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¿Hace agua la Constitución de Montecristi?
Alberto Acosta
Al cumplirse un año de mi renuncia a la presidencia de la Asamblea
Constituyente me pregunto cuánto hemos avanzado en el proceso constituyente.
Seguramente esta pregunta se habrán hecho, con frecuencia, muchas personas en el
país.
Renuncié, en última instancia, porque me quedé sin apoyo de la cúpula del
movimiento Acuerdo País debido a mi intención de extender por un par de semanas
el trabajo de la Asamblea Constituyente. Es cierto que con esta decisión
habríamos violentado el mandato popular en cuanto al plazo establecido para la
Constituyente. Pero el apuro en aprobar los textos constitucionales,
sacrificando el debate democrático, me parecía inaceptable. Tampoco habría
tramitado aceleradamente una serie de leyes y mandatos, tal como se hizo en el
último mes de la Asamblea, sacrificando la discusión de la nueva Constitución. A
la luz del tiempo transcurrido, viendo los problemas que surgieron por la prisa
y las arbitrariedades cometidas en los últimos días en la Asamblea, me ratifico
en que dicha postergación habría permitido alcanzar una mejor calidad en el
debate y en el texto final. Sin embargo, a pesar de esas dificultades, y de lo
doloroso que fue para mí no terminar el debate constituyente al frente de la
Asamblea, sigo profundamente convencido que hicimos un trabajo comprometido con
la historia. Elaboramos, con una amplísima participación ciudadana, al menos en
los siete primeros meses, una Constitución en la que se reflejan muchísimos
anhelos de la gran mayoría de la población. Esta es la Constitución más
ecuatoriana de todas las que hemos tenido. Y podría ser, dependiendo de la
sociedad, una de las que propicie la mayor revolución ciudadana de
nuestra historia. Toda Constitución sintetiza un momento histórico. En toda
Constitución se cristalizan procesos sociales acumulados. Y en toda Constitución
se plasma una determinada forma de entender la vida. Una Constitución, sin
embargo, no hace a una sociedad. Es la sociedad la que elabora la Constitución y
la adopta como una suerte de hoja de ruta. Además, una Constitución no puede ser
simplemente el resultado de un ejercicio de jurisprudencia avanzada, vista desde
la lógica de los entendidos en materia constitucional. Tampoco una Constitución
puede ser el producto de un individuo o grupo de individuos iluminados. Una
Constitución, más allá de su indudable trascendencia jurídica, tiene que ser un
proyecto político de vida en común, que debe ser elaborado y puesto en vigencia
con el concurso activo de toda la ciudadanía. Desde esta perspectiva, la
Constitución, redactada en Montecristi, fiel a las demandas acumuladas,
consecuente con las expectativas creadas, se proyecta como medio e incluso un
fin para dar paso a cambios estructurales. En su contenido afloran múltiples
propuestas para transformaciones de fondo, construidas a lo largo de muchas
décadas de resistencias y de luchas sociales. Luego de la aprobación de la
Constitución continúa el proceso constituyente. Un proceso que exige una mayor y
más profunda pedagogía democrática, así como una sociedad que impulse la
consecución de los logros constitucionales, que los defienda y los cristalice en
leyes, instituciones y políticas. Esto implica un proceso de creciente
participación ciudadana, es decir de constitución de ciudadanía. La
consolidación de las normas constitucionales, coherentes con el cambio
propuesto, es una tarea que convoca a todos los ciudadanos y las ciudadanas del
campo y de la urbe a seguir caminando por la senda de la discusión y
participación democráticas; de ser preciso, incluso de la movilización. Nos toca
apoyar los cambios en marcha. Pero también hay que impedir que, a través de las
nuevas leyes e instituciones, se trate de vaciar de su contenido histórico a la
Constitución. Hoy, mirando a la distancia, queda claro que el retiro del apoyo a
mi gestión debilitó el ejercicio democrático y la participación ciudadana en las
últimas cuatro semanas de trabajo de la Asamblea. Y, lo que es preocupante, este
limitado ejercicio de participación democrática parece que se ha convertido en
el modus operandi para consagrar la mayoría de leyes derivadas de los
diversos principios constituyentes. Son varios los casos que podría mencionar.
Sin minimizar las cuestiones de fondo, aquí destaco también cómo se pone en
riesgo el principio constitucional básico de la participación ciudadana, que es
a su vez la esencia de la revolución ciudadana. La ley de minería fue
impuesta. Prácticamente no hubo debate. Es más, se reprimió a los opositores que
solicitaban abrir espacios para el diálogo.Tampoco se respeto el derecho de los
indígenas y afroecuatorianos a ser consultados antes de la adopción de una
medida legislativa que pueda afectar cualquiera de sus derechos colectivos, tal
como manda la Constitución. No se garantiza el derecho al consentimiento previo
para los pueblos y nacionalidades indígenas, consagrado (indirectamente) en la
Constitución, a través de la incorporación de todos los instrumentos
internacionales que tienen que ver con los derechos humanos. La ley no aborda en
profundidad temas cruciales como el de la minería artesanal. Si bien la nueva
ley supera muchas de las aberraciones del marco jurídico anterior, ésta no se
ciñe completamente a los principios de la nueva Constitución, ni se inspira en
los principios fundamentales del Mandato Minero. Con esta ley, a la postre, se
da oxígeno a un modelo primario-exportador, cuyas patologías las sufrimos desde
los inicios de la república. Tan es cierto lo que expreso, que varios
asambleístas de la bancada oficialista la aprobaron con "dolor". A más de la ley
de Minería, se puso en vigencia una ley de soberanía alimentaria que apenas
traza la cancha del manejo agrario a grandes rasgos, pero que no se compromete
con los principios constitucionales, sobre todo para que el Estado garantice
dicha soberanía. Es más, dicha ley fue vetada afectando gravemente algunos de
los pocos puntos rescatables, como son, entre otros, la necesidad de impulsar
una redistribución equitativa de la tenencia de la tierra; exceptuar la
reversión de los manglares ilegalmente ocupados por empresas camaroneras
alegando supuestas razones socioeconómicas; levantar la prohibición de utilizar
cultivos agroalimentarios en la producción de biocombustibles; al tiempo que se
permite entregar subsidios a los grandes terratenientes. Igualmente se
levantaría la prohibición constitucional al ingreso de organismos o tecnologías
que atentan contra la salud y la biodiversidad; por ejemplo, se facilitaría el
ingreso de granos transgénicos, "inhabilitados para la germinación", con lo que
se abriría la puerta a una de las tecnologías más nocivas del momento: las
semillas conocidas como Terminator. Tampoco se crean las condiciones para
cambiar la lógica de acumulación en el campo, centrada en los agro-negocios, y
que consolida un modelo agro-exportador concentrador. Está en discusión una ley
de seguridad nacional que reconoce como "áreas reservadas de seguridad" aquellas
en donde hay recursos naturales considerados como estratégicos, incluyendo agua
y biodiversidad. De esta manera se quiere asegurar un mayor control estatal
(sobre todo policial y militar) en esas regiones, debilitando los derechos
colectivos de los pueblos que habitan en ellas. Se plantea que las comunas,
pueblos y nacionalidades indígenas requieren una regulación especial por el mero
hecho de encontrarse en esas regiones. Preguntémonos qué significa "readecuar la
doctrina de seguridad nacional", como si fuese posible maquillar esa estructura
jurídica e institucional que azotó a Nuestra América. Resulta significativo que
no se mencione mayormente el tema de la seguridad ciudadana, que es de lo que
más se quejan diariamente ciudadanos o ciudadanas, que no se mencionen temas
básicos como el control de armas, el control de servicios de seguridad privados,
entre otros. Resulta también significativo que en los considerandos se mencione
el tema de la seguridad humana, pero que el articulado no se lo desarrolle. Se
prepara, en paralelo, una ley del agua que al parecer no cristalizará todo lo
que significa la declaratoria constituyente de asumir al agua como un derecho
humano fundamental, que prohibió su privatización. El proyecto de ley no
consolida una Autoridad Única del Agua, con capacidad para resolver de forma
integral el manejo del agua, asegurando la participación ciudadana. No se
cumpliría siquiera con la disposición constitucional de realizar una auditoría
integral de todas las concesiones de agua, orientada a acabar con aquellas
situaciones de concentración del agua en pocas manos. Para colmo esta ley,
violentando la Constitución, pasaría a formar parte de un código ambiental,
donde se considera al agua como un mero servicio a ser mercantilizado, tal y
como ha sido la pretensión de los tratados de libre comercio. Con este código,
que rescata los principios neoliberales de la fallida ley de biodiversidad, se
pretende abrir la puerta a la privatización (al menos indirecta) del agua. Este
código ambiental sepultaría los derechos de la naturaleza, que han sido
aplaudidos dentro y fuera del país, pues promulga la privatización de la
naturaleza y sus servicios, de las áreas protegidas y de la biodiversidad. A lo
anterior se suma la ley orgánica de la función legislativa. Allí se consagraría
que en un solo debate en el pleno, es decir con 63 votos se aprobarían las leyes
elaboradas por el ejecutivo; de lo contrario entrarían en vigencia por el
mandato de la ley. Con este último proyecto de ley se desbaratan varios acuerdos
alcanzados durante el debate constituyente. Para muestra dos botones. Con este
sistema se podría propiciar la introducción de productos transgénicos, así como
las operaciones petroleras, mineras e incluso forestales en áreas protegidas.
Recuerdo, sobre todo, aquellas reuniones con los asambleístas de nuestro bloque,
en las que participó el mismo presidente de la república, en las que acordamos
muchos de los puntos medulares de la Constitución ahora amenazada. La premisa
era que este tipo de decisiones se tome con mesura, reflexión y análisis
adecuados. Parecería que la Constitución, aprobada por el pueblo ecuatoriano en
una campaña que contó con el apoyo entusiasta del gobierno y del propio
presidente de la república, comienza a ser vista como una incómoda camisa de
fuerza por parte de algunas personas en el gobierno… asoma una intencionalidad
para minimizar los mayores logros constitucionales en campos sustantivos como la
participación ciudadana, los derechos colectivos y los derechos de la
naturaleza. Parecería también que se quiere instaurar un modelo de control
territorial con una creciente influencia estatal, orientada a la
mercantilización de la naturaleza y sus recursos, con limitados espacios de
participación social. A pesar de esta preocupante situación, aún estamos a
tiempo para hacer realidad la vigencia de la Constitución y la democracia. La
sociedad -sobre todo aquellos grupos que han impulsado y apoyado con tanto
entusiasmo este proceso de cambios- debe presionar para que se cumpla con la
Constitución, ampliando los espacios y los plazos para los debates de leyes tan
importantes. La revolución ciudadana, cuyo principal logro ha sido
impulsar la Constitución de Montecristi, ha demostrado suficiente capacidad para
llevar adelante un hasta hace poco impensable proceso de transformaciones. Sin
negar que falta mucho por hacer aún y que se han cometido lamentables
equivocaciones, basta ver los avances conseguidos impulsando una política
exterior soberana, una nueva y efectiva integración regional, la liberación del
país de la presencia de tropas extranjeras, la recuperación de espacios de
autonomía en el manejo económico, la ampliación cualitativa de los servicios de
salud y educación, la eliminación de la precarización laboral, la transformación
del poder judicial, la creación del poder electoral, la ampliación efectiva de
varios derechos ciudadanos a favor de los emigrantes e inmigrantes, para
mencionar apenas algunos logros que se sintonizan con el espíritu constituyente.
En el ámbito constitucional rescatemos algunos de sus elementos fundamentales.
El principio pro homine, que supone el respeto integral del ser humano y
sobre todo, supone que en caso de duda la persona será la medida para la toma de
la decisión de la autoridad pública. Los derechos de la naturaleza le colocan al
Ecuador en la vanguardia mundial del reconocimiento del entorno vital, como
complemento inseparable de los derechos humanos. La motivación de los actos,
para que la función pública responda motivadamente a la razonabilidad social de
las medidas tomadas antes que a la supuesta razón de Estado, detrás de la que,
con frecuencia, se oculta el interés de los poderosos grupos oligárquicos. Con
el reconocimiento de la plurinacionalidad nos reencontramos en un Estado, que
siendo único en su soberanía y territorialidad, reconoce e incorpora las
distintas naciones originarias y ancestrales que forman parte del Ecuador;
reafirmando que esa convivencia, sin relaciones coloniales de poder, supone un
permanente proceso de interculturalidad. Y por cierto el derecho a la
resistencia, en tanto cláusula que fundamenta el espíritu del nuevo Estado
Constitucional de Derechos y Justicia, ya que legitima a la ciudadanía para
defender a través de la resistencia su Constitución; un derecho concebido no
para oponerse, sino para favorecer las cristalización de l os principios
transformadores de la nueva Constitución. La responsabilidad de la sociedad,
nuestra responsabilidad, es grande y compleja. Estamos ante el imperativo de
apoyar el proceso de transformaciones en todos aquellos aspectos coincidentes
con el mandato de la Constitución, pero también para oponernos a aquellos que lo
contradigan. No nos olvidemos que hay que construir democráticamente una
sociedad realmente democrática, fortificada en valores de libertad, igualdad y
responsabilidad, practicante de sus obligaciones, incluyente, equitativa, justa
y respetuosa de la vida. Una sociedad en la que sea posible que todos y todas
tengamos iguales posibilidades y oportunidades, donde lo individual y lo
colectivo coexistan, donde la racionalidad económica se reconcilie con la ética
y el sentido común, donde los derechos de la naturaleza sean una realidad
práctica, donde el Estado plurinacional sea consustancial al buen vivir.
Hoy, una vez más, y tal como concluí cuando renuncié hace un año a la
presidencia de la Asamblea Constituyente , cabe el reclamo histórico de Eloy
Alfaro: ¡Todo para la patria, nada para nosotros!