Medio Oriente - Asia - Africa
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Un islamismo abierto a la izquierda: ¿el nacimiento de un nuevo tercermundismo árabe?
Nicolas Dot Pouillard Cetri
Islamismos, movimientos de izquierda radical y nacionalismos árabes han
aparecido enfrentados durante mucho tiempo. Sin embargo, se están tejiendo
alianzas entre ellos que reconfiguran profundamente el campo político en
Palestina, Líbano y Egipto.
Los debates sobre el lugar de lo religioso y lo político frecuentemente se
tergiversan por la subjetividad de las percepciones ideológicas y culturales. La
comprensión del fenómeno islamista en Francia permanece dominada en gran medida
por una serie de paradigmas muy abstractos que no permiten un análisis concreto,
e incluso real, del campo político en Oriente Medio. Así, se traza una dicotomía
arbitraria entre «laicos» y «religiosos», «Islam moderado» e «Islam extremista»
y entre «progresistas» y «reaccionarios».
De esta forma se crean tipologías que sólo corresponden a una realidad
imaginaria de la política: la política como nos gustaría que fuera, no como es
en realidad. El terreno político de Oriente Medio aparece deformado
fundamentalmente por simplificaciones históricas que trazan una línea divisoria
insalvable entre islamistas idénticos entre sí -de Al Qaeda al Hezbolá libanés-
y laicos preocupados, por su naturaleza, por los derechos del hombre y la mujer.
Efectivamente, esas clasificaciones aparecen en la actualidad como parcialmente
falsas. En Palestina, el claramente «laico» Fatah es autor de una de las leyes
más reaccionarias sobre los derechos de la mujer, que limita a seis meses las
penas de prisión para los autores de crímenes de honor. A menudo se confunde
laico con progresista. También se imagina que los laicos, necesariamente, son
perseguidos por los integristas musulmanes. Verdadera en ciertos casos, esta
aseveración es falsa en otras ocasiones. Entonces es necesario comprender, por
ejemplo, que el Partido Comunista libanés, que establece alianzas con Hezbolá o
el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) marxista, trabaja a menudo
con Hamás o con la Yihad islámica, y preguntarnos, política y metodológicamente,
por estas nuevas realidades.
Siempre existe una tendencia recurrente a la simplificación del debate según
líneas ideológicas pertinaces que enmarcan a los protagonistas políticos
islámicos en categorías fijas incapaces de transformarse política e
ideológicamente. En la actualidad, el movimiento islámico tiene, prácticamente,
ochenta años de existencia en Oriente Medio. Imaginarlo como un conjunto unido,
homogéneo y sin diferenciación, equivale a suponer que la izquierda abarca un
amplio espectro que va de los veteranos de la banda Baader a Tony Blair, o que
la derecha es un todo homogéneo que une sin matices a la democracia cristiana
alemana y a los neofascistas italianos. Hay una historia de las derechas y una
historia de las izquierdas. Y también deber haber una historia de los
islamismos, ya que este referente político se ha pluralizado considerablemente.
El ejemplo de las recomposiciones políticas en el Oriente Medio árabe y la
aparición de un islamismo político de tipo nacionalista con apertura hacia las
izquierdas y hacia los movimientos nacionalistas árabes, no pueden menos que
plantear algunos interrogantes teóricos y políticos
Un nuevo modelo de alianza política en Palestina y otros lugares.
Las primeras elecciones municipales en Cisjordania desde 1976, que se celebraron
el 23 de diciembre de 2004 fueron, en su momento, un motivo para preguntarse si
Hamás aventajaría a Fatah y cómo quedaría, después del escrutinio, la relación
de fuerzas políticas entre los islamistas, el movimiento nacionalista y la
izquierda. La respuesta no fue unívoca, las elecciones municipales no produjeron
una estructuración clara del campo político. Al contrario, algunas coordenadas
se transformaron y las tendencias parece que se han confirmado. Más que una
irreducible oposición entre agrupaciones claramente definidas -Fatah, Hamas,
FPLP, FDLP, PPP (1)- se tejieron localmente nuevas alianzas coyunturales y
fluctuantes. En Bnei Zayyaid, así como en Belén, se estableció una alianza entre
el FPLP y Hamás que permitió disputar a Fatah la mayoría política en el Consejo
Municipal. En Ramala, un año después, una mujer perteneciente al FPLP fue
elegida alcaldesa con los tres votos de Hamás unidos a los seis del FPLP y
dejaron en minoría a los seis concejales de Fatah.
Estas alianzas inéditas también se han dibujado en el ámbito de las operaciones
militares: el brazo armado del FPLP –las brigadas Abu Ali Mustafá- han actuado
de manera regular, desde 2001, en la Franja de Gaza al lado de las Brigadas Ezze-dine
al-Quassem -el brazo armado de Hamás- y de las Brigadas al-Quds, su homólogo de
la Yihad Islámica. Por último, los elementos disidentes de Fatah, organizados
alrededor de la nebulosa de los Comités Populares de Resistencia (CPR), se
aproximan poco a poco a la dirección gazatí de Hamás; este último, luego de su
victoria en las elecciones legislativas de enero de 2006, designó a uno de los
principales activistas de los CPR, Jamal Samhadana (2), veterano militante de
Fatah, al frente de los nuevos servicios de seguridad palestinos formados por el
gobierno de Hamás; se trataba entonces de contrarrestar, sobre todo en la Franja
de Gaza, a las fuerzas de seguridad dirigidas por Mohammad Dahlan, dirigente de
Fatah. Samhadana es el símbolo de la facción de Fatah que se alejó
progresivamente de la dirección del partido y que confirma su desmembramiento
progresivo, acelerado por la muerte de Yasser Arafat el 11 de noviembre de 2004,
cuyo simbolismo permitía mantener todavía un mínimo de cohesión interna. Fue así
como Saed Siyyam, el nuevo ministro del Interior palestino, miembro de Hamás,
eligió a un antiguo miembro de Fatah, es decir un elemento político surgido del
nacionalismo palestino y no del propio movimiento islámico, para dirigir los
servicios de seguridad, sin otro objetivo que competir sobre el terreno con el
predominio armado de la «Seguridad Preventiva» vinculada a la dirección de Fatah.
Los enfrentamientos entre Fatah y Hamás de los dos últimos años corresponden a
una discrepancia política estratégica, a una diferencia en cuanto a la posición
a adoptar frente a Israel y a la comunidad internacional, y no a una disputa
ideológica entre laicos y creyentes. Y mientras los dos partidos hegemónicos,
Fatah y Hamás, con su lucha fratricida favorecen un proceso de guerra civil
latente, el FPLP y el Movimiento de la Yihad Islámica (MJIP), es decir, una
organización de izquierda y una organización islámica, son quienes ejercen
generalmente el papel de intermediarios. Si el FPLP continua siendo actualmente
muy crítico con Hamás, es esencialmente porque le reprocha que está encerrado en
un enfrentamiento armado entre Hamás y Fatah que rompe la unidad nacional
palestina y crea el riesgo de hundir los territorios palestinos en un caos de
inseguridad. Y, una vez más, esta posición la comparte el FPLP con la Yihad
Islámica, con la que pudo manifestarse en las calles de Gaza durante los sucesos
de junio de 2007
El panorama político palestino no es una excepción. El ámbito político árabe
parece encontrarse en plena recomposición y las divisiones tradicionales, en
especial las que conocieron la oposición de un campo religioso a un campo
secular, es decir, laico, se desvanecen poco a poco a escala regional. El Islam
político está sufriendo una fase acelerada de nacionalización y regionalización,
mientras que los sectores surgidos de la izquierda y del nacionalismo árabe,
baazistas o nasseristas, al perder su modelo político y su socio estratégico e
inmersos en una crisis estructural y de militancia, poco a poco intentan volver
a definir sus modelos ideológicos y prácticos y se ven obligados a hacer más
complejas sus redes de alianzas, dando prioridad al socio islamista. Desde el
año 2000 se ha abierto una etapa de recomposición política en el mundo árabe,
según ritmos y temporalidades heterogéneas, según los países y los ámbitos,
tomando algunos aspectos de unión con el pasado y aportando nuevas problemáticas
y rupturas inéditas.
Esta recomposición política se hace en torno a la cuestión nacional árabe y a la
cuestión democrática; en un contexto político marcado por la Intifada palestina
de septiembre de 2000, por la ofensiva estadounidense contra Iraq en 2003, así
como por la reciente «guerra de los 30 días» entre Hezbolá e Israel, la cuestión
nacional se replantea en el mundo árabe y determina los modelos de actuación y
respuesta, las formas de reorganización política y los distintos modos de
construir alianzas tácticas entre las corrientes opositoras al proyecto
estadounidense del «Gran Oriente Medio». Además, hay que añadir la cuestión
democrática en tanto que los sistemas políticos árabes en su mayoría padecen un
arquetipo basado en el autoritarismo y el nepotismo políticos y en los que, la
mayoría de ellos, de Egipto a Jordania pasando por Arabia Saudí y las
principales petromonarquías del Golfo, se encuentran vinculados orgánicamente a
los diversos intereses estadounidenses y europeos en la región. La protesta por
las políticas de Israel y EEUU a menudo se hacen a través de una denuncia contra
las organizaciones políticas internas: en Egipto, durante el período que va de
2000 a 2006, fueron los mismos cuadros políticos y las mismas estructuras de
movilización quienes, a su vez, pasaron de la movilización a favor de los
palestinos y los iraquíes a movilizarse por la democratización del régimen.
Por lo tanto, la cuestión nacional árabe y la cuestión democrática trazan una
serie de aproximaciones transversales entre el espacio panárabe, focalizado
históricamente en la problemática palestina, y el espacio nacional interno.
Desde el año 2000, una interacción constructiva entre la dimensión panárabe de
la política y su expresión nacional interna y una transversalidad creciente
entre la cuestión nacional árabe y la cuestión democrática, favorecen una serie
de transformaciones políticas que desembocan en una serie de alianzas tácticas
y/o estratégicas entre la izquierda radical, los sectores procedentes del
nacionalismo árabe nasserista o baazista y las formaciones nacionalistas
islámicas. Esta interacción entre diferentes espacios -nacionales, regionales y
globales- así como dicha transversalidad entre corrientes políticas
anteriormente opuestas, permiten diseñar poco a poco una nueva formulación del
nacionalismo árabe, una recomposición política paulatina del campo político que
apenas ha comenzado a transformar la situación política y rompe de manera
singular con los marcos de acción derivados de la historia del siglo XX.
Del «concordismo* político» a la dinámica unitaria
La izquierda marxista, los nacionalismos árabes de diversas tendencias y
finalmente los sectores centrales del Islam político, actualmente parecen
colaborar estrechamente. Pero no ha sido siempre así; los diferentes tipos de
nacionalismo árabe se distinguieron durante decenios por sus políticas
represivas contra las corrientes nacidas de los Hermanos Musulmanes, tanto en el
Egipto de Nasser como en la Siria de Hafez el-Assad; el islamismo político, en
su fase creciente de la década de los 80 tras la revolución iraní de 1979, se
caracterizó por un régimen de represión directa hacia los grupos de izquierda
cuando éstos obstaculizaban su desarrollo y arraigaban en ciertos sectores
claves del mundo universitario, político, sindical o asociativo; en Líbano,
Hezbolá se enfrentó físicamente, durante los años 80, a los chiíes del Partido
Comunista libanés cuando éstos trataban de disputarle la hegemonía de la
resistencia nacional en el sur de Líbano. Dos de sus intelectuales más
brillantes, Mahdi Amil y Hussein Mrue, fueron asesinados por militantes próximos
a la esfera de influencia islámica (3).
En Palestina, los grupos que evolucionaban en la esfera de los Hermanos
Musulmanes y que iban a dar origen al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás)
en 1986, también se enfrentaron con los militantes del FPLP y del PPP. Por
ejemplo el Dr. Rabah Mahna, que actualmente es el negociador del Buró político
del FPLP en las discusiones interpalestinas e insta regularmente a buscar puntos
de acuerdo, tanto con Hamás como con la Yihad Islámica, fue víctima de un
intento de asesinato por parte de militantes de Hamás en 1986. Pero la visión
que tiene del movimiento islámico está determinada por la realidad política
actual y no por la del pasado; con respecto a Hamás, subraya los puntos de
avance y estancamiento que se entrelazan más o menos según la coyuntura
política:
«Ha habido una evolución innegable en Hamás. Efectivamente, desde 1988, se ha
transformado progresivamente de una organización al estilo de los Hermanos
Musulmanes, en un movimiento de liberación nacional islámico. Nosotros animamos
a Hamás a que se integre en la OLP y sea un movimiento de liberación nacional
dentro de la OLP. Pero su rechazo a reconocer a la OLP últimamente es muy
sospechoso para nosotros (…) Nosotros no presionamos a Hamás y le reconocemos,
primero como una corriente de la resistencia, y en segundo lugar, como gobierno
elegido. Pero, más allá, no deseamos que Hamás permanezca encerrado en una
perspectiva ideológica estrecha del tipo de la de los Hermanos Musulmanes; por
eso las fuerzas políticas mundiales y árabes que apoyan la causa palestina pero
no están de acuerdo con todo o parte del programa de Hamás, deben ayudarnos a
hacerle salir de una visión cerrada y a continuar su evolución. De lo contrario,
si le aislamos, corremos el riesgo de que retroceda y vuelva a un movimiento de
tipo integrista, como antes de 1988 (4)».
Aunque en el pasado hubo claros enfrentamientos, las diferentes formas de
oposición entre nacionalistas, islamistas e izquierda radical se pueden
relativizar históricamente por una serie de intercambios dinámicos, préstamos
discursivos e ideológicos y una circulación de militantes entre estos tres
sectores políticos claves del mundo árabe. Ya el sociólogo Maxime Rodinson
recordaba que entre el nacionalismo árabe, el Islam y el marxismo existía un «concordismo»
que favorecía la circulación de las ideas y las prácticas:
«La indiscutible incompatibilidad doctrinal de las ideologías cede ante diversas
consideraciones estratégicas internacionales que llevan a que ambos movimientos
(comunistas y musulmanes) adopten una actitud amistosa. Hay un traspaso
ideológico de los musulmanes al comunismo cuando dicha ideología se corresponde
con lo que reclama implícitamente su doctrina, incluso fuera de dicha actitud
amistosa […]. Y si vamos más lejos, generalmente hay una reinterpretación de los
conocimientos, las ideas y los símbolos musulmanes como equivalentes de las
ideas o conceptos comunistas corrientes. La iniciativa ocurre a menudo por parte
de los comunistas cuando quieren impulsar la alianza. Cuando el esfuerzo de
reinterpretación es particularmente arduo, se conoce como concordismo. Este
término podría generalizarse para designar un conjunto sistemático de
reinterpretación (5)»
Eso que, por su parte, Olivier Carré denominaba los «sectores intermedios» entre
la religión y el nacionalismo (6), se percibe durante todo el siglo en el
nacimiento y desarrollo de estas tres corrientes. La generación de los
fundadores del movimiento nacional palestino y de Fatah -Yasser Arafat, Khalil
al Wazir y Salah Khalaf- acompañaron de cerca a los Hermanos Musulmanes durante
los años 50 y 60. El propio nasserismo no estuvo exento de una relación compleja
con el Islam político en los primeros años, después de la revolución de 1952. A
estos itinerarios personales se añade una reutilización y una reinterpretación
sistemática de los diferentes tipos de discursos religiosos o políticos por
parte de un conjunto de movimientos, y una circulación permanente de los
conjuntos semánticos y conceptuales. Por ejemplo, el Partido Comunista iraquí,
no vaciló en hacer referencia a los fundamentos doctrinales del chiísmo poco
después de la revolución de 1958 y de la toma del poder por Abdel Karim Kassem.
La perspectiva revolucionaria se asoció, en el discurso del PCI, a los
principios milenaristas y mesiánicos del chiísmo, mientras que los dirigentes
del Partido utilizaban intensamente la similitud entre los términos shii’a (chiita)
y shuyou (comunista, en árabe). En cuanto al término «socialista» (ishtarâkii),
fue ampliamente utilizado y convertido por algunos líderes e ideólogos de los
Hermanos Musulmanes, como Sayyid Quotb o Muhammad al-Ghazali, desde el punto de
vista de un «socialismo islámico».
Así, desde hace casi medio siglo, asistimos a una circulación dinámica y a una
mutación continua del vocabulario político. Es decir, que la misma ideología
está sometida a complejos procesos de intercambio, préstamos y
reinterpretaciones siempre cambiantes una vez ubicada en la práctica de la
política. La temporalidad del nacionalismo de los países del Tercer Mundo es, en
efecto, una temporalidad política diferenciada en la que el pasado, las
tradiciones culturales y las herencias ideológicas, son los principios
constituyentes de la conciencia nacional. El nacionalismo anticolonial es un
espacio híbrido que interactúa con los elementos de la modernidad política, pero
criticándola al mismo tiempo por la recuperación, el reciclaje y la revisión de
elementos que vienen del pasado. Los «concordismos» entre el nacionalismo y el
Islam corresponden a una actualización política e ideológica del Islam, que es
menos una supervivencia del pasado que un elemento cultural heredado, vigoroso y
práctico, en interacción y mestizaje permanente con el presente político,
incluso aunque éste último es esencialmente secular y laico. El nacionalismo
anticolonial, basado históricamente en una serie de concordismos, no está contra
la modernidad, sino a favor de su recuperación y reorientación en el contexto
particular de un espacio que se percibe dominado tanto en lo político como en lo
cultural.
La década de los 80 está marcada esencialmente por la mudanza creciente y
espectacular de militantes marxistas, a menudo maoístas, o nacionalistas árabes,
hacia el islamismo político. Esto fue particularmente visible en Líbano donde,
mientras la OLP fue obligada poco a poco a abandonar el País de los Cedros y
donde el eje «palestino progresista (7)» desaparecía debido a divisiones
internas y a las presiones sirias, los dirigentes jóvenes ingresaban en Hezbolá,
nacido entre 1982 y 1985. Así se alejaron la mayoría de los combatientes de la
Brigada Estudiante, la Katiba Tullabiya, organización militar vinculada al
movimiento palestino Fatah, que se comprometió gradualmente con la resistencia
militar islámica del «Partido de Dios», o en otras estructuras de carácter
islámico, bajo la influencia de la Revolución iraní.
La experiencia de esta tendencia de izquierda de Fatah, nacida a principios de
los años 70, es particularmente interesante. Mucho antes de la Revolución iraní,
los jóvenes militantes libaneses y palestinos intentaron articular el Islam con
el nacionalismo y el marxismo árabes, lo que demuestra que la cuestión de las
relaciones entre los tres ya estaba planteada. Saud al Mawla, actualmente
profesor de Filosofía en la Universidad libanesa de Beirut y antiguo miembro de
la tendencia de izquierda de Fatah, se pasó a Hezbolá en los años 80.
Posteriormente lo abandonó y explica:
«En la década de los 70 comenzamos a interesarnos por las luchas de los pueblos
musulmanes. Era una mezcla de nacionalismo árabe e Islam, o bien de comunismo
árabe-islámico, de marxismo árabe-islámico. Intentamos hacer como los comunistas
musulmanes soviéticos de los años 20, Sultan Ghaliev**. Y empezamos a estudiar
el Islam. Habíamos comenzado con esto tan pronto como empezamos a aplicar los
principios maoístas: Hay que conocer las ideas del pueblo, interesarse por el
pueblo, por lo que piensa…. Hay que conocer las tradiciones del pueblo. Y
comenzamos a interesarnos por las tradiciones populares, por las ideas del
pueblo, por todo lo que constituye la vida de las personas. Y el Islam nos llegó
como el fundamento de esta sociedad, lo que se supone que la movilizaba. En un
sentido militante, pragmático, era tomar y utilizar los principios que podían
movilizar a las personas para la lucha. Así fue como nos aproximamos al Islam, a
partir del maoísmo desde un punto de vista teórico, y a partir de la experiencia
cotidiana (…). Por eso, cuando llegó la Revolución iraní, ya estábamos en eso. Y
eso no se hizo sobre bases ideológicas o religiosas. Es decir que vimos en el
Islam una fuerza de civilización y política, una corriente civilizadora que
podría agrupar a los cristianos, marxistas y musulmanes, como una reflexión, una
respuesta, una vía de lucha contra el imperialismo, para aportar un manera de
luchar y para renovar nuestros enfoques, nuestras ideas, nuestras prácticas
políticas (8)».
Si en los años 70 algunos militantes todavía buscaban conciliar, con una
reflexión teórica y política, la articulación entre marxismo, Islam y
nacionalismo, la década de los 80, marcada por las consecuencias políticas
regionales ideológicas y políticas de la Revolución iraní y por la hegemonía del
islamismo político, ya no dejó lugar para estas elaboraciones.
En este caso los años 90 marcan una ruptura, y el sistema tácito que vio la
alianza del concordismo y la oposición violenta, poco a poco se transformó en
una dinámica unitaria en la que el concordismo se vio tanto más favorecido por
un proceso de alianzas entre las diferentes corrientes. En efecto, con la Guerra
del Golfo, los intentos de regulación del conflicto israelo-palestino por medio
de la Conferencia de Madrid y de los Acuerdos Interinos de Oslo en 1993, con el
fin de la bipolaridad este-oeste y la reunificación del Yemen, el mundo se
desmoronaba. La terminología revolucionaria y nacionalista se quedó sin
resuello, sea islamista o marxista. Esto tampoco es ajeno al abandono progresivo
del discurso mesiánico y tercermundista del régimen de Teherán bajo el impulso
del nuevo Presidente Rafsandjani.
Las coordenadas políticas han cambiado. Habrá que definir por qué se produjo un
triple fracaso: el del Islam político, el del nacionalismo árabe y el de la
izquierda. Pero, más allá de esto, es seguro que el campo político árabe se va a
reconstruir y recomponer poco a poco sobre los escombros de las grandes utopías
y las múltiples mitologías del siglo que terminó. Las dinámicas actuales ya no
son unilaterales. Si en los años 80 el islamismo cosechaba las ganancias de las
decepciones políticas y sociales del mundo árabe, desde 1991 asistimos a una
interacción mayor y a una transversalidad más amplia de las dinámicas políticas:
izquierda, nacionalismo e islamismo ya se encuentran en un complejo proceso de
reelaboración ideológica y programática, de entrecruzamiento de problemáticas,
frente a un sentimiento de fracaso y de callejón sin salida del mundo árabe.
Esto se comprueba, en primer lugar, en Palestina: poco después de los Acuerdos
de Oslo, en octubre de 1993, se constituyó una «Alianza de las Fuerzas
Palestinas» compuesta por elementos que habían roto con Fatah, pero sobre todo,
por el FPLP marxista y Hamás (9). Se van creando marcos progresivos de debate
entre nacionalistas, marxistas e islamistas, la Fundación Al-Quds, con un
liderazgo islamista, y sobre todo la Conferencia Nacionalista e Islámica,
lanzada en 1994 por iniciativa del Centro de Estudios por la Unidad Árabe (CEUA)
de Khair ad-Din Hassib, con base en Beirut, que se reúne cada cuatro años con el
objetivo de encontrar puntos de acuerdo tácticos y/o estratégicos y para
redefinir las relaciones, incluso desde un punto de vista ideológico, entre la
izquierda, el nacionalismo y el islamismo. Así, el CEUA celebró en marzo de 2006
en Beirut una Conferencia General Árabe de apoyo a la resistencia, en la que se
encontraban ampliamente representadas las principales direcciones de las
organizaciones nacionalistas, marxistas e islamistas, especialmente Hamás y
Hezbolá.
La cuestión nacional y la cuestión democrática
Desde el año 2000, el ritmo de las recomposiciones políticas entre el
nacionalismo, la izquierda radical y el nacionalismo islámico se está
acelerando. A raíz de la segunda Intifada y de la intervención estadounidense en
Iraq, las convergencias tácticas entre los tres sectores se acentuaron.
Especialmente giran en torno a la cuestión nacional y al problema de las
«ocupaciones», de Palestina a Iraq pasando por Líbano, y a la denuncia conjunta
de las políticas estadounidenses e israelíes.
En primer lugar, dichas alianzas se realizan sobre el terreno, en el ámbito
práctico, no en el teórico: durante la «guerra de los treinta y tres días» entre
Líbano e Israel, en julio y agosto de 2006, el Partido Comunista Libanés (PCL)
reactivó algunos de sus grupos armados en el sur de Líbano y en la llanura de
Baallbeck y participó en los combates junto a Hezbolá. En algunos pueblos como
Jamaliyeh, donde tres de sus militantes murieron durante un ataque de un comando
israelí rebrotado, el PCL tomó la iniciativa militar y política, aunque Hezbolá
mantenía, de hecho, el liderazgo político, militar y simbólico de esa guerra. Se
creó un Frente de la resistencia que agrupaba básicamente a Hezbolá y a la
izquierda nacionalista, desde el PCL al Movimiento del Pueblo de Najah Wakim
(10), pasando por la Tercera Fuerza del ex Primer Ministro Sélim Hoss. Fundado
sobre el principio del derecho a la resistencia y defendiendo las principales
reivindicaciones de Hezbolá, a saber, la liberación de los presos libaneses en
Israel y la retirada israelí de los territorios libaneses de Chebaa y Kfar
Chouba, dicho frente tenía como denominador común la cuestión nacional y el
posicionamiento frente a Israel; no era, por ejemplo, un frente prosirio, ya que
el Partido Comunista tenía, por su parte, una larga tradición de lucha contra la
tutela y la presencia siria en Líbano.
Pero el acuerdo táctico sobre la cuestión nacional no permite hablar a priori de
una «recomposición política». Entonces, toda la cuestión es saber si el acuerdo
táctico puede transformarse en un acuerdo más o menos estratégico que comprenda
una visión a largo plazo de la sociedad, del Estado y de las políticas
económicas. Ahora bien, es ahí donde parece más profunda la transformación del
campo político árabe: de 2000 a 2006, la serie de acuerdos políticos entre
izquierda, nacionalistas e islamistas se amplió poco a poco a un conjunto de
temáticas, lo que es totalmente novedoso en relación con los marcos de las
alianzas de los años 80 y 90.
La cuestión nacional permite avanzar efectivamente y efectuar una serie de
transferencias conceptuales, prácticas y políticas de un campo al otro: en
Egipto, la denuncia de las políticas estadounidenses e israelíes, en realidad
ocultaba una crítica latente pero explicita al régimen del Presidente Mubarak.
Rápidamente, los marcos de la movilización por la cuestión palestina e iraquí
dieron origen a otra serie de marcos políticos transversales que concernían
especialmente a la cuestión democrática: en las campañas de denuncia, desde la
de la ley de urgencia de 1982 hasta las de las elecciones sindicales de
noviembre de 2006 -en las que los Hermanos Musulmanes, los radicales de
izquierda del grupo Kefaya y los nasseristas del movimiento al-Karamah se
aliaron para disputarle el predominio en las listas al partido en el poder, el
Partido Nacional Democrático- pasando por las campañas de apoyo al movimiento de
protesta de los jueces egipcios que habían denunciado el fraude electoral en
mayo de 2006, el campo de acción de las alianzas pasó rápidamente de la cuestión
nacional a la cuestión de la ampliación de los derechos democráticos.
En Líbano, el Movimiento del Pueblo, la Organización Popular Nasserista -sunní y
cuyo dirigente, Oussama Saad, es diputado por Sayda- y el Congreso Popular Árabe
de Kamal Chatila -una formación nasserista- estaban en el centro del movimiento
de protesta iniciado por Hezbolá y la Corriente Patriótica Libre del General
Aoun en diciembre de 2006, un movimiento que se expresa a través del diario de
izquierda al-Akhbar: aquí, la movilización de la oposición todavía sólo
afectaba a la cuestión nacional y a las «armas de la resistencia». Las
características comunes entre las organizaciones opositoras al gobierno de Fouad
Siniora, alcanzan tanto a la cuestión de la reforma de la ley electoral y del
sistema confesional, como a la definición de una política económica de tipo
regulador, o keynesiano, sin cuestionar los mecanismos del mercado, opciones que
no comparte la mayoría parlamentaria actual, muy marcada por el ultraliberalismo
(11). Un buen ejemplo es el nuevo periódico al-Akhbar, diario de
izquierda muy próximo a Hezbolá, cuyo primer número apareció en agosto de 2006 y
que en realidad pretende crear puentes teóricos y políticos entre la izquierda,
el nacionalismo y el Islam. El PCL que ha ido estableciendo, a medida que
pasaban los años, una especie de sociedad con Hezbolá, apoya a la oposición en
el tema de la caída del gobierno de Siniora, considerado proestadounidense. Sin
embargo, no oculta que su alianza con Hezbolá y los partidos de la oposición es
un apoyo crítico; para el PCL, el programa adelantado por Hezbolá todavía no es
bastante radical, tanto en el plano político como en el económico, para
cuestionar al sistema libanés, basado en el confesionalismo político. Aunque
dispuesto a hacer un frente común, no disimula sus críticas a Hezbolá, pero de
una manera diferente a la de los años 80; ahora se trata de definir una política
de izquierda independiente preparada para establecer una complementariedad y un
intercambio constructivo con el movimiento islámico chií.
Actualmente, la cuestión nacional juega un papel por extensión: mientras que en
los años 90 las alianzas entre izquierda, nacionalistas e islamistas estaban
basadas simplemente en el reconocimiento de un enemigo común, Israel, la larga
colaboración entre estas corrientes al final desembocó en una ampliación del
campo de acción política, yendo de la cuestión nacional a la cuestión
democrática y de la cuestión democrática a la cuestión del Estado, las
instituciones y las formas sociales que hay que adoptar. El «concordismo» y los
intercambios entre las organizaciones y las corrientes se transformaron
gradualmente en una dinámica de acción unificada que, a pesar de un escaso
análisis teórico y conceptual, tiene una importancia real en la práctica
política diaria.
Esta recomposición política no es independiente de las nuevas dinámicas
políticas mundiales en marcha, con un movimiento altermundista instalado en el
panorama político, pero también y sobre todo con la aparición de un polo
nacionalista de izquierda en América Latina, simbolizado por Hugo Chávez y Evo
Morales. Un movimiento nacionalista islámico como Hezbolá plantea su red de
alianzas a partir de un modelo tercermundista. Hassan Nasralá no deja de hacer
referencias al presidente venezolano mientras su organización, junto con el
Partido Comunista Libanés, invitó a aproximadamente a 400 delegados de la
izquierda mundial y del movimiento altermundista a una Conferencia de
Solidaridad con la Resistencia en Beirut, del 16 al 20 de noviembre 2006, cuya
declaración final estableció tres puntos estratégicos: La cuestión nacional y la
lucha contra las ocupaciones, la defensa de los derechos democráticos y la
protección de los derechos sociales (12).
Hoy se desestiman estas dinámicas de recomposición política en curso. La
cuestión libanesa sólo se percibe, generalmente, desde la perspectiva siria e
iraní, subestimando las dinámicas internas propias de la sociedad política
libanesa. La propia área de influencia islámica sufre mutaciones programáticas
profundas. Hezbolá adopta un discurso tercermundista basado en la oposición
sur-norte y en la oposición mustakbar/mustaadafin (arrogantes-oprimidos (13)),
algunos dirigentes de los Hermanos Musulmanes se encuentran en tensión entre sus
alianzas con la izquierda y su defensa del principio de la economía de mercado.
Como ha escrito Olivier Roy, «el juego de alianzas (de los islamistas) va en dos
direcciones posibles: por un lado, una coalición basada en valores morales (…) y
por el otro, una alianza sobre valores políticos esencialmente de izquierda
(antiimperialismo, altermundismo, derechos de las minorías) donde la línea de
separación es, claramente, la cuestión de la mujer (14).
E incluso la cuestión de la mujer actualmente está sometida a debate. En Líbano,
como en Palestina, las asociaciones feministas procedentes de la izquierda no
vacilan en desarrollar campañas conjuntas con las asociaciones de mujeres
islamistas, especialmente en cuanto al derecho al trabajo y la denuncia de la
violencia sobre las mujeres. Para Islah Jad, militante feminista palestina e
investigadora del movimiento feminista en Palestina, no se trata de enfrentar a
las mujeres laicas con las mujeres islamistas, sino de desarrollar un discurso
feminista secular y radical mientras se discute y trabaja en equipo con las
dirigentes femeninas del movimiento islámico:
«Los islamistas admiten que las mujeres están perseguidas y son víctimas de la
opresión social, atribuyéndolo no a la religión sino a las tradiciones, que
deben evolucionar. Según ellos, el Islam exige que las mujeres se organicen para
liberar su país, que puedan educarse, organizarse y politizarse, y que sean
activas en el desarrollo de su sociedad. La paradoja es que hay un 27% de
mujeres en la organización del partido islámico y un 15% en el buró político,
más que en la OLP (…) Como ya dije, el hecho que las mujeres islamistas no
pretendan construir su discurso apoyándose en textos religiosos, posibilita a
las mujeres laicas influir en la visión y los discursos de las islamistas y
evita la incomunicación. No podemos reclamar nuestros derechos aislándolos del
contexto político. Ésta es una etapa muy importante para establecer una relación
de confianza entre las tendencias laicas y las islamistas. El hecho que los
islamistas reconozcan que la mujer está oprimida abre perspectivas sobre las
medidas que hay que adoptar para hacer que la sociedad evolucione. Siempre
existirán conflictos ideológicos y políticos y esto es deseable. Nunca estaremos
totalmente de acuerdo, pero, desde mi punto de vista, las mujeres laicas pueden
influir en el debate ideológico con los islamistas (15)»
Esta interacción práctica entre la izquierda árabe, el nacionalismo y el
islamismo, si bien es nueva, ya aparece en el campo sindical, electoral y
militar, y sólo está empezando. Los puntos de acuerdo sobre la cuestión
nacional, la democracia o la defensa de los derechos sociales no constituyen
todavía un conjunto suficientemente definido y estable como para saber hasta
dónde puede llegar esta alianza. El caso es que hay una separación precisa entre
la práctica y la teoría: los concordismos se han profundizado, pero todavía no
hay, ni en el campo intelectual ni en el teórico, una definición clara y una
elaboración de un lenguaje común. Las alianzas se encuentran todavía, en su
mayoría, en el terreno empírico y en la práctica y por lo tanto faltan
fundamentos teóricos y un auténtico proceso de homogeneización.
Una vez más, Líbano es, más o menos, una excepción. Últimamente, todavía existe
una desunión entre los espacios nacionales; la alianza entre la izquierda, los
nacionalistas y los islamistas, la más fuerte, se encuentra hoy en Líbano,
intentando definir lo que la izquierda y Hezbolá denominan una «sociedad de
resistencia» y un «Estado de resistencia». En Palestina, por ejemplo, las
alianzas entre el FPLP y Hamás están lejos de ser tan profundas al mantener
ambas organizaciones una desconfianza recíproca. En cambio, la colaboración
entre el FPLP y la Yihad islámica está plenamente establecida. En Egipto
persiste una cierta desconfianza entre los Hermanos Musulmanes y la esfera de
influencia de la izquierda. Ahora bien, este asunto de la recomposición política
y las nuevas alianzas establecidas en el mundo árabe no son una cuestión
secundaria, porque replantea efectivamente la imagen del nacionalismo árabe, y
finalmente podría constituir un temible desafío estratégico para los regímenes
existentes, así como para Estados Unidos y las potencias europeas.
La apertura del nacionalismo islámico hacia la izquierda puede facilitar de
forma efectiva un nuevo nacionalismo panárabe en mutación, una inquietante
apertura estratégica e internacional que puede desembocar en el renacimiento de
un polo tercermundista y nacionalista a escala global, como lo sugiere
simbólicamente la serie de afiches rojos pegados en las calles de Beirut desde
septiembre de 2006 en los que se codean las imágenes de Nasser, Nasralá y
Chávez. No se trata, pues, de postular el nacimiento de un islamismo de
izquierda, no hay nada de eso. Se trata de comprender que el desarrollo de un
islamismo abierto a la izquierda y sus dimensiones nacionales cambian un tanto
la situación política y ponen en marcha largos procesos de recomposición
política, estratégica e ideológica. En los últimos veinte años se ha visto
pluralizarse el referente político islamista, con un islamismo fundamentalista
desligado de la territorialidad, a partir del modelo de la red Al-Qaeda, con la
sumisión de un neofundamentalismo islámico a los modelos del mercado y la
aparición de un islamismo gubernamental en Turquía que se acerca más al modelo
consensual de la Democracia Cristiana de los años 50 que al del Islam como
modelo de Estado.
Todavía en estado embrionario pero con un desarrollo exponencial, la emergencia
de un polo islamista abierto tanto a la izquierda como a los aspectos
nacionalistas y árabes, constituye un fenómeno político capaz de recomponer de
forma estable el escenario político de Oriente Medio.
Notas del autor
(1) Fatah, Movimiento Nacional de Liberación de Palestina, es la organización
histórica del nacionalismo palestino. El FPLP (Frente Popular de Liberación de
Palestina) y el FDLP (Frente Democrático de Liberación de Palestina) son las dos
organizaciones principales de la extrema izquierda. Hamás (Movimiento de la
Resistencia Islámica) es la primera organización islamista como fuerza armada.
El PPP (Partido Popular Palestino) es el antiguo Partido Comunista.
(2) Jamal Samhadana fue ejecutado en junio de 2006 en una operación dirigida
israelí.
(3) Algunas fuentes libanesas acusan directamente a Hezbolá. Sin embargo,
dirigentes del Partido Comunista dudan y no descartan la tesis de asesinatos
perpetrados por grupos integristas sunníes.
(4) Rabah Mhana, miembro del buró político del FPLP, entrevista con el autor,
París, 2 de mayo de 2006.
(5) Maxime RODINSON, «Relación entre el Islam y el comunismo», Marxisme et
monde musulman, Seuil, 1972, pp. 167- 168.
(6) Ver al respecto, Olivier CARRE, L’Utopie islamique dans l’orient arabe,
Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1994
(7) El eje comúnmente denominado «palestino-progresista» está constituido por
las organizaciones de la izquierda libanesa (Partido Socialista Progresista,
Organización de Acción Comunista del Líbano) y las fuerzas palestinas en Líbano
(Fatah, FPLP, FDLP), que en los años 70 se oponían principalmente, en el marco
de la guerra civil, a las milicias cristianas, la Falange Libanesa.
(8) Saoud al Mawla, entrevista con el autor, Quoreitem, Beirut, 27 de
marzo de 2007.
(9) El conjunto de estas organizaciones se unió bajo el principio del rechazo
incondicional a los Acuerdos Interinos de Oslo, firmados en 1993 por el líder de
la OLP Yasser Arafat.
(10) El Movimiento del Pueblo es una organización nacionalista árabe de
izquierda. Su líder Najah Wakim, antiguo diputado nasserista de Beirut, es una
figura política nacional conocida sobre todo por sus campañas de lucha contra la
corrupción.
(11) El punto de vista de la oposición relativo a la reforma del sistema libanés
sobre el modelo de un estado «fuerte y justo» se puede entender, especialmente,
por medio de dos documentos claves: primero, por el documento de concordia mutua
entre Hezbolá y la Corriente Patriótica Libre, del 6 de febrero de 2006; y
segundo, el documento común producido por el Partido Comunista Libanés y la
Corriente Patriótica Libre: «Cómo resolver la crisis política en el Líbano, los
puntos comunes entre el Partido Comunista Libanés (PCL) y la Corriente
Patriótica Libre (CPL)», del 7 de diciembre de 2006.
(12) La sesión de apertura de la Conferencia, el 16 de noviembre de 2006, en el
palacio de la UNESCO en Beirut, fue un símbolo de esta convergencia progresiva
entre la izquierda mundial, el altermundismo y la esfera de influencia
nacionalista islámica. Entre los oradores de la apertura destacaban Mohammad
Salim, miembro del Parlamento indio y del Partido Comunista indio, Gilberto
López, del Partido de la Revolución Democrática mexicana, Victor Nzuzi,
agricultor y líder sindicalista congoleño, Georges Ishaak, dirigente de Kifaya y
militante de la izquierda egipcia, Khaled Hadade, secretario general del Partido
Comunista Libanés, y finalmente Naim al-Quassem, vicesecretario general y número
dos del Hezbolá libanés.
(13) La dicotomía Arrogantes/Oprimidos remite directamente a la Revolución iraní
de 1979, así como a un principio doctrinario del chiísmo. En el vocabulario
político del primer período de la Revolución de 1979, el duplo
Arrogantes/Oprimidos significaba la oposición entre los pobres y los ricos, pero
también entre el sur «colonizado» y el norte «imperialista». Esta clasificación
fue adoptada tanto por los Mulás del entorno de Jomeini como por los grupos de
izquierda y nacionalistas.
(14) Olivier Roy, «El paso del islamismo a Occidente: ruptura y continuidad»,
Islamismes d’occident. Etat des lieux et perspectives, bajo la dirección de
Samir Amghar, Ed. Lignes de repères, 2006.
(15) Islah Jad, entrevista con Monique Etienne, Revue Pour la Palestine,
marzo de 2005.
Notas del traductor:
* Concordismo. Así se denomina una tendencia difundida en el siglo XIX que
pretendía encontrar a toda costa una correlación entre los diversos
conocimientos científicos de la época y el relato bíblico de la creación (Gn.
1-2,4a). Así se identificaban, por ejemplo, los «días» del Génesis con los
diversos períodos geológicos.
** Mirsaid Sultan-Galiev. Político tártaro. Desde 1917 desempeñó varios cargos
políticos en el partido bolchevique defendiendo las ideas nacionalistas y la
doctrina marxista adaptadas al medio musulmán, por lo que fue perseguido y
condenado a penas de prisión.
Original en francés: