Latinoamérica
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Lo que puede hacer Obama en Honduras
Atilio Borón
Ante el impasse que se registra en Honduras son muchas las voces que se
alzan para denunciar las flaquezas de la respuesta de la Casa Blanca ante el
golpe de estado, que oscila entre un reconocimiento verbal de Manuel Zelaya como
único presidente legítimo y, contradictoriamente, la subrepticia convalidación
del golpe al encomendarle a un obediente portavoz del imperio, Oscar Arias, que
actúe como "mediador" en el conflicto. A estas alturas es evidente que la
categórica condena al golpe formulada por el Secretario General de la OEA, José
Miguel Insulza, rompió con una deplorable tradición de esa organización y,
seguramente que por eso mismo, provocó que Washington lo sacara rápidamente de
escena sustituyéndolo por el dócil presidente costarricense.
Ante estas críticas los defensores de Obama dicen que Estados Unidos no puede
hacer más de lo que está haciendo, y que una intervención militar para reponer
al presidente constitucional en su cargo sería absolutamente inaceptable. Al
plantear las cosas en esos términos la Casa Blanca se lava las manos y favorece,
aunque sea de modo indirecto, la postura de los golpistas. El problema para
Obama es que si Estados Unidos persiste en esta actitud y el golpe logra
consolidarse toda su retórica de un "nuevo comienzo" en las relaciones
hemisféricas quedaría irreparablemente dañada y las ilusiones que nutrió su
elección se disiparían para siempre, y no sólo en América Latina. Además, la
consolidación de los golpistas demostraría que el ocupante de la Casa Blanca no
está en control del aparato estatal estadounidense y que sus supuestos
subordinados, sobre todo en la CIA y el Pentágono, pueden sostener una política
que contraría expresamente las directivas del primer mandatario.
Pero Obama tiene otras alternativas a su disposición, mucho más efectivas que
una "mediación" de Oscar Arias. Aprovechando la larga experiencia adquirida
durante casi medio siglo de bloqueo a Cuba Washington podría tomar algunas
medidas parecidas, las que provocarían el inmediato derrumbe de los gorilas
hondureños. Por ejemplo, podría llevar a la práctica lo que George W. Bush
amenazó hacer en vísperas de la elección presidencial del 2004 en El Salvador
cuando Chafik Handal encabezaba cómodamente las preferencias electorales:
impedir las remesas de los inmigrantes salvadoreños a su país de origen y
advertir a las empresas estadounidenses que preparasen un plan de contingencia
para abandonar el país en caso de un triunfo del candidato del FMLN. Bastó que
se hiciera ese anuncio para que el pánico se apoderara de la población y el
candidato de la conservadora ARENA arrasara en las urnas. Si la Casa Blanca
hiciera lo mismo y comenzara sin más dilaciones a entorpecer burocráticamente
las remesas de los inmigrantes hondureños en Estados Unidos y a advertir a sus
empresas de que tienen que elaborar planes de rápida salida de Honduras
Micheletti y su banda durarían lo que un suspiro. Si a eso se le agrega la
efectiva interrupción de toda forma de ayuda económica o militar y la solicitud
de la Casa Blanca a sus socios europeos de que se abstengan de relacionarse con
Tegucigalpa, los días de los golpistas estarían contados. ¿Tendrá Obama la
valentía necesaria para impulsar esta alternativa? ¿O ya está resignado a ser un
simple mascarón de proa de la alianza reaccionaria que vivió su época de gloria
durante los años de George W. Bush?