El despliegue chino en África cambia la geopolítica del
continente
Joan Canela i Barrull
Berria
"Una empresa China construirá el tercer puente de Bamako", "Se inaugura el Fondo
China-África de Desarrollo con 5.000 millones de dólares" o "Dos heridos por la
policía durante la huelga en una empresa china". Titulares como estos se pueden
leer a diario en los periódicos africanos. Y es que el continente se encuentra
sumido en una verdadera "fiebre amarilla", en la que todas las esperanzas y
todos los miedos parecen provenir del lejano oriente.
Pero no es para menos. En 2007 el gigante asiático invirtió 4.500 millones de
dólares en infraestructura en África, más que todos los países del G8 juntos, y
el comercio bilateral entre ambas regiones aumenta a un ritmo vertiginoso año
tras año -entre un 30 y un 50%- hasta superar los 80.000 millones de euros el
2008. Y para poner solo otro ejemplo: el número de empresas chinas presentes en
el continente se ha doblado solo en los dos últimos años y ya suman dos
millares.
Además, no solo se trata de un crecimiento cuantitativo, sino también
cualitativo, como destaca Ryaan Meyer, director del Proyecto China y África del
Instituto Sudafricano de Relaciones Internacionales, "los bancos chinos se han
centrado hasta ahora en financiar proyectos energéticos, infraestructuras y
recursos primarios, pero estoy seguro que se moverán hacia otras áreas como la
agricultura o la banca comercial".
Y con la crisis financiera internacional -de la que China parece quedar un poco
resguardada- "este proceso aún puede acelerarse más", opina Jing Gu,
investigadora de la Universidad de Sussex, pues "las inversiones europeas y
norteamericanas se están retrayendo hacia sus países de origen". A este paso
China superará en pocos años a los países occidentales como primer socio
económico en la mayoría de países africanos.
Conflicto de intereses
Pero la influencia China en el sur del Sahara no es solo comercial. También
crecen los proyectos de cooperación, los intercambios culturales, la presencia
militar y la influencia política. Sobre todo está última -recientemente
ejemplarizada con la negativa de Sudáfrica de permitir la entrada del Dalai Lama
en su territorio- empieza a crear tensiones entre China y los países
occidentales, con EEUU a la cabeza.
Solo a la luz de esta competencia entre potencias -una suerte de "nueva guerra
fría" en palabras del periodista estadounidense William Engdahl- pueden
entenderse conflictos "locales" como el sudanés, el zimbabwense o la prolongada
y sangrienta guerra del este del Congo, que ha costado más de cinco millones de
víctimas mortales.
"China ofrece una alternativa política, económica y en seguridad a Occidente
para muchos países africanos -explica el analista David Shinn- sobretodo para
regímenes condenados al ostracismo como el de Sudán o Zimbabwe".
Así, a diferencia de EEUU y la Unión Europea que condenan embargan ciertos
países no democráticos -aunque no todos- China simplemente establece un "poder
suave" -en la expresión del investigador Stephen Marks- en el que no excluye a
nadie. Con una excepción: los países que reconocen Taiwán.
¿Beneficio o riesgo?
Pero la influencia China en África ¿puede ayudar al desarrollo del continente
olvidado? En este punto los analistas divergen totalmente. Así, la investigadora
del Grupo de Estudios Africanos Iraxis Bello destaca que "el crecimiento
africano del 7% de los últimos años hubiera sido imposible sin la ayuda china" y
que ahora "los africanos cuentan con nuevas infraestructuras imprescindibles
como carreteras, aeropuertos o hospitales". Mientras Stephen Muyakwa, economista
y presidente de la Red Comercial de la Sociedad Civil de Zambia, advierte del
"peligro del crédito barato y sin condiciones chino" que, a su parecer, puede
"generar una nueva burbuja de deuda externa" y "más corrupción".
Aún así, el hecho que los países africanos tengan una alternativa al comercio
único con los países occidentales, sea China, India o Brasil, es visto como "una
oportunidad" por los economistas. "Si al final este comercio resulta positivo o
no dependerá de como lo aprovechen los africanos", sentencia William Engdahl.
El FMI bloquea el acuerdo minero más caro de la historia de África
¿Puede África utilizar su potencial minero para asegurar su desarrollo? Vista la
historia del primer medio siglo de independencia la respuesta sería "no". Pero
las cosas podrían cambiar. O al menos esto se deduce del que es hasta la fecha
el acuerdo de desarrollo minero más caro de la historia del continente, mediante
el cual dos empresas chinas se comprometen a invertir 6.600 millones de euros en
Congo a cambio de los derechos de explotación de ricos yacimientos de cobre y
cobalto.
La inversión no solo será en infraestructura industrial, sino que incluye la
construcción de carreteras, escuelas y hospitales directamente y sin pasar por
la gestión del gobierno congolés.
¿Es este trato aceptable? Es una cuestión difícil. El abogado y activista por
los derechos humanos congolés Laurent Okitonembo no duda en calificar el
contrato de "leonino" y destaca la incongruencia que se denuncie "la rapiña de
empresas occidentales mientras se les permite a las chinas hacer lo mismo".
De la misma opinión es el FMI, que ha congelado una condonación de deuda de
miles de millones hasta que no se revise el "injusto" contrato minero. Está
decisión ha causado estupor y malestar en el gobierno de Kinshasa, donde
recuerdan que esta deuda fue contraída por el dictador Mobutu Sese Seko sin que
el FMI le pidiera ninguna cuenta sobre su uso. "Es fácil entender los chinos
cuando le dicen a los occidentales 'ustedes han estado ahí durante 50 años y
¿que han hecho? Ni tan siquiera hay una carretera entre Kinshasa y Goma"
declaraba recientemente un alto cargo congoleño al Financial Times.