Nuestro Planeta
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Energía sostenible
El agua es la mayor riqueza
Antonio Peredo Leigue
Ubicada en el centro de Sudamérica, enclavada en la parte más alta de los Andes
y, a la vez, teniendo un amplio territorio compuesto por valles, llanuras y
selva, Bolivia es el manantial de aguas que nutre los dos sistemas fluviales más
importantes de la región: el Amazonas y el Plata.
Las altas cumbres nevadas que bordean el altiplano, crean las cuencas que van
hacia el norte y al sur, para desembocar en aquellos sistemas. El Amazonas
tiene, como uno de sus afluentes más importantes, al río Madera que recoge las
aguas de por lo menos cuatro ríos de gran envergadura. Hacia el sur, una
confluencia que se concentra en la región del Chaco es, de hecho, el nacimiento
de ese ancho cauce que desembocará en el mar con el nombre de Río de la Plata.
Pese a tan importante factor de desarrollo, los gobernantes de Bolivia no han
tenido la menor preocupación por preservar y utilizarlo. Los ríos han sido
botaderos de desperdicios que intoxican su curso a lo largo de varios kilómetros
afectando el potencial pesquero, la vegetación adyacente y también la fauna
tanto salvaje como doméstica. Más grave aún es el daño que provocan, anualmente,
las inundaciones que se concentran en el departamento del Beni y, muchas veces,
afectan a Santa Cruz y a Pando. No es menor la toxicidad provocada por los
relaves mineros en el sur del país, al punto que las especies piscícolas de esos
ríos están en riesgo de desaparecer y, al mismo tiempo, los agricultores
asentados a lo largo de sus riberas viven un alarmante proceso de
empobrecimiento.
La paradójica conclusión inicial es que, la riqueza acuífera, es un factor
negativo al desarrollo nacional. Por supuesto que no se trata de impedir los
cursos fluviales, pues no son nocivas las aguas, sino de rectificar las
actividades que han permitido estos daños y, a estas alturas, están causando
efectos irreversibles.
Para visualizar esta perspectiva se creó, en 2006, el Ministerio de Aguas al
que, ahora, se le agrega la tarea de preservar el medio ambiente. Al adjudicar
esa segunda atribución, de hecho se está reafirmando que, uno y otro tema, son
inseparables. Los ríos garantizan el desarrollo equilibrado de las diversas
regiones por las que atraviesa. Pero, como ha ocurrido con tantos factores, la
actividad humana ha hecho mella y, a estas alturas, está provocando daños
irreparables. La Declaración de Kyoto sigue siendo, hasta hoy, una buena
intención que los países industrializados se niegan a cumplir. En tales
circunstancias, cada uno de nuestros países intenta buscar soluciones parciales
que preserven nuestro legado y que contribuyan a mejorar las condiciones de
vida.
En Bolivia, los temas van desde el control de los desbordes, pasando por su uso
como fuente de energía, como vía de transporte, hasta llegar a la sostenibilidad
de un medio ambiente apropiado para la sociedad humana, la vida animal y el
desarrollo de la flora. Por tales razones, se avanza en varios sentidos. La
preocupación inmediata es, indudablemente, mitigar los daños que causan las
inundaciones en el Beni. Entre diciembre y marzo siguiente, las extensas
llanuras de ese departamento se cubren de agua en niveles que, durante los
últimos años, han subido en forma considerable. La causa principal es el
calentamiento global que está provocando el deshielo de las nieves eternas de
las cordilleras Occidental y Oriental. Hemos sido testigos de la desaparición de
las nieves en Chacaltaya y, en el majestuoso Illimani, se notan signos
alarmantes de una disminución acelerada de los hielos. Pero el problema que
debemos encarar, en lo inmediato, es la inundación del Beni.
Es un problema que puede agravarse doblemente en el futuro inmediato. Una
segunda causa será la construcción de dos inmensas represas sobre el río Madera,
ese importante afluente formado por los grandes ríos bolivianos que se unen al
norte del país. En nuestro caso, debemos encarar la situación con una
negociación muy clara y definida. No hay duda que Brasil construirá esas
represas, cualquiera sea el gobierno que esté en gestión; los reparos
ambientalistas no impedirán tales construcciones por una razón elemental: Brasil
requiere energía en proporciones crecientes y en forma extensiva. Varias
represas en el sur brasileño muestran ese requerimiento creciente. El
crecimiento en el estado de Rondonia y la perspectiva en el Amazonas han
determinado el proyecto y el inicio de la construcción de estas represas.
Dos medidas que debieran ser consideradas en el futuro inmediato: la
construcción de pequeñas represas a lo largo de los ríos Beni y Mamoré, que dan
nacimiento al Madera y el drenaje de ambos cauces serían las medidas primarias
de recaudo para mitigar los efectos nocivos de aquellas dos construcciones que
iniciará muy pronto el Brasil. Esas pequeñas represas darían energía eléctrica y
controlarían el flujo del agua en la región. Estamos en condiciones de
incorporar el tema en las negociaciones con el gobierno brasileño y contar con
el financiamiento que se requiera para tal emprendimiento.
Es cierto que estas medidas no impedirían las inundaciones, pero impedirían
desbordamientos mayores que, como lo ha mostrado la experiencia, no pueden ser
controlados. Las inundaciones estacionales se manejarían en procura de
salvaguardar la vida de los rebaños vacunos y la seguridad de las personas.
Pequeñas alturas se equiparían como albergues temporales de personas y de
ganado, que contarían con los suministros adecuados administrados por las
autoridades locales. La dificultad inicial, que es una inversión importante,
sería rápidamente compensada con el crecimiento del hato ganadero y, lo que es
esencial, dar una mejor perspectiva de vida a los habitantes de tan extensa
región.
Estas ideas en borrador pueden servir para que, los especialistas en la materia,
den soluciones a esta problemática. Lo esencial es no asumir la actitud pasiva
de resignarse a los fenómenos del clima.
Algo más: la cuenca del Plata requiere de otros planteamientos que, en los
mismos términos de idea general, pueden abordarse en otro artículo.