Nuestro Planeta
|
Bosques en la mira de los biocombustibles
Daniela Estrada
Tierramérica
Chile apuesta a producir en menos de cinco años agrocombustibles de segunda
generación a partir de biomasa forestal. Pero antes debe evaluar los impactos
ambientales y socioeconómicos de esta actividad, alertan expertos y activistas
Los problemas de su gran dependencia energética y el aumento progresivo
de sus emisiones de gases de efecto invernadero, causantes del recalentamiento
planetario, llevaron a este país sudamericano a interesarse en las energías
renovables no convencionales, como la solar, la eólica, la geotérmica y la
producida con biomasa.
La biomasa --materia orgánica renovable de origen vegetal y animal y sus
subproductos-- sirve para generar electricidad, para la producción térmica y la
elaboración de combustibles líquidos, como el bioetanol y el biodiésel.
Una ley promulgada en abril de 2008 exige que desde 2010 por lo menos cinco por
ciento del suministro eléctrico provenga de fuentes no convencionales, incluida
la biomasa. Desde 2015 esa proporción aumentará 0,5 por ciento anual hasta
llegar a 10 por ciento en 2024.
En octubre se crearon dos consorcios para investigación y desarrollo de
biocombustibles lignocelulósicos, es decir, refinados a partir de fibra de
madera.
El propósito es "superar las limitaciones de expansión y los graves conflictos
que pueden generar los actuales agrocombustibles" destilados de alimentos como
maíz o caña de azúcar, explicó a Tierramérica el coordinador del Grupo de
Biocombustibles de la Oficina Regional de la Agencia de las Naciones Unidas para
la Agricultura y la Alimentación (FAO), Guilherme Schuetz.
Alemania, Estados Unidos y Suecia lideran la investigación mundial de estos
productos en fase de laboratorio o de proyecto piloto. Se calcula que de tres a
cinco años Europa podría utilizarlos de manera significativa, "aunque algunos
países pueden estar a punto de comenzar su uso", indicó Schuetz.
La Agencia Internacional de Energía estima que los costos de producción del
bioetanol y el biodiésel de segunda generación están hoy entre 80 centavos de
dólar y un dólar por litro.
Esto equivale a un precio del petróleo de entre 100 y 130 dólares el barril de
159 litros, aseveró Schuetz, caro para la cotización actual del crudo. "Sin
embargo, se estima que estos costos se reducirán a la mitad hacia 2030, si los
biocombustibles de segunda generación se producen comercialmente", añadió.
Según el VII Censo Nacional Agropecuario y Forestal 2006-2007, en Chile hay 15,8
millones de hectáreas destinadas a la producción agropecuaria y 15,9 millones de
hectáreas forestales: 2,7 millones de plantaciones y 13,2 millones de bosque
nativo.
"Con la premisa de conciliar la producción silvoagropecuaria" para el mercado
interno y externo y de "mantener una actividad agrícola sustentable y sostenible
en el tiempo, preservando el agua y el suelo", producir biocombustibles de
segunda generación es "una opción viable" para Chile, aseguró a Tierramérica
Iván Nazif, director de la gubernamental Oficina de Estudios y Políticas
Agrarias.
Estos se producirían con desechos agrícolas y forestales y con plantaciones
dendroenergéticas, como el álamo (familia de las Salicaceae), la paulownia (Paulowniaceae),
el aromo (Acacia caven) y el miscantus (Miscanthus sinensis). También se
destacan las microalgas del norte del país y la grasa animal del sur, acotó
Schuetz.
Pero las especies dendroenergéticas, de crecimiento rápido, se plantan en altas
densidades, por lo que extraen velozmente los nutrientes del suelo y demandan
mucha agua, advirtió a Tierramérica Daniela Escalona, del no gubernamental
Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales y de la Red de Acción por
la Justicia Ambiental y Social.
También poseen alto valor calórico y son más aptas para el uso energético.
Según Nazif, "la producción de biocombustibles de segunda generación
necesariamente debería contar con la experiencia de los de primera generación",
por lo que ya se reguló el mercado y hay experiencias piloto en algunas
regiones, principalmente de biodiésel.
Los agrocombustibles de segunda generación "sólo traen buenas noticias" para un
país con una industria forestal consolidada, dijo a Tierramérica Aldo Cerda,
gerente del área forestal de la Fundación Chile, una institución público-privada
dedicada a la innovación y al desarrollo del capital humano del país.
"Tendremos más demanda de fibra de madera, con beneficios para todos los
propietarios, y más demanda de manejo del bosque nativo", y recuperaremos
terrenos degradados, planteó Cerda, para quien esta industria tendrá "actores
sofisticados", que trabajarán con predios certificados para no exponerse a
críticas ambientales.
Fundación Chile participa en Bioenercel, uno de los dos consorcios impulsados
por el gobierno, junto a las principales empresas forestales del país --Masisa,
CMPC y Arauco-- y dos universidades estatales.
Con un presupuesto quinquenal de 10 millones de dólares, el consorcio desarrolla
protocolos para producir bioetanol "barato y competitivo".
Sin embargo, Escalona expresó su preocupación por los efectos que estos
combustibles tendrán en el ambiente y en las comunidades campesinas e indígenas
que habitan las regiones forestales del país.
Para Schuetz, los riesgos "dependen de la escala de producción y de la
disponibilidad de la materia prima". Por eso ve ventajas en el biodiésel a
partir de rastrojos agrícolas y forestales.
"Con respecto al bosque nativo, es muy importante que la legislación sólo
permita utilizar los desechos lignocelulósicos que se obtienen de su
manutención", recalcó.
La pérdida de hábitat naturales por monocultivos y la posible propagación de
árboles genéticamente modificados con impactos desconocidos son otros peligros a
evaluar, advirtió.
El país requiere "sopesar con cuidado todos los pros y los contras" de esta
actividad, como "el balance de dióxido de carbono de todo el ciclo, las
repercusiones sobre la biodiversidad, el ciclo de nutrientes de los suelos y el
ciclo hidrológico", además de sus impactos socioeconómicos, resumió Schuetz.