Medio Oriente - Asia - Africa
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¿África se hunde o nada en la corrupción?
Bright Simons
Fundación Sur
Traducido por Rosa Moro, de la Fundación Sur.
Fuera de su nativa Kenia, John Githongo era prácticamente desconocido, hasta que
llevó a cabo una investigación sobre un caso de corrupción, con 1.000 millones
de dólares en juego desde 2004, descendió a los pozos y alcantarillas de la
suciedad política y se sintió "incapaz de continuar en su trabajo con el
gobierno".
Su dimisión del cargo, altaneramente llamado "secretario de Ética y
Gobernación", en febrero de 2005, hizo estallar una cadena de crisis tanto
políticas como diplomáticas. Se presentaron mociones en la Cámara Común
Británica, sus antiguos colegas en Transparency International y grupos de la
sociedad civil protagonizaron apasionadas protestas por todo el África Austral y
más allá, se pusieron como fieras, pidiendo una investigación inmediata sobre lo
que estaba adquiriendo rápidamente el carácter de la expresión, a menudo
escuchada en la vida pública, pero siempre excitante, "escándalo".
Desde entonces, el asunto ha pasado de ser una mera crisis de unos cuantos
afectados, a un pandemonio a toda escala, de proporciones geopolíticas, con la
congelación de la ayuda de los donantes occidentales, empezando por Gran
Bretaña, y la dimisión de al menos tres ministros de alto rango. Y por las
noticias que llegan desde Kenia últimamente –no menos que lo que parece ser un
aumento en la intimidación del gobierno sobre la prensa independiente- es fácil
suponer que todo esto no es más que el principio.
Acontecimientos de esta naturaleza, inevitablemente, ponen en la palestra el tan
lamentado asunto de la "corrupción africana", y proporciona el escenario
perfecto para presentar con toda amplitud la imagen de un continente que se
ahoga en su propia inmundicia moral. Los comentaristas hacen cola para ofrecer
joyas bien pulidas de sabiduría a cambio de sus preciosos 30 segundos en las
cadenas de radio y televisión, entonces proceden a hilar suficientes de estos
pedazos de "verdad" para formar un collar metafórico que adorne la imagen del
continente que tienen sobre la repisa de su chimenea.
Nada más lejos de mi intención que minimizar la importancia del caso Githongo.
Desde su exilio a Gran Bretaña, he tenido la oportunidad de oír hablar a John
Githongo sobre la cadena de acontecimientos que obligan a alguien de su
inteligencia y fortaleza a abandonar una campaña a la que ha dedicado la mayor
parte de su vida adulta y dejar un país que tan manifiestamente ama y aprecia.
Githongo, ahora un profesor del instituto St. Anthony, de Oxford, me dio la
impresión de ser un tipo completamente equilibrado y de mente firme,
definitivamente, no de ese tipo de personas que exagerarían simplemente para
exponer algo más claramente. Estoy preparado para aceptar que su testimonio es
rotundamente cierto; que hay personas en altos cargos en Kenia que han
conspirado para defraudar al país decenas de millones de dólares, mientras que
millones de sus propios conciudadanos se pudren en la execrable miseria –algunos
de estos en las barriadas de Kibera, a no más de un par de cientos de metros de
sus palaciegas residencias; y que, de verdad, proyectos enteros, como el
últimamente famoso plan de modernizar la seguridad de los pasaportes, al cual se
han destinado millones de libras ganadas con mucho esfuerzo, estén destinados a
existir permanentemente en la imaginación de algunos políticos.
Estos son hechos descorazonadores. Hasta aquí, estoy de acuerdo con todo. Pero
éstos no son los únicos elementos de esta historia. Éstos no forman la imagen
completa.
Me gustaría empezar por atraer su atención hacia una manera de ver las vidas
económicas de las sociedades, que se hizo popular por primera vez en los años
20, de un economista de la Universidad de Wisconsin, llamado J. R. Commons.
Commons había llegado a la convicción, por la ruta de la típica desviación
académica, de que los intercambios que vemos que se producen en la raíz de las
relaciones sociales deben ser vistos como unidades fundamentales llamadas
"transacciones", que proceden de varias clases de mercados de los cuales, el
mercado comercial común, no es más que un ejemplo.
Por lo tanto los sistemas tributarios, los procesos judiciales, los mismos
gobiernos, cuando se tienen en cuenta sus manifestaciones de burocracia, en
conjunto pueden ser considerados como un "mercado social" en el cual tienen
lugar las transacciones entre y a través de cualquier numero de partes, todas
las cuales pueden tener diferentes intereses en juego. Mi intención no es
parafrasear exactamente a Commons, lo cual requeriría varios volúmenes. Lo que
intento expresar es que los procesos básicos que dirigen lo que llamamos
comúnmente "sistema económico" son los mismos que dirigen la sociedad en su
totalidad. Pero antes de que se me acuse de ser un falso marxista, déjenme que
me explique un poco más.
A menudo se da por supuesto que los mercados difieren de otras instituciones
porque los agentes principales están implicados sólo para maximizar sus
"beneficios". ¿Pero es esto lo que vemos cuando observamos la vida de ahí fuera?
Me aventuro a decir que los agentes, -individuos, firmas, intereses personales,
lo que sea- de hecho sólo buscan mantener la "perpetuidad". Todo el mundo desea
mantener un cierto nivel de existencia, proporcional a sus expectativas. Si, en
efecto, uno puede arreglárselas para hacerlo en ausencia de beneficios, ¡que así
sea! Si un negocio pudiera mantenerse sin la necesidad de satisfacer siempre los
caprichos de los accionistas, lo haría. No son los "beneficios", críticamente
hablando, los que dirigen y motivan la esencia de los mercados. Es el deseo de
"perpetuarse", ya sea mediante la autodefensa, la auto-conservación o la
agresión descarada.
Los beneficios económicos, como "fuerzas racionales" detrás de múltiples
acciones o como representantes menos confusos de la "utilidad", son mecanismos
prácticos, porque se han convertido en etiquetas convencionales a las que se da
un gran reconocimiento al mínimo coste.
Entonces, teniendo en cuenta, mediante los argumentos anteriores, que la fuerza
motora de las economías es la auto perpetuación, que por lo tanto es la unidad
básica de análisis de los mercados de diversos tipos, podemos continuar
asegurando que las instituciones del gobierno, por la fuerza de ese mismo deseo
de la auto perpetuación, son en realidad, mercados sociales.
Pero, ¿cuál es la conexión con la corrupción? Es la siguiente. Como las
comunidades evolucionan, a través de diferentes caminos, hacia varios momentos
de identidad, existe una comunicación dentro de los mercados, al igual que entre
los diferentes mercados. Si decidimos describir los periodos de aumento de las
tensiones entre los mercados como "transiciones", hablamos con claridad elegante
de lo que puede describir algunos de los fenómenos nacionales más fascinantes de
la política contemporánea internacional.
Por ejemplo, China. Su puesto número 77, en una lista de 158 países, en el
Índice de Percepción de la Corrupción de 2005, (que realiza Transparency
International), es una prueba de por qué, no obstante, se especifica
responsablemente que se trata de "percepción", que puede que no siempre coincida
totalmente con la realidad, a menudo es necesario utilizar la información sobre
este asunto con cautela. En lo que respecta a dentro de la propia China, (el
Índice de Percepción de la Corrupción se basa predominantemente en los puntos de
vista de los observadores externos, inversores en las industrias extractivas,
por ejemplo), la agitación social contra la corrupción ocupa el puesto número
uno entre las prioridades tanto de los ciudadanos de a pié, como de figuras del
gobierno.
Aún así, se prevé que China se convierta en el poder económico líder en el
mundo, a mediados de este siglo. Si la moderna combinación de pobreza con
corrupción, desarrollo retrógrado con sobornos, y estancamiento económico con
irresponsabilidad de las instituciones, estuviera cerca de la verdad, ni China
ni India, ni desde luego Vietnam, habrían obtenido el estatus del que gozan
actualmente, como miembros relevantes del club de naciones que se están
industrializando rápidamente. Una idea sacada de las muestras generalizadas de
que comparten los mismos rasgos lamentables de corrupción pública rampante con
muchos países africanos.
Lo que también comparten con los países del África Subsahariana es el "transicionismo"
en sus vidas económicas. En estas tres economías en rápido desarrollo se va a
observar un alto grado de antagonismo entre los mercados sociales de estado -
relaciones entre ciudadanos y mercados cívico sociales de ciudadanos iguales
ante la ley - intercambio entre ciudadanos.
Así, ¿por qué entonces tienen la percepción, no del todo inexacta, los países
desarrollados de que la corrupción africana es de un tipo de corrupción
particularmente perniciosa? ¿Que está incrustada de manera especial en el
subdesarrollo? Creo que es debido a la naturaleza específica de los "estados de
transición" de las economías subsaharianas. Conforme, mi intención es argumentar
que la corrupción es una característica integral y muy visible de TODAS las
"economías de transición", pero lo que he omitido hasta ahora es que el "transicionismo"
adquiere unas características peculiares mientras dura.
El estado de transición del África del sur fue engendrado por unas concretas
historia política y geografía social, y ha sido cultivado de ciertas maneras,
que amenazan con endurecerse hacia un "transicionismo permanente".
Así, observamos la escalada de una auténtica "cultura de corrupción" que puede
trascender el rol de sobornos en las economías de transición como mecanismos
correctivos para compensar los desaciertos de la rivalidad entre mercados, y
convertirse en una deficiencia estructural omnipresente y auto legitimada. Lo
que quiero decir es que existe el riesgo de que la corrupción, por si misma,
pueda convertirse en otro mercado, una economía alternativa como era antes, que
dificulte el equilibrio que adquieren las economías, llegadas a un cierto grado
de madurez, entre sus diferentes mercados. Afortunadamente, eso es precisamente
lo que no ha pasado en Asia.
En todas las economías emergentes de Asia, las transiciones entre las diferentes
configuraciones de la comunicación entre los mercados están dando un increíble
impulso a la creatividad y la ingenuidad, mitigando, casi por completo, los
efectos reales y presentes de una corrupción considerable. Muchas de estas
tendencias pueden ser perfectamente atribuibles a los proyectos empresariales,
muy apoyados por la liberalización del mercado interno, el comercio y la
industria, además de la desregularización de los precios y los mecanismos
salariales. Largas palabras que significan simplemente: menos burocracia.
¿Pasará lo mismo en África? ¿Se escapará el continente del prolongado titubeo
entre los sistemas económicos independientes, definidos casi por completo en la
experiencia poscolonial vivida, en una continua búsqueda de identidad económica?
¿O se convertirá esa búsqueda de identidad en algo crónico?
Eso es otra historia, pero sólo el tiempo lo dirá.
Bright Simons es el director de Desarrollo del Instituto IMANI, de Ghana.
Publicado en la página web de IMANI, el 23 de julio de 2008