Latinoamérica
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Entrevista al intelectual brasileño Emir Sader
"La derecha se quedó sin su Norte"
María Laura Carpineta
Página 12
Emir Sader pertenece al reducido grupo de pensadores latinoamericanos que
prefieren ver el vaso medio lleno. Aunque en su rostro se nota que no es un
ferviente defensor, no le gusta criticar a los gobiernos más moderados de la
región, especialmente el de Luiz Inácio Lula da Silva y Cristina Fernández. "La
oposición a esos gobiernos no está a la izquierda, sino a la derecha. El
intelectual puede decir lo que se le dé la gana, pero la realidad te polariza",
señaló el filósofo brasileño, en su oficina en la sede porteña de Clacso, el
centro de estudios latinoamericanos que dirige.
–Usted habla de tres monopolios en América latina: el de las armas, el dinero y
la palabra. Este último, según su análisis, es el más sólido.
–Es más que el control de la palabra y la información; es el monopolio de un
estilo de vida. Es el estilo de vida Hollywood, que nos dice quién es bueno,
quién es malo, qué debemos consumir... nadie le disputa la hegemonía a ese
enorme aparato. La mayor fortaleza de Estados Unidos no es su fuerza militar ni
su fuerza económica... es su cultura.
–Pero el monopolio de la palabra también se refiere a los grandes medios de
comunicación locales.
–Sí. En Brasil casi toda la prensa cotidiana es parte de una oposición sólida al
gobierno de Lula. Sin embargo, el presidente tiene 84 por ciento de apoyo y sólo
cinco por ciento de rechazo. Para los gobiernos progresistas de la región, los
medios son hoy el frente opositor más sólido. En muchos países, Argentina entre
ellos, son unos puñados de familias que se pasan las empresas de padres a hijos.
Identifican la libertad de prensa con la prensa privada; determinan si un país
es democrático si tiene elecciones, partidos políticos y... empresas privadas.
–Ante el aparente debilitamiento de la derecha, ¿esos medios de comunicación
están ocupando el rol de opositores?
–¡Es que son políticos! Las derechas latinoamericanas se quedaron sin su Norte.
No tienen una alternativa clara para ofrecer y perdieron la orientación de
Estados Unidos. Localmente sólo les queda el enfrentamiento con los gobiernos,
con el proyecto de integración regional. Como no tienen planteamientos propios,
sólo pueden combatir e inviabilizar los avances de los gobiernos, que a pesar de
no ser iguales la mayoría comparte un rechazo abierto a los Tratados de Libre
Comercio. Además, hoy más que nunca, Estados Unidos no es un buen socio.
–¿No hay posibilidad de un acercamiento comercial con Estados Unidos bajo el
nuevo gobierno de Barack Obama?
–Lo que plantearon Obama y Lula en la reunión en Washington fue el saneamiento
de los bancos y la expansión del crédito, no la promoción del comercio. Y en la
reunión de Trinidad y Tobago tampoco va a ser el tema central. La cumbre va a
empezar así: "Good morning mister president... and Cuba?" Ahí veremos qué tipo
de estadista es el nuevo presidente norteamericano.
–Para usted, Venezuela y Bolivia están viviendo un posneoliberalismo.
¿Argentina también?
–Brasil, Argentina y Uruguay tienen hoy gobiernos contradictorios. Menem era
absolutamente coherente, como lo era Cardoso. Hoy son más contradictorios;
heredan modelos y los mantienen en parte. Conservan el modelo financiero, los
agronegocios; pero no el modelo económico porque retoman las políticas de
desarrollo, que habían sido sustituidas por la estabilidad monetaria. En lo que
cambian –política exterior, programas sociales– son mejores. Frente a esto, en
Brasil la izquierda adoptó dos opciones. Una es decir que Lula es el mejor
administrador de neoliberalismo y, por lo tanto, hay que destruirlo para poder
construir una izquierda sana, pura... Esa es una posición derrotada porque pelea
contra la realidad. Lula no es Cardoso. La otra posición es que es un gobierno
contradictorio, con un sector progresista y un sector conservador. Uno tiene que
sumarse a uno de ellos y pelear porque ese predomine. La oposición a esos
gobiernos no está a la izquierda, sino a la derecha. El intelectual puede decir
lo que se le dé la gana, pero la realidad te polariza.