Latinoamérica
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¿Cuál era el miedo?
Giovanni Rodríguez
¿Qué es lo que propicia por primera vez en mucho tiempo que el pueblo
hondureño se decida a participar activamente en un debate tan importante como el
que el motivo de la consulta popular del domingo pasado nos proponía si casi
nunca –e incluso en situaciones más delicadas que la de una simple e inofensiva
consulta popular- lo había hecho?
Durante los últimos días hemos sido testigos –y a veces protagonistas- de este
debate importantísimo en la política nacional, un debate que, más que a
personas, tiene como oponentes a dos causas: la defensa de la dignidad,
representada inicialmente en la frustrada consulta popular del domingo, y la
defensa de los intereses mezquinos de los poderosos, los que siempre han
decidido el rumbo del país, los que han permitido la explotación inmisericorde
de la clase obrera, los que han vendido, a pedazos, esa patria con la que en los
últimos días tanto se llenaban la boca.
Los opositores a la iniciativa del arbitrariamente destituido presidente
constitucional de Honduras Manuel Zelaya Rosales ponían como argumento principal
el peligro de que Honduras se estuviera orillando, desde la consulta popular y
de la mano de un hombre al que tildaron de "loco", hacia una forma de Gobierno
similar a las practicadas en Cuba o Venezuela. Era éste un argumento exagerado,
pues para que Mel "se perpetuara en el poder" hacía falta, en primer lugar, que
la consulta arrojara resultados positivos para el Gobierno, y después, que en el
referéndum de noviembre también saliera favorecida la iniciativa de instalar una
Asamblea Nacional Constituyente, y que ésta reformara la Constitución a favor de
la opción de reelección al puesto de Presidente de la República, y que en el
caso de que Mel presentara su candidatura, también fuera reelegido.
Evidentemente, hacía falta mucho camino para "el continuismo de Mel".
Entonces, ¿por qué tanto alboroto por parte de los opositores?, ¿por qué tanto
miedo?, ¿por qué arriesgar tanto en una campaña difamatoria contra el Gobierno
durante los últimos meses? ¿Por qué crear, a través de la Corte Suprema de
Justicia, leyes apresuradas tendientes a desarticular la iniciativa
gubernamental de la consulta popular? Y finalmente, ¿Por qué un Golpe de Estado?
¿Por qué la falsificación de la firma del presidente en una "carta de renuncia"
a su puesto? ¿Por qué tan rápida la instalación del "nuevo Gobierno"? ¿Por qué
los toques de queda, el corte de la energía eléctrica en gran parte del
territorio nacional, el silencio obligado de los medios de comunicación
independientes e imparciales, las primeras desapariciones de personas que
apoyaban la encuesta del domingo, las acciones represivas contra quienes han
salido a las calles a protestar pacíficamente?
Por un momento, al conocer la noticia del secuestro del presidente de Honduras y
su posterior expulsión a Costa Rica, vi en el suelo de nuevos mis más recientes
esperanzas, quizá las mismas esperanzas que tiene la mayoría de los hondureños,
la mayoría que el domingo iban a manifestar democráticamente que apoyaban las
reformas sociales que emprendía el Gobierno y que con ese gesto demostrarían a
la minoría que ahora se jacta de su poder absoluto recientemente adquirido que
su voluntad sería en adelante la que se respetaría.
Pero no es tarde para corregir este nuevo error histórico que representa el
Golpe de Estado del domingo, e incluso es posible que a esta hora en que escribo
este artículo los hombres y mujeres dignos de Honduras estén en la calle
barriendo los restos de la infamia de ese pequeño grupo de arribistas y de sus
lacayos y bastardos.
Por nuestra dignidad, ¡sigamos adelante!