron un promedio semanal de alrededor de 92 nuevos casos de
desnutrición grave [1] . Como causal de la muerte, a la
desnutrición se suman el chagas y la tuberculosis.
Pero el aborigen es atrasado por su histórica e incomprensible obstinación a no
asumir las pautas de trabajo del hombre supremo.
Entonces medios de comunicación, otros grupos empresariales camuflados tras la
pantalla del marketing social, artistas del mundillo de la fama frívola,
fundaciones de identidad real desconocida y ciertos sectores pequeño-burgueses
mancomunan esfuerzos y sensibilidades en estas cruzadas salvadoras.
Y luego de tantos eventos de visibilidad pública, la violencia de llegar a ese
lejano paraje e improvisar la alegría espontánea. La disimulada arrogancia de
presuponer o imaginar que el otro ya es determinada cosa, que necesita tales
otras, que son ellos quienes se las pueden dar –tan cristianos y bondadosos, tan
occidentales, tan blancos, tan urbanos-. La conceptualización de esos enormes
hombres y mujeres arrugados (que viven desde miles de años donde quizá nadie más
podría hacerlo) como pequeños, como pobres, como recipientes a llenar con amor
católico.
Para salvarse a sí mismos muchos volverán creyendo haber sido misericordiosos,
con recuerdos bellos, tal vez con lágrimas, con fotos de objetos antes
que de sujetos, con ese lugar del cielo ya en el bolsillo. Un feliz
tour al corazón de la miseria.
(Aunque al fin y al cabo lo importante es otra cosa: aquellos desheredados serán
exonerados de sus padecimientos terrenales al llegar al reino celestial, que
es para los pobres.)
En eso están. Sumados al cargoseo de tanta iglesia, de tanta organización de
desarrollo, de tanto candidato a cargo público. ¿Puede la pobreza redituar a
intereses particulares? ¿Qué fundamenta semejante nivel de cinismo?
La ayuda social se orienta hacia los excluidos dóciles, los no rebeldes.
Creación de los sectores del poder, es seguida por sus vasallos –conscientes
cuanto no- que trabajan en la puesta de simples "parches" pasajeros.
Las palabras que denuncian seriamente la situación socio-económica de los
asistidos y sus causas "reales" son un tanto menos escuchadas de lo ya poco que
las reproducen medios, universidades y gobiernos. La caridad, que consuela pero
no cuestiona, es legítima y emociona hasta las lágrimas. La solidaridad que
interpela las causas de toda injusticia debe ser desestimada o ignorada con el
mayor decoro posible [2] .
Quienes se asoman desde "afuera" a esa región de tristeza no aluden nunca a la
imposición de economías y estilos de vida que condenan u orientan a muchas
comunidades originarias hacia la dependencia. Es que sencillamente, sabiéndolo o
no, forman parte de esas estructuras de desmembramiento espiritual y material.
El santo mesianismo prolonga la negación de saberes, creencias, lengua, rutinas,
concepción del tiempo, simbolismos de la cosmovisión sobre las que se amasa la
artesanía de la vida misma. Postergan el re-emerger pleno y digno de los pueblos
sometidos.
Cíclicamente la televisión de la capital se da vuelta para mirar los restos del
viejo continente, pues su presente y destino urbanos la hermanan con las
grandes capitales del mundo. Se acercan a apenarse y a mostrar al aborigen como
suplicante, silente, desposeído, imposibilitado, eterno mendigo que estira la
mano desde su origen esperando el abrigo y el alimento de la sociedad que supo
descubrir el progreso casi por propio instinto y principio genético. Qué
no fue Buenos Aires sino una ciudad por sus luces hecha insignia de los procesos
de modernización capitalista en esta América de raíz indígena.
Las mismas emisoras y pantallas que glorifican el histórico progreso
económico de la nación, y que hoy se alimentan de la extensión de las fronteras
del monocultivo que mata al monte y a sus hombres, se visten con el ropaje que
los asemeja a filántropos puros de corazón [3] .
Hipocresía y falso humanitarismo que lleva a rememorar los sonidos trágicos de
Gerónima, la anciana mapuche muerta por la violencia del sistema religioso y
médico occidental que la manoseó compulsivamente: "No quiero que me den una
mano, quiero que me saquen las manos de encima" [4] .
Las dádivas paternalistas autoconciliadoras configuran una relación de poder
asimétrica entre quien otorga –quien impone- y quien recibe. Al anular la
percepción del Otro en tanto par, delinean o reafirman la existencia de un ser
superior.
Con el asistencialismo desaparecen además las prácticas culturales comunitarias
de satisfacción de las necesidades. Dice Sixto Vázquez Zuleta, maestro y
escritor colla: al indio se le condiciona a esperar todo de afuera, del blanco omnipotente,
dueño de la riqueza, la tecnología y la sabiduría. Y eso conduce también a
esperarlo todo del gobierno y a perder el sentido comunitario. Las dádivas,
limosnas, el paternalismo actual, nos están haciendo dependientes de otro; esa
sobreprotección ahoga nuestra responsabilidad y nos causa pereza mental. Total,
si me van a mandar ropa. Para qué voy a tejer. Total, si mandan comida, para qué
voy a sembrar. Para qué voy a trabajar, si es más fácil pedir. Es el mecanismo
que genera pordioseros [5] .
La dicotomía civilización / barbarie que expresara Sarmiento como
principio del proyecto de europeización del sur de América Latina adquiere en el
siglo XXI un nuevo rostro, revelando su vitalidad como supuesto filosófico. Para
el hombre de este tiempo el ajeno es al fin de cuentas, hoy, un bárbaro
abatido. A esto fueron minimizados los aborígenes del Chaco. El que había
sido un indómito refugiado en el bosque inaccesible ahora languidece su vida. El
último espacio de fortaleza en ser domesticado por las instituciones de la
Nación –ejército, iglesia y luego la escuela- fue siendo de a poco un
Impenetrable cada vez más frágil y endeble.
(Simultáneamente a la eliminación de las condiciones materiales de existencia,
en el plano "ontológico", el hombre urbano – burgués actual cosifica a los
pueblos originarios transformándolos en una postal fotográfica de la prehistoria
incivilizada).
Pero para calmar semejante desprotección está la mano buena, cristiana,
occidental, blanca, propietaria, masculina, que salva y purifica los espíritus
solitarios en medio del yermo. Quién sino podrá ayudar al niño tímido y
desamparado que muestra la TV.
Sin embargo, más vergonzoso que el estado al cual fueron reducidos estos pueblos
es el proceso pergeñado y ejecutado a lo largo de los siglos para ello. Así como
no existe desde siempre este paisaje de tragedia humana mostrado de vez en vez,
tampoco es repentino. Desde su origen el Estado moderno capitalista ha sido
cómplice, responsable y/o ejecutor del genocidio aborigen [6]
. La historia de la eliminación de las diferencias y de la dominación
efectuada por el hombre occidental (y/o por el occidentalizado) se
escribe en etapas muy claras.
En la primera destruyó y tomó posesión del espacio de los nativos, en avanzadas
sucesivas que fueron relegando cada vez más a los habitantes originarios. Los
que no fueron empleados como mano de obra barata o directamente esclava en los
obrajes del patrón blanco, fueron muertos [7] . Otros
corrieron la mejor suerte de terminar confinados a reducciones religiosas o en
reservas alejadas y muchas veces improductivas. Pocos se salvaron para continuar
la vida en el monte, en los cerros.
Otro capítulo insoslayable de la conquista se escribe con los aportes de la
cruz. El testimonio de Patricio Doyle resulta una confesión cruenta. Este
escritor, ex sacerdote y ex presidente del Instituto Nacional Indígena (INAI)
que desde 1973 vivió más de veinte años con el pueblo wichí, revela la
importancia de la religión en el proceso de vaciamiento cultural de las
comunidades aborígenes por las cuales transitó: Los grandes responsables del genocidio indígena fueron los misioneros, no los
políticos, ni los militares ni los empresarios, aunque estos también se
aprovecharon, y mucho, de ellos. […] Desde hacia siglos se les venía imponiendo
el pensamiento de que todo lo suyo era malo, que tenían que olvidarlo todo,
pasar a vivir como blancos, ser buenos trabajadores y que, si se portaban como
ellos les decían, algún día serían felices en el cielo […] Social y
psicológicamente fue genocidio lo que hicieron con ellos, porque los obligaron a
olvidar su pasado. […] Los aborígenes […] a través de los misioneros de la
religión oficial del imperio español fueron vaciados por dentro […] El gran
problema fue que los misioneros les arrancaron su identidad. Si trato que un
naranjo sea un algarrobo, lo mato. Si trato que un wichí sea un alemán, lo mato.
El aborigen es aborigen, o no es. […] Llegué a la conclusión de que nosotros no
debíamos estar allí ni para llevarles cosas ni para enseñarles que si se
portaban bien iban camino al cielo. Lo que necesitaban era ser valorados y
amados. [8] Esta enajenación se prolonga en el presente, y con figuras celestiales de
distintos signos. Casi todos los aborígenes del Chaco, por caso, hoy dicen
pertenecer a grupos evangelistas, de la llamada Asamblea de Dios, de la Iglesia
Universal o a otras que siguen con el proceso de deformación y olvido de la
propia cosmovisión y hábitos. En los últimos años se edita un nuevo desplazamiento de comunidades
aborígenes y campesinas. Las opulentas ganancias que promete el cultivo de la
soja han llevado a pampeanizar zonas hasta ahora inexploradas, como algunas
regiones de Chaco, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, el norte de Córdoba, y
más. El modelo agro-exportador se cultiva con la connivencia de productores
rurales y gobiernos nacionales y provinciales. "En los últimos doce años, la
superficie de las tierras fiscales existentes en la provincia de Chaco ha
disminuido de 3.900.000 a 660.000 hectáreas. Pero estas tierras no fueron
otorgadas, de acuerdo a la Constitución provincial, a las comunidades indígenas
o a criollos que desarrollan actividades rurales, sino que fueron vendidas (en
ocasiones con los propios indígenas adentro) a empresarios madereros y sojeros,
principales responsables de la drástica reducción de los montes ocurrida durante
la última década" [9] . Cada parte capitaliza su ganancia y, en paralelo a la ruptura del
auto-sustento de los pueblos nativos, se tejen estructuras de dependencia que
terminan por someterlos. "El monte ya no es el antiguo vergel de recursos que brindaba alimentos y
medicinas, que permitía la vida y la hacía posible. Van desapareciendo los
árboles que han acompañado las tradiciones y los mitos del pueblo toba. Hay
menos lapachos, menos algarrobos, menos itines, menos quebrachos. Disminuyen las
especies animales y vegetales, no hay más marisca, se restringe la pesca. Las
abejas, que tradicionalmente han formado parte sustancial de la economía y la
alimentación toba, huyen a otros sitios a causa del desmonte. La depredación
avanza y la gente no tiene sustento. Sólo quedan los planes sociales y los
bolsones de comida que hacen a los miembros de la comunidad presas del
clientelismo político" [10] .
El monocultivo se traduce a monocultura
La agricultura que promete generar alimentos, deja a la geografía hecha
páramo y desolación. A cambio, crecen lejanas cuentas bancarias, aumentadas para
un flamante e inescrupuloso terrateniente. Qué comerán estos sujetos, sin su tierra, despojados de futuro para seguir
construyendo su historia, trizado el sustento de la propia cosmovisión. Ahora
bien, y lógicamente, entra en escena la asistencia social. Tras las avanzadas "físicas", finalmente, vienen los portadores de una
batería de métodos más o menos sutiles de invasividad, negación y subyugación
cultural [11] . Aunque no siempre se reconozcan
mutuamente, la mano que enferma y la que cura comparten principios, intereses y
aspiraciones socio-culturales. Doble moral que asesina. Falso altruismo. El último bastión de la imposición y dominación viene en curiosas y a veces
inútiles mercaderías coloridas. Alimentos, ropas, medicinas y juguetes viajan a
salvar las almas pobres. Van con la forma de ayuda social, que no es más que una
forma subsidiaria de sanar el hambre y la injusticia. Zapatos viejos para el norte, sí. Oponerse a la expansión de la frontera
agrícola que avanza destruyendo las comunidades campesinas y el espacio en donde
ellas recrean la vida, no. Es de esta forma cómo se anula (o se consuela) la
consciencia de la necesidad de una transformación verdadera, radical a la par
que respetuosa de los principios de su gente. La miopía propia a la conformación cultural que se concibe como superior
alimenta la hipocresía de la sociedad que juega el papel del humanitarismo
ingenuo, como si esto la salvara de responsabilidades y culpas. La brutalidad de este confinamiento del aborigen al último espacio material y
simbólico de su vida, de esta expulsión al margen de la dignidad humana en donde
es "rellenado" con los desechos materiales de las clases medias, se completa con
el rechazo y/o con la explotación laboral en las propias urbes urbanas. ¿Qué
suerte siguen los que migran de su espacio originario para trabajar en la
sociedad blanca-occidentalizada? No alcanza con expulsarlo de su tierra… La decolonización del conocimiento de esta realidad debe partir de la certeza
según la cual no existen lugares pobres (como si lo fueran desde la génesis del
mundo, o por un cataclismo desconocido cuya identificación resulta hasta
irrelevante). Pero sí hay pueblos empobrecidos, desposeídos, sometidos por
terceros [12] . Tan necesario como subsanar la urgente inanición es revisar la injusticia de
este hambre, reconociendo y asumiendo causas históricas. Estas páginas no son inhumanas por negar la ayuda caritativa. Si son crueles
los son al desnudar la posición de poder que el discurso de la limosna supone,
llamada centralmente a que las estructuras de desigualdad material se prolonguen
en el tiempo, y a que las de colonialidad del pensamiento se justifiquen a sí
mismas. La sensibilidad real es reconocer la diferencia y la igualdad real entre los
hombres, valorando las condiciones dignas de vida del Otro. Es por esto que a la lástima cristiana debe anteponerse la admiración hacia
quienes siguen levantando su propia bandera aún tras siglos de padecer la
expropiación y la indiferencia. La única solidaridad que los pueblos necesitan es la de la escucha y no la
del monólogo compasivo. La mano necesaria es la del puño que acompaña la histórica resistencia
cultural, que hoy re-emerge en cinco siglos de vejaciones, ataques,
humillaciones y "olvidos". No hacen falta fórmulas subsidiarias, sino compañía
en la lucha. Porque "A las estrategias, modalidades y mecanismos diseñados por los
dominadores de todos los tiempos corresponde una plétora de expresiones,
acciones, estrategias y proyectos políticos de quienes se resisten a ser
dominados" [13] . Siempre. De ahí lo imperioso de alentar los procesos actuales de autoconcientización y
reivindicación de los pueblos originarios: para que haya un mañana tejido con la
sabiduría y los colores de los hombres milenarios. [1] Datos del Centro de Estudios Nelson Mandela. Citados por
Mempo Giardinelli en Cinco indiecitos. Nota del mes de agosto de 2007, incluida
en Anuario `07 Página / 12. Buenos Aires. p. 241. [2] Eduardo Galeano (2008). Patas arriba. La escuela del
mundo al revés. Ed. Catálogos. Buenos Aires. [3] Las sucesivas cosechas récord que los medios masivos
anuncian felizmente como sinónimo de riqueza para todos no se deben a otra cosa
más que a la expansión de las áreas cultivadas. Se ha pasado de siete millones
de hectáreas de soja en 2003 a 20 millones en 2009-2010. "Se calcula que en toda
Argentina hay aproximadamente 31 millones de hectáreas de uso agrícola, lo que
quiere decir que la soja ya ocupa este año cerca del 64% de la superficie
cultivable total" (La república de la soja, en www.elpaís.com, España. 4 de
abril de 2010). [4] Jorge Pellegrini (2008). Gerónima. San Luis Libro.
San Luis. p. 23. [5] Sixto Vázquez Zuleta (1995). Indiomanual. Ed.
Instituto Cultural Indígena. Humahuaca. p. 91. [6] Aunque no por esto menos repudiables, no toda la
responsabilidad es de los actuales gobiernos: ellos son el último momento de un
proceso histórico-estructural. [7] La máxima expresión fáctica de estas sujeciones puede
ser encontrada en las matanzas de la Conquista del Desierto (Patagonia, 1879) y
de Napalpí (Chaco, 1924). Ambas empresas militares se erigen en Argentina como
los ápices más bestiales en la conquista del blanco por sobre el hombre
originario. [8] Vidal Mario (2008). Napalpí. La herida abierta. Ed.
El Fauno. Córdoba. pp. 67 – 72. [9] Voces de Resistencia II, en Revista Sudestada (2009).
Año 7, nº 66. Buenos Aires. p. 41. [10] Voces de Resistencia II, op.cit. p. 41. [11] "El poder no se impone sólo –y a veces ni
principalmente- por medios brutales de coacción física: transita
significativamente por la construcción simbólica de las interpretaciones del
mundo. Se instala en las mentes colectivas y las individualiza; en los
imaginarios sociales, desbaratándolos y produciendo imágenes que ocuparán su
lugar; invade los cuerpos internalizando una visión del mudo producida,
extranjera; el poder se presenta como biopoder y cosmopoder, y descara y se
vuelve cínico, pasando por encima de derechos societales, derechos civiles,
derechos humanos, derechos. Utiliza la educación, la imagen, los símbolos, el
lenguaje, la moneda, el mercado, los misiles, los juegos de los niños y, por su
supuesto, la represión directa". Ana Esther Ceceña. De los saberes de la
emancipación y de la dominación. En De los saberes de la emancipación y de la
dominación, Ana Esther Ceceña (coord.). (2008). Ed. CLACSO. Buenos Aires. pp. 9
– 10. [12] Invasión de ayuda, en Le Monde Diplomatique Edición
Cono Sur (Febrero 2010). N° 128, Ignacio Ramonet. p. 18. [13] Ana Esther Ceceña. op. cit. p. 9.