Si alguna condena merece Muntazer Zaidi, el periodista iraquí que en diciembre
pasado lanzó sus zapatos al ex presidente George W. Bush, es no haber atinado.
En su defensa debo resaltar tres hechos. Me apoyo en dos fotografías.
Uno de los retratos muestra cómo uno de los vecinos de Zaidi, durante la ronda
de prensa, le desvía el brazo con el que lanzaba el zapato; otro demuestra la
habilidad física de Bush para esquivar el zapatazo. Ambos retratos son
elocuentes: entre uno y otro deben haber transcurrido no más de dos o tres
segundos que corresponden al tiempo del viaje de los zapatos. Son también
elocuentes porque, a partir de la muerte de tantos inocentes en Irak y el coraje
del reportero que arremete contra Bush, murieron decenas de miles de inocentes.
El tercer argumento que podría esgrimirse en defensa del periodista, es que los
zapatos no son, a diferencia de los misiles o de las balas, artefactos adecuados
para lanzarse por el aire y dar en el blanco.
La suma de las tres razones explica por qué Zaidi no logró su propósito. Quienes
también han errado son los miembros del tribunal iraquí al condenarlo a tres
años de cárcel. Como en tantas otras cuestiones, en el affaire del
zapatazo, las palabras centrales las conforma un binomio inseparable: justicia y
ética, entendiendo que las dos grandes metas de la segunda son bregar por la
justicia y aspirar a la felicidad. Para Zaidi, y para millones de personas en el
mundo, el ex presidente estadunidense pisoteó la justicia y sepultó la
felicidad, no sólo en Irak, sino en muchas partes del orbe.
Las evidencias, llamémosles decenas de miles de personas asesinadas lejos del
área de combate fueron las razones del zapatazo. Hablaba de victorias y de
éxitos en Irak pero lo que veo en materia de éxito es un millón de mártires,
sangre derramada, mezquitas allanadas, iraquíes violadas y humilladas, afirmó el
corresponsal iraquí cuando fue detenido.
Si bien es casi inútil hablar de justicia en el mundo contemporáneo no sobra
decir que George W. Bush no ha sido condenado por el exceso de muertes en Irak,
ni por lo que sucedió en la prisión de Abu Grahib, ni por lo que pasa en
Guantánamo. También subrayo que ejercer el periodismo en Irak implica muchos
riesgos; esa nación no sólo encabeza la lista de periodistas asesinados, sino
que es casi nula la identificación de los responsables. Por esas razones
Reporteros sin Fronteras denunció el cinismo de la condena, y la Federación
Internacional de Periodistas consideró que la sentencia era desproporcionada. El
resultado del zapatazo es lamentable pero predecible: Zaidi en la cárcel, Bush
en la calle, la justicia en los diccionarios, la injusticia como arma del poder.
Si bien es verdad que para muchos la manera de protestar de Zaidi no fue
adecuada también lo es que fueron casi nulas las vías para manifestarle
personalmente a Bush el desprecio que se granjeó durante sus mandatos. El acto,
para algunos reprobable, para otros no, demuestra la impotencia de la justicia y
el sesgo que se aplica para condenar a unos y exonerar a otros.
Albert Camus acertó en el blanco cuando dijo: Entre la justicia y mi madre
prefiero a mi madre. A diferencia del premio Nobel, Zaidi falló pero también
acertó: no dio en el blanco corporal, pero sí expuso cuán endeble y nauseabunda
es lo que ilusoriamente algunos siguen llamando justicia. Zaidi pasará a la
historia por el affaire del zapatazo y por recordarnos que la justicia es
huérfana. Bush también pasará a la historia por haber esquivado el zapatazo y
por ser el responsable del exceso de muertos en Irak y en otros lugares.
http://www.jornada.unam.mx/2009/03/18/index.php?section=opinion&article=019a2pol