Latinoamérica
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Las ovejas al cuidado del lobo, las gallinas protegidas por el
zorro y
la mediación hondureña a cargo de Oscar Arias
Roberto Regalado
Rebelión
Dice el refrán que, cuando un hecho se repite, la primera vez ocurre como
tragedia y la segunda como farsa. La gran farsa del momento es que Oscar Arias,
por segunda vez, sea "mediador" en un "conflicto centroamericano", en este caso,
en un diálogo (¿negociación?) para poner fin a la usurpación del gobierno de la
República de Honduras, resultante de un golpe de Estado a la usanza de la
América Latina anterior a 1990, que amenaza las bases de la institucionalidad
democrático burguesa, construida desde entonces por el efecto de acción y
reacción entre la hegemonía neoliberal impuesta por las clases dominantes, y por
los espacios políticos que a ellas le han arrancado los sectores sociales
tradicionalmente dominados.
¿Podría haberse pensado en un peor mediador? Sí, en Otto Reich u otro de los
discípulos del fallecido senador estadounidense Jesse Helms, pero ya todos
estaban muy ocupados en el asesoramiento y el apoyo a los golpistas. Además, la
"mediación hondureña" es un "juego de roles", en el cual hace falta un "policía
malo" –que adopte una postura intransigente (como hace Micheletti, el protegido
de Reich)– y un "policía bueno" –que persuada "por igual" al agresor y al
agredido de que "algo tendrán que ceder" (como hace Arias).
Oscar Arias, quien fue presidente de Costa Rica entre 1986 y 1990, y que en la
actualidad ocupa ese cargo en el período comprendido entre 2006 y 2010, recibió
el 1987 el Premio Nobel de la Paz por su papel en el proceso negociador que
desembocó en los Acuerdos de Esquipulas II, suscritos en agosto de aquel año.
Ese papel fue el de prestanombres de algo que debió llamarse el "Plan Reagan",
pero que, para encubrir la autoría de una de las más retrógradas y belicistas
administraciones de los Estados Unidos, se dio a la publicidad con el nombre de
"Plan Arias".
Por inmerecido, el Premio Nobel entregado a Arias recuerda el que Henry
Kissinger aceptó, en 1973, por haber encabezado la delegación de los Estados
Unidos participante en la negociación de Los Acuerdos de París, que pusieron fin
a la Guerra de Viet Nam, ocasión en la cual el entonces canciller de Viet Nam
del Norte, Led Duc Tho, muy dignamente, rehusó "compartir" ese "premio" con el
Secretario de Estado de la potencia que durante años cometió un brutal genocidio
contra su pueblo.
El "Plan Arias" fue la encarnación de la política de doble carril (two track
approach) de la eufemísticamente llamada Guerra de Baja Intensidad que la
administración de Ronald Reagan (1981 1989) ejecutó contra Nicaragua durante la
Revolución Popular Sandinista. El primer carril de esa política era la agresión
militar por medio de organizaciones contrarrevolucionarias desde bases en
Honduras y Costa Rica, unida a la amenaza de intervención directa de los Estados
Unidos. El segundo carril era "ofrecer" al gobierno del Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN) una solución política, "negociada" en los términos
impuestos por el agresor, es decir, "negociar" el cese de una agresión
externa –un acto que por definición es violatorio del Derecho Internacional
y que, por tanto, no es negociable–, a cambio de una reestructuración esencial
del ordenamiento político y jurídico interno de Nicaragua –que correspondía,
única y exclusivamente, a la soberanía del pueblo nicaragüense. ¿Negociar lo que
no debe ser negociado a cambio del cese de un acto ilegal de fuerza? ¿Nota el
lector alguna semejanza con la situación hondureña actual?
Pero, por si ello fuera poco, como en El Salvador, Guatemala y Honduras había
movimientos revolucionarios que practicaban la lucha armada contra los regímenes
contrainsurgentes de esos países, la "negociación" tenía que ser unilateral
y asimétrica. El imperialismo norteamericano no podía permitir que la
negociación se hiciese sobre la base de una tabla rasa para todos los
gobiernos, y otra para todas las "fuerzas insurgentes". Necesitaba imponer una
"lógica" para el caso de Nicaragua (que fuera desfavorable al gobierno del FSLN,
y favorable a los "contras") y otra "lógica" opuesta (que fuera favorable a los
gobiernos contrainsurgentes de El Salvador, Guatemala y Honduras, y desfavorable
a los movimientos insurgentes y a las fuerzas de izquierda de esos tres países).
La política de doble carril de la administración Reagan, materializada en el
"Plan Arias", fue la antítesis de las gestiones de paz emprendidas por el Grupo
de Contadora y el Grupo de Apoyo a Contadora, cuyos miembros, finalmente,
llegaron a sentirse derrotados, abandonaron su plan negociador y asumieron el
"de Arias". Desde ese momento, los ocho países miembros de esos grupos pasaron a
formar parte de una Comisión Internacional de Verificación y Seguimiento (CIVS),
encargada del triste papel de exigirle a Nicaragua –de manera reiterada,
incisiva y unilateral– que cumpliera y sobrecumpliera cada vez más los
compromisos que había adquirido en el proceso negociador, y como contraparte,
hacerse de "la vista gorda" con el total incumplimiento de los compromisos
adquiridos por El Salvador, Guatemala y Honduras.
¡Aún hay más! Lo dicho hasta ahora no es lo principal, sino que el papel de
prestanombres desempeñado por Arias fue el que le permitió al gobierno de los
Estados Unidos seguir actuando, en esa parte del "proceso negociador", como el
gran ausente presente. Con otras palabras, le permitió ejercer como juez
y parte del conflicto centroamericano, al ser, al mismo tiempo, el agresor de
Nicaragua, el soporte vital de los regímenes contrainsurgentes de la región, el
"poder externo" que impuso las reglas de la "negociación" y el "poder supremo"
que determinaba si el resultado era o no "aceptable".
La "paternidad" del segundo carril, que a los efectos públicos asume Arias, le
facilita al gobierno de los Estados Unidos mantenerse "tras bambalinas". Gracias
a que el "plan" era "de Arias", y no suyo, la administración Reagan logró
imponer los términos de una negociación de la cual no formaba parte. De esta
manera, el gobierno estadounidense no quedó comprometido con los Acuerdos de
Esquipulas I o Esquipulas II, por lo que podía seguir –como, en efecto, siguió–
desarrollando la "guerra encubierta" contra Nicaragua, incluso mucho después de
que el gobierno sandinista, en gesto tras gesto de buena voluntad, no solo
cumplió y sobrecumplió, de forma unilateral, la letra y el espíritu de ambos
acuerdos, sino también una larga cadena de condiciones adicionales que se le
planteó a posteriori.
En su intervención en el foro "A XX años de Esquipulas II, la historia narrada
por sus artífices", celebrado el 21 de agosto de 2007, el canciller de Nicaragua
durante el gobierno del FSLN y actual presidente pro tempore de la
Asamblea General de la ONU, Miguel d’Escoto, desenmascaró el papel de los
gobiernos de Costa Rica, en especial el de Oscar Arias, en el conflicto
centroamericano.
Sobre Contadora –dice Miguel d’Escoto– ya se ha escrito bastante. Los libros
cuentan cómo los Estados Unidos se empeñaron en torpedearla, por medio de Costa
Rica y de Honduras, principalmente. […]
En esa tarea, los cancilleres Monge, Fernando Volio y José Gutiérrez,
desempeñaron un papel muy importante, pero el canciller estrella de los gringos,
el que mejor representó sus intereses y más se empeñó en bloquear los acuerdos
de paz, fue el incomparable Rodrigo Madrigal Nieto, que en paz descanse. Él era,
ni más ni menos, el canciller de Oscar Arias. De ahí la sorpresa de todo el
mundo cuando Arias resultó galardonado, y solamente él, con el Premio Nobel por
la Paz. Esto es algo que me permito decir ahora porque, estando el canciller
Madrigal aún en vida, muchas veces se lo dije en presencia de otros cancilleres.
Baste este fragmento del padre d’Escoto para traer a colación un pasado que
algunos no conocen y otros prefieren olvidar.
La historia del conflicto centroamericano y de las negociaciones de Esquipulas
no es tan lejana y los testigos de lo allí ocurrido, como Miguel d’Escoto y
muchos otros, están en disposición de recordarlo y denunciarlo.
No permitamos que el lobo, el zorro, ni Arias nos engañen con su farsa.