Argentina, la
lucha continua....
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Periodismo pendiente
Tino Hargén
http://hargentina.blogspot.com
Leonardo Sai en Nación Apache hincó sus filosos dientes reflexivos sobre el
periodismo con un título contundente: Periodismo mercenario. Su lectura me ha
disparado algunas anotaciones en torno al tema. A propósito ¿hay algún tema más
encendido que el rol de la prensa en esta actualidad?
I. Independencia
La independencia para un periodista dependiente es el equilibrio entre la
dignidad y la supervivencia.
II. Periodista independiente
¿Un oxímoron?
III. Falsa inocencia de los medios
El principal argumento a favor de la hipótesis que define el poder central de
los medios en la construcción del pensamiento es precisamente que logren que
todo el mundo haga circular por doquier la idea contraria. También lo es la
enorme variedad de intrincadas operaciones argumentativas que han realizado para
arribar y hacer arribar a los demás siempre a la misma conclusión: no hay nada
que justifique afectar un ápice sus intereses y sus negocios establecidos. Y
afectarlos conduce directamente a la catástrofe: totalitarismo, autoritarismo,
tiranía, miseria, exclusión, pobreza, inseguridad son algunos de los "flagelos"
que sobrevendrán como castigo divino si se insiste con la maldita intención de
"meterse con los medios". Como un curioso aparato móvil que se propone vueltas y
vueltas para arribar siempre al mismo lugar, las teorías que circulan reconocen
diferentes orígenes ideológicos más siempre un mismo final: salvar la ropa de
los negocios de los medios que son sagrados porque tocarlos activaría el
desencadenamiento de todas las plagas de la historia. Este mandamiento final
adopta desde el tono de un consejo sincero pasando por la advertencia hasta la
amenaza.
IV. ¿Todos somos mercenarios?
En el sistema capitalista todos los que trabajan por dinero para los intereses
de otro son mercenarios en alguna forma. Y son mercenarios los empleados que
contribuyen a realizar las intenciones y pareceres de su empleador y no los
suyos propios, como así también lo son los cuentapropistas que venden aquello
que los clientes piden y no lo que les gusta. Porque se vende la energía laboral
e intelectual a quién paga e impone el objetivo a alcanzar. Y en ello vienen
incluidos los objetivos de esa tarea que el empleador determina. El distribuidor
de cerveza Quilmes te vende Quilmes y no Brahma aunque la primera le haga doler
el hígado si la bebe, como el de la Serenísima vende el yogur Ser y no el Sancor,
por más que el de Sancor le parezca más rico.
El periodista entonces, como cualquier otro empleado, es un mercenario. Lo que
lo hace diferente es que trabaja con la información combinada con la opinión,
elementos que combinados constituyen la célula básica de la construcción de
discurso de realidad, importante materia prima con la que se conforma la opinión
pública, ese imaginario popular activado que aprueba o desaprueba asuntos muy
decisivos para la suerte de todos.
V. Periodismo de autor
En algunos casos algunos periodistas han asumido posturas digamos ideológicas
muy marcadas, caracterizadas, y las han podido desarrollar trabajando para
medios afines a esa inclinación. Por ejemplo, desde que escucho a Eduardo
Aliverti desde principios de los 80 siempre sostuvo un mensaje parecido. Lo
mantuvo aún trabajando en medios no explícitamente adherentes a ese ideario y en
otros de mayor afinidad. Obviamente que un tipo como Aliverti no sería
contratado por La Nación o Clarín, pero en tiempos de paz puede que algún medio
comercial al que podríamos definir como defensor de ideas liberales más por
inercia que por vocación combativa, podría darse el lujo de contratar un
periodista eficaz en su oficio pero de conocida tendencia progresista ya que no
afectaría en modo directo sus intereses y además implicaría por razones de
segmentación la posibilidad de tener una opción de llegada a un segmento
diferenciado de audiencia. Tal sería el caso de alguna emisora radial por
ejemplo. Salvo que ese periodista se volviera muy extremo y comenzara a execrar
a las empresas anunciantes con consignas anti-capitalistas, esa presencia de
cuerpo extraño sería tolerable. Del otro lado también existen periodistas
identificados ideológicamente con la tradición conservadora que han construido
su reputación en base a una opinión caracterizada.
Para los periodistas que asumieron una postura política como marca, hoy más que
nunca el archivo es crucial para su credibilidad. Esto no significa que el
devenir de los acontecimientos no admita cambios en sus toma de posiciones y aún
hasta en sus convicciones, pero de los argumentos que den para fundamentar sus
posturas dependerá si son considerados comerciantes de su propia inclinación
ideológica o bien personas pensantes cuya evolución merece crédito.
VI. Periodismo de género
Luego tenemos el caso de una enorme mayoría de periodistas de oficio a los que
podríamos definir como "sin identidad de opinión". Es decir, trabajadores de la
información que se limitan a obedecer los mandatos ideológicos globales de su
empresa más no asumen el rol de periodistas de opinión, lucen asépticos o
limitados a la crónica o el comentario técnico. En épocas tranquilas, donde su
poder no está cuestionado, las empresas periodísticas se limitan a vender su
producto detrás de la cortina de la objetividad posicionándose por fuera de la
realidad de la que forman parte activa, dándose un rol de meros mensajeros
neutrales, de espejos básicos. Se autoproclaman mensajeros, se
desresponsabilizan como niños del contenido efectivo de sus actos y se dictan
sus propias sentencias absolutorias, constituyéndose en insípidos nexos entre
los hechos y la pobre gente desinformada que les reclama conocimiento. Pero
ellos aportan palabras, datos, guías. Conocen a la perfección el hambre de
verdades que padece la gente. Ellos se las ofrecen en bandeja pero no quieren
asumirlo, prefieren esconderse detrás de una falsa inocencia, porque
precisamente es esa presunción de inocencia su mayor capital de cara a la
credibilidad. El público debe presumir inocente y honesto al periodista para
creerle, debe comprar la presunción de inocencia objetiva de la información. Los
hechos son sagrados, dicen. Pero lo que dicen de los hechos y como los presentan
implica una desacralización inmediata que clausura toda beatitud.
Ahora, en cambio, puesta en escena su condición de partícipes necesarios de la
realidad en tanto conductores de los grandes espejos, se ven en la necesidad de
defenderse a si mismos y los grandes clientes que además les piden que defiendan
su producto con mayor agresividad. Por eso es que parece que se vende opinión
por todas partes y se transforma en artículo de opinión hasta el reporte
meteorológico, buscando el hueco donde poder filtrar el avisito anti-kirchnerista.
Cuando un medio está en estado de guerra, los dueños requisan toda información
para su uso bélico y el margen de independencia habitual del periodista se
reduce. Nada puede ya ser desperdiciado en virtud de neutralidad alguna, y el
riesgo de quedar expuesto se considera menor ante lo que se juega en la cruzada.
VII. Indefensión del periodista-intelectual
Desde la izquierda y el progresismo, unos sacerdotes de la denuncia
anticapitalista cuando se trata de una industria minera, petrolera o
farmacéutica que claman regulaciones estatales humanizadoras, que vociferan
ecologismos escandalizados por el descontrolado afán de lucro que pone en
peligro el planeta, a la hora de referirse a la industria de los medios
–industria cultural- adoptan un ritual genuflexo, hincan el hocico cacareante
para llamarse a un tibio mensajito resignado y claudicante. "Pánico porque me
dejes sin trabajo"
El periodista intelectual –o el intelectual que trabaja de periodista- es un
perro indefenso. Si la suerte lo ungió de suficiente capital económico para un
buen pasar que solvente sus costos culturales, adolece de suma dependencia para
construir capital simbólico. Para colmo está comprometida una de sus fuentes de
supervivencia que es la industria cultural, la que lo coopta y suele
adormecerlo. Si el enfrentamiento paradigmático de la gestión K hubiera sido
contra un monopolio petrolero, azucarero o informático seguramente los
intelectuales hubieran estado más cómodos, con menos condicionamientos para
posicionarse en opinión. Pero tuvo que ser contra un monopolio mediático, pilar
de la industria cultural y ya todo se desdibujó ya que es la esfera de la que el
intelectual depende en mayor medida para su subsistencia. Como tirarse contra la
mano que te da de comer, material y simbólicamente, contra la mano que te ofrece
alimentos para tu estómago, ingresos para tu cuenta bancaria y capital para tu
cuenta simbólica. Hoy se los ve impelidos a una opción dura. Si le dan la
espalda a los intereses mediáticos que en plena crisis de guerra demandan apoyos
explícitos a sus soldados, quedan pocas opciones en las que recostarse: el
aparato estatal que maneja el kirchnerismo con Canal 7 y Radio Nacional, la
solitaria Página 12, la productora de Gvirtz o las publicaciones del grupo
Spolsky. Y cualquiera con un poco de mirada extendida puede dudar de la suerte
de varios de estos medios si cambia el signo del gobierno; futuro incierto de
poderes y estructuras sujetas a la provisionalidad de los vaivenes electorales
de la política.
Muchos pueden volver al refugio menos glamouroso –y menos suculento- de la
docencia o los claustros académicos, o bien imaginar vivir de la edición de
libros, pero los principales sellos de la industria editorial son también
dependientes en su mayoría de grupos económicos afines ideológicamente a los
medios –en algún caso con participación accionaria- o dependen indirectamente de
ellos para la buena venta de sus productos a través de la publicidad directa o
el circuito de reseñas de los suplementos culturales.
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