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Honduras: La futilidad del golpe
Atilio A. Boron
La historia se repite, y muy probablemente concluya de la misma manera. El
golpe de estado en Honduras es una re-edición del que se perpetrara en Abril del
2002 en Venezuela y del que fuera abortado ante la fulminante reacción de varios
gobiernos de la región en Bolivia el año pasado.
Un presidente violentamente secuestrado en horas de la madrugada por militares
encapuchados, siguiendo al pie de la letra lo indicado por el Manual de
Operaciones de la CIA y la Escuela de las Américas para los escuadrones de la
muerte; una carta de renuncia apócrifa que se dio a conocer con el propósito de
engañar y desmovilizar a la población y que fue de inmediato retransmitida a
todo el mundo por la CNN sin antes confirmar la veracidad de la noticia; la
reacción del pueblo que conciente de la maniobra sale a la calle a detener los
tanques y los vehículos del Ejército a mano limpia y a exigir el retorno de
Zelaya a la presidencia; el corte de la energía eléctrica para impedir el
funcionamiento de la radio y la televisión y sembrar la confusión y el desánimo.
Como en Venezuela, ni bien encarcelaron a Hugo Chávez los golpistas instalaron
un nuevo presidente: Pedro Francisco Carmona, a quien la inventiva popular lo
rebautizó como "el efímero." Quien desempeña su rol en Honduras es el presidente
del Congreso unicameral de ese país, Roberto Micheletti, quien juró este domingo
como mandatario provisional y sólo un milagro le impediría correr la misma
suerte que su predecesor venezolano.
Lo ocurrido en Honduras pone de manifiesto la resistencia que provoca en las
estructuras tradicionales de poder cualquier tentativa de profundizar la vida
democrática. Bastó que el Presidente Zelaya decidiera llamar a una consulta
popular -apoyada con la firma de más de 400.000 ciudadanos- sobre una futura
convocatoria a una Asamblea Constitucional para que los distintos dispositivos
institucionales del estado se movilizaran para impedirlo, desmintiendo de ese
modo su supuesto carácter democrático: el Congreso ordenó la destitución del
presidente y un fallo de la Corte Suprema convalidó el golpe de estado. Fue nada
menos que este tribunal quien emitió la orden de secuestro y expulsión del país
del Presidente Zelaya, prohijando como lo hizo a lo largo de toda la semana la
conducta sediciosa de las Fuerzas Armadas.
Zelaya no ha renunciado ni ha solicitado asilo político en Costa Rica. Fue
secuestrado y expatriado, y el pueblo ha salido a la calle a defender a su
gobierno. Las declaraciones que logran salir de Honduras son clarísimas en ese
sentido, especialmente la del líder mundial de Vía Campesina, Rafael Alegría.
Los gobiernos de la región han repudiado al golpismo y en el mismo sentido se ha
manifestado Barack Obama al decir que Zelaya "es el único presidente de Honduras
que reconozco y quiero dejarlo muy claro". La OEA se expresó en los mismos
términos y desde la Argentina la Presidenta Cristina Fernández declaró que
"vamos a impulsar una reunión de Unasur, aunque Honduras no forma parte de ese
organismo, y vamos a exigir a la OEA el respeto de la institucionalidad y la
reposición de Zelaya, además garantías para su vida, su integridad física y la
de su familia, porque eso es fundamental, porque es un acto de respeto a la
democracia y a todos los ciudadanos."
La brutalidad de todo el operativo lleva la marca indeleble de la CIA y la
Escuela de las Américas: desde el secuestro del Presidente, enviado en pijama a
Costa Rica, y el insólito secuestro y la golpiza propinada a tres embajadores de
países amigos: Nicaragua, Cuba y Venezuela, que se habían acercado hasta la
residencia de la Ministra de Relaciones Exteriores de Honduras, Patricia Rodas,
para expresarle la solidaridad de sus países, pasando por el ostentoso
despliegue de fuerza hecha por los militares en las principales ciudades del
país con el claro propósito de aterrorizar a la población. A última hora de la
tarde impusieron el toque de queda y existe una estricta censura de prensa, pese
a lo cual no se conoce declaración alguna de la Sociedad Interamericana de
Prensa (siempre tan atenta ante la situación de los medios en Venezuela, Bolivia
y Ecuador) condenando este atentado contra la libertad de prensa.
No está demás recordar que las fuerzas armadas de Honduras fueron completamente
restructuradas y "re-educadas" durante los años ochentas cuando el Embajador de
EEUU en Honduras era nada menos que John Negroponte, cuya carrera "diplomática"
lo llevó a cubrir destinos tan distintos como Vietnam, Honduras, México, Irak
para, posteriormente, hacerse cargo del super-organismo de inteligencia llamado
Consejo Nacional de Inteligencia de su país. Desde Tegucigalpa monitoreó
personalmente las operaciones terroristas realizadas contra el gobierno
Sandinista y promovió la creación del escuadrón de la muerte mejor conocido como
el Batallón 316 que secuestró, torturó y asesinó a centenares de personas dentro
de Honduras mientras en sus informes a Washington negaba que hubiera violaciones
de los derechos humanos en ese país. En su momento el Senador estadounidense
John Kerry demostró que el Departamento de Estado había pagado 800 mil dólares a
cuatro compañías de aviones de carga pertenecientes a grandes narcos colombianos
para que transportasen armas para los grupos que Negroponte organizaba y apoyaba
en Honduras. Estos pilotos testificaron bajo juramento confirmando las
declaraciones de Kerry. La propia prensa estadounidense informó que Negroponte
estuvo ligado al tráfico de armas y de drogas entre 1981 a 1985 con el objeto de
armar a los escuadrones de la muerte, pero nada interrumpió su carrera. Esas
fuerzas armadas son las que hoy depusieron a Zelaya. Pero la correlación de
fuerzas en el plano interno e internacional es tan desfavorable que la derrota
de los golpistas es sólo cuestión de (muy poco) tiempo.