Latinoamérica
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El síndrome del gatopardo
Neoconcertación de Enríquez-Ominami
Punto Final
Editorial de Punto Final
Medios, pero no fines. Los lineamientos del programa económico de la
candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami, documento preparado por el
economista neoliberal Paul Fontaine (dueño, junto a Rodrigo Danús, de la
consultora South World Business), hace mención y énfasis en los medios para
obtener 4.800 millones de dólares. Pero no hace el mismo énfasis ni tiene igual
precisión en los objetivos específicos. Aunque hay una referencia discursiva a
"mejorar la distribución de ingresos", a "más igualdad de oportunidades" y a "un
uso más racional del territorio y los recursos naturales", estos grandes
anuncios pueden llegar a sonar tan abstractos y, por cierto, inútiles, como el
"crecimiento con equidad" de Ricardo Lagos o el "gobierno ciudadano" de Michelle
Bachelet. Sin un claro y demarcado sendero para llegar a estas grandes
aspiraciones, los obstáculos, valles y pantanos propios de la administración
pública pueden convertir esos "lineamientos" en simple retórica. Como si fueran
las proclamas de un gobierno más de la Concertación.
Estamos hablando de economía, hoy el centro de toda política. Hablamos de las
políticas económicas que se insertarán en el modelo neoliberal, que se ha
caracterizado durante los últimos veinte años en Chile y en el mundo -pero con
especial profundidad en este país- por arrastrar las decisiones políticas.
Hablamos de un programa, de "lineamientos", de propuestas que tendrán que operar
con un modelo económico prácticamente ubicuo que ha penetrado toda la vida
social y cultural y cuyos efectos han convertido a Chile en una de las naciones
más desiguales del planeta, que ha desmantelado casi todas las organizaciones
sociales, que ha polarizado y desequilibrado, como pocas veces en la historia,
las relaciones de poder a favor de las elites y la gran empresa. Ante este
engendro, todo lo que se diga o haga en economía puede ser absorbido por este
modelo, siendo funcional a él y retroalimentándolo, como ha sucedido durante los
cuatro gobiernos de la Concertación. Sólo una propuesta severa, valiente y
antagónica puede contribuir a su debilitamiento, a su transformación. Ejemplos,
y muy cercanos en Sudamérica, sabemos que los hay.
Plantearse ante el neoliberalismo -que en Chile tiene rasgos extremos- obliga a
observar la historia más inmediata. No sólo la nuestra, sino el devenir más
reciente de ese modelo económico, hoy causa de los mayores desastres conocidos
en los últimos 80 años. No considerar sus prácticas corruptas, la ambición y la
avaricia levantadas cual habilidad cotidiana y necesaria para la competencia en
los mercados, las bancarrotas cargadas a los bolsillos de los ciudadanos, no
considerar todo el dolor que causa el desempleo, la pobreza y la injusticia, es
omitir esos efectos. Ante tal monstruosidad, ante tal enfermedad, se hace
necesario evaluar el diagnóstico y suscribir eventuales recetas.
Mejor educación, mejor salud… y una receta conocida
Al observar los objetivos específicos de los lineamientos económicos de
Enríquez-Ominami la primera impresión es de una aprobación, tal vez con ciertos
matices, del statu quo económico. Y en ello no hay una diferencia conceptual con
los programas económicos de la Concertación. Se parecen en mucho a los ya
escuchados durante los últimos veinte años. Podemos observar propuestas para
mejorar la alicaída educación, como la recuperación de los liceos de excelencia,
el perfeccionamiento de cinco mil profesores en el exterior, la contratación de
dos mil profesores extranjeros de excelencia en inglés, lenguaje y matemáticas y
subsidios a la educación municipal por mil millones de dólares. Una serie de
propuestas que no apuntan a lo medular, al desgastado eje de la educación
chilena, que ha sido su privatización, llámese Loce o LGE. Una vez más, podemos
hallar similitudes con los gobiernos de la Concertación, que desde 1990
estuvieron remendando la Loce con millares de millones de pesos en recursos. El
resultado, bien se sabe, ha sido un sistema público y municipalizado en
decadencia -los resultados han sido decrecientes- y una educación particular
pagada floreciente. El efecto es un país que reproduce y amplifica en su
educación la desigualdad en los ingresos. Hay casi veinte años de antecedentes
para estimar que la actual estructura educacional -o maquillada bajo el nombre
de LGE- no da para más. El programa de Enríquez-Ominami lo que hace es aplicar
una nueva capa de pintura sobre las anteriores. El armazón queda intacto.
Hay otras propuestas sobre el destino del mayor gasto público -que aumentaría en
un diez por ciento en comparación con el de 2009-. Se trata de anuncios
similares a los ya escuchados de los gobernantes de la Concertación. Promesas
como 300 millones de dólares en pavimentación de caminos rurales y calles,
aumento de 400 millones de dólares en viviendas sociales o un incremento de 700
millones de dólares en modernización de hospitales existentes y en la
construcción de diez nuevos, no llevarán a una transformación profunda de los
desequilibrios sociales chilenos.
Otra vez la flexibilidad laboral
Hay una idea sobre el empleo, cuyos efectos sobre los trabajadores son sin duda
discutibles. El programa del candidato "díscolo" plantea una adaptabilidad
laboral pactada, que se traduciría en horarios flexibles y la posibilidad de
reemplazar la indemnización por años de servicio por un seguro de cesantía. Pero
el problema de la flexibilización laboral no está relacionado sólo con la
disparidad de horarios, sino con su misma concepción: se hace a favor de la
empresa, como un medio de reducción de costos para paliar la disminución de la
tasa de ganancias. La flexibilidad laboral, junto con muchas otras
"desregulaciones" a los mercados (el laboral es uno más) es no sólo una de las
causas del aumento de la desigualdad en los ingresos, sino ha sido uno de los
tumores del neoliberalismo. Todo para la empresa, nada, o casi nada, para el
trabajador. Olvidaron que el trabajador es también un consumidor. A través del
mecanismo que hace posible la flexibilidad laboral se han reducido ingresos y
conquistas laborales. Mediante este sistema, el trabajador es cada vez más pobre
en ingresos y en seguridad social.
El programa de Enríquez-Ominami esboza también apoyos a la actividad de las
pequeñas y medianas empresas de hasta cinco millones de dólares. Pero el
problema para las pymes no sólo está en el financiamiento, sino en el acceso a
los mercados. Una gran mayoría de sectores económicos están ya prácticamente
consolidados en diseños de oligopolios con empresas que mueven miles de millones
de dólares. Todos estos sectores, como el farmacéutico, los supermercados, las
ferreterías, la agroindustria, la pesca y los de otros recursos naturales,
estuvieron alguna vez en manos de pequeñas y medianas empresas, las que hoy
descansan en una aparente paz. El daño ya está hecho, y sólo una nueva
regulación, una reestructuración profunda, podría fragmentar y abrir esos
mercados. No es posible pensar que con ayudas por cinco millones de dólares
ingresará a competir una pyme al mundo de los gigantes.
Una propuesta más agresiva es la reforma al sistema previsional, que permitiría
a todos los trabajadores cotizar en el INP o en una AFP. Lo mismo que la
exención en los pagos a las isapres y a las AFPs para el 30 por ciento más pobre
de la población. Pero también hay que recordar que el actual gobierno presentó
su reforma previsional como la estrella de su programa. Una reforma que no tocó
en nada al sistema privado y que sólo llevó al Estado a hacerse cargo de las
personas marginadas por el sistema. Una iniciativa que suavizó las desigualdades
en los márgenes más extremos, pero que no resolvió la marcha caótica de quienes
padecen en su interior. Las pérdidas de los fondos de los trabajadores,
derivadas de un sistema basado en la especulación financiera, sólo podrían tener
alguna solución con la reformulación de todo el sistema previsional. Tal vez,
con la reinstalación de un sistema de reparto.
Privatización de empresas públicas
Sin duda el "lineamiento económico" más polémico de Enríquez-Ominami ha sido la
idea de vender el diez por ciento de las empresas públicas que quedan en manos
del Estado, y del cinco por ciento de Codelco. Una idea que parece no tomar en
consideración la impronta histórica que Codelco tiene como empresa pública en un
amplio sector de la población chilena, sino que parece no atender a los
tremendos y terribles cambios en la economía mundial. Marco Enríquez-Ominami
plantea privatizar parte de lo poco que le queda al Estado "con el objeto de dar
eficiencia, transparencia y fiscalización". Como si los CEO y altos ejecutivos
del Citigroup, de Lehman, de AIG, de la General Motors y la Chrysler se la
hubieran dado a los ciudadanos estadounidenses, que hoy cargan con las
millonarias pérdidas. Se propone privatizar cuando el sector privado no sólo ha
demostrado una fruición por el lucro a toda prueba, que ha significado despidos,
recortes salariales, trampas, colusiones y estafas, sino abiertas
irresponsabilidades en la administración de los recursos. Esa gente no está hoy
calificada para dar "eficiencia, transparencia y fiscalización".
Proponer vender a los privados -entre ellos las opacas y sórdidas AFPs- parte de
estos sensibles recursos es claudicar ante la ola ideológica del libre mercado.
Aquella que aún reza por Milton Friedman y clama por las bondades, personales y
corporativas, del lucro a toda costa. Traspasar hoy, entrado ya el siglo XXI,
los escasos recursos públicos que restan a las empresas privadas, es minimizar u
omitir todos los efectos sociales, económicos, ambientales y territoriales que
las grandes corporaciones han generado. La depredación social y ambiental -que
también comparte la empresa pública administrada con criterios de mercado- surge
de los principios del lucro no regulado, bases del modelo chileno. Por tanto, el
ingreso de privados a Codelco, Enap, BancoEstado, EFE, Correos, TVN y Metro sólo
aumentaría la pasión por las ganancias, la que tiene como contrapartida la
expoliación de los trabajadores, el medioambiente y los consumidores. Veinte
años de neoliberalismo a ultranza -que es el modelo chileno- nos han entregado
ya suficientes antecedentes para hacer estas previsiones.
El programa también carece de precisiones en las cifras. Por ejemplo, el valor
de los porcentajes enajenables de las empresas públicas, por las cuales sus
creadores esperan obtener unos dos mil millones de dólares. Julián Alcayaga, que
dirige el Comité de Defensa del Cobre, ha hecho otros cálculos, con los que
obtiene más de 15 mil millones de dólares por el cinco por ciento de Codelco
(ver PF 686, pág. 31). Vender esta parte de la minera a un precio menor, dice,
sería un suculento negocio para las hambrientas transnacionales. Otra importante
fuente de ingresos propone Enríquez-Ominami obtenerla con una importante alza a
los impuestos de las empresas, los que pasarían desde un actual 17 por ciento a
un 30 por ciento. Una apuesta valiente, que no se ha atrevido ni a sugerir
ningún gobierno de la Concertación. A renglón seguido, se escribe lo contrario:
rebaja el impuesto a las grandes rentas de las personas desde un 40 por ciento
máximo a un 30 por ciento. En otras palabras, lo que estos altos ingresos pagan
por sus empresas lo descontarán de sus rentas personales. Un juego retórico de
suma cero. Es incluso posible que tras el ejercicio contable el Fisco llegare a
percibir menos.
Otra alza tributaria, que en rigor tiene otra denominación y mecanismo, es el
aumento al royalty minero, desde un cinco a un ocho por ciento sobre toneladas
anuales. Una idea que podría haber sido más intensa y también extensiva: aplicar
royalties a otras actividades extractivas de recursos no renovables y también
renovables, o emplear la circunstancia para un nuevo tratamiento tributario a la
inversión extranjera.
Y hay otras rebajas y anuncios que favorecerían ciertas actividades. Marco
Enríquez-Ominami propone eliminar el IVA a los libros, decisión que ningún
gobierno de la Concertación ha tomado, pese a las enormes presiones. El
argumento que han dado es que sería precedente para otras demandas por
exenciones tributarias. Pero Enríquez-Ominami, ya que da el primer paso, podría
aprovechar la oportunidad y avanzar con rapidez hacia una nivelación de las
diferencias sociales a través de una reforma tributaria. Por ejemplo, con la
eliminación del IVA a la canasta básica de alimentos los primeros favorecidos
serían todas las personas que destinan gran parte de sus ingresos a alimentarse.
Así como se hacen descargas tributarias a los más ricos, ¿por qué no aliviar del
pago del IVA a los más carentes de este país?
Otras propuestas de rebajas tributarias aparecen ciertamente inocuas, como la
reducción a los impuestos de timbres y estampillas (ya en vigencia y propuesta
por el anterior gobierno de la Concertación) o como la rebaja arancelaria de
seis a tres por ciento, en circunstancias que con los TLCs los aranceles reales
son aun menores. Por último, ¿Marco ha pensado en los productores nacionales? Y
hay también reducciones que pueden ser contradictorias como el impuesto a la
gasolina, que si bien favorece a los transportistas, también incentiva el uso
del automóvil particular (lujosos 4x4 incluidos).
En síntesis, un programa económico de continuidad. De Izquierda, poco. O nada.
(Editorial de Punto Final, edición Nº 687, 12 de junio, 2009)