Empleo de necesidades básicas como mercancías para hacer
negocio con ellas
La biotecnología como arma social
Diego Llanes Ruiz
Diagonal
La biotecnología está de moda. Gobiernos y empresas ven en ella una solución a
la crisis económica y, de paso, a problemas como el hambre en el mundo. Pero,
¿es la panacea que esperábamos?
En el año1982, se editó un libro titulado La biología como arma social. La obra,
fruto de la colaboración de varios autores, estudiaba la corriente ideológica
que atribuye causas biológicas, y propone soluciones también biológicas, a los
grandes problemas de la humanidad. Una hipotética reedición del libro, un cuarto
de siglo después, podría titularse La biotecnología como arma social, pues son
las nuevas tecnologías, especialmente las basadas en el desarrollo de la
genética molecular, las que ahora se presentan como la panacea para resolver las
dificultades de alimentación, salud o energéticas que afronta el mundo. Eso
cuando no nos trasladan al mundo de la alquimia, anunciando el pronto hallazgo
del elixir de eterna juventud –rebautizado como "terapia para el
envejecimiento"– o nos divierten anunciándonos el descubrimiento de los "genes
de la soltería".
Estas tesis adoptan una postura especialmente lamentable cuando abordan el
hambre en el mundo: ¿Los 300 millones de personas que mueren al año por hambre
se deben a insuficiencias científicas o tecnológicas? La Resolución 3.348 de la
Asamblea General de las Naciones Unidas de diciembre de 1974 explicaba que "la
situación de los pueblos que sufren de hambre y malnutrición se origina en
circunstancias históricas, especialmente en las desigualdades sociales,
incluyendo en muchos casos la dominación extranjera y colonial". Al tiempo,
dejaba claro que "la sociedad posee en la actualidad (¡1974!) los recursos, la
capacidad organizadora y la tecnología suficientes para alcanzar la erradicación
del hambre". 35 años después, el hambre continúa. Aún así, algunos siguen
insistiendo en que el problema se resolverá con la biotecnología en general y
los alimentos transgénicos en particular.
Es claro que el desarrollo científico y tecnológico ha contribuido a mejorar la
alimentación y la salud de algunos colectivos del primer mundo. Pero presentar,
una y otra vez, al hambre y a la enfermedad como problemas debidos a déficits
científicos o tecnológicos es una postura radicalmente errónea e interesada. No
son deficiencias científicas sino un problema complejo y, por ello, político. En
lugar de pensar que las nuevas tecnologías resolverán estas cuestiones, es
preciso reclamar un modelo de desarrollo económico internacional para satisfacer
las necesidades de las sociedades. Un modelo diferente del vigente en el primer
mundo ya que, además de ser indeseable, utiliza las necesidades básicas como
mercancías para hacer negocio con ellas.
Las voces críticas contra esta tendencia comienzan a expandirse. La revista
científica Nature Biotechnology, nada sospechosa de ecofundamentalismo
desinformado o de ser portavoz de intereses ocultos contrarios a la
biotecnología, dedicó uno de sus últimos editoriales a cuestionar duramente la
presentación de esta disciplina como panacea para alimentar, curar y suministrar
energía a la humanidad. Duro revés para los ultradefensores de estas
tecnologías, entre los que se encuentran renombrados investigadores y profesores
universitarios, y una clara llamada a la moderación en la defensa e implantación
de los nuevos descubrimientos.
Así, comentarios como "estremece pensar lo que hubiera ocurrido –sobre la
incidencia del hambre en el mundo– si no hubiera habido plantas modificadas
genéticamente", reciben una clara respuesta en el mencionado editorial cuando se
dice: "Aunque hay centenares de miles de acres de terrenos con plantas
transgénicas, hasta el presente no han servido para solucionar los problemas
básicos de los agricultores pobres: salinidad, desertización, sequía; ni están
dedicadas al problema de la malnutrición". La revista también arremete contra la
"medicina personalizada", piedra angular del empleo de la biotecnología en la
sanidad, que considera "un concepto sin definir" y, por tanto, inútil en un
modelo de sanidad pública universal, desde nuestro punto de vista.
A pesar de las críticas, son constantes las campañas de "propaganda
económicamente interesada" en la que se implican gobiernos y científicos y que
sólo pretenden incrementar el beneficio de las multinacionales farmacéuticas y
del agronegocio. Su profusión pone en una situación muy difícil a los profesores
y científicos que consideramos que la biotecnología, como cualquier tecnología
humana, tendrá su sitio en un nuevo modelo de desarrollo, siempre que se la
despoje de los intereses y la propaganda que la recubren y que la hacen una
tecnología especialmente indeseable. Las opiniones vertidas en el editorial de
Nature Biotechnology, en plena crisis económica, son un buen punto de partida
para iniciar una reflexión conjunta sobre lo que de válido puedan tener para el
futuro de la humanidad. Reflexión que incluya a aquellos que aprovechan
cualquier ocasión y foro para defender a las tecnologías genéticas como la
panacea de los problemas de las sociedades humanas y, de paso, considerar a sus
críticos como ignorantes o defensores de intereses ocultos. ARMA ECONÓMICA
El pasado verano, el Gobierno y los empresarios estadounidenses se reunieron
para hablar sobre el futuro de la biotecnología. Se despidieron con entusiasmo
inversor, viendo las oportunidades de negocio. Y no sólo en el primer mundo,
también en los países empobrecidos. Recientemente, la revista Genetic
Engineering & Biotechonology News señalaba el aumento de actividad de las
biofarmacéuticas en países empobrecidos. ¿Las razones? Hay menos problemas para
organizar ensayos clínicos y más incidencia de enfermedades como el cáncer
cervical o la malaria. Así aumentan mercado.
Diego Llanes Ruiz es catedrático y Luis Morera Sanz es profesor del departamento
de Genética de la Universidad de Córdoba.