Latinoamérica
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La encrucijada venezolana
Guillermo Almeyra
La Jornada
Las urnas le han dado un nuevo triunfo al gobierno de Hugo Chávez. Espero que
así pueda enfrentar mejor las grandes dificultades que Venezuela deberá superar
en los próximos años.
Porque lo que está en juego no es el problema de si se puede relegir o no un
presidente (Franklin D. Roosevelt, la Thatcher, Reagan, Mitterrand, Bush, fueron
relegidos sin que nadie hablase de "dictadura"), entre otras cosas porque en
Venezuela existe la posibilidad constitucional de realizar un referéndum
revocatorio a mitad del mandato presidencial, sacándolo del gobierno si el
pueblo así lo decidiese. Lo que en realidad la derecha quiere sabotear por todos
los medios, electorales o no, es la propiedad estatal de las palancas
fundamentales de la economía venezolana, el carácter antimperialista de una
política exterior dirigida a formar un bloque latinoamericano para lograr un
desarrollo regional independiente de Estados Unidos y la política de alianzas
que de eso se desprende (con los sectores obreros, campesinos y populares, en lo
interno, y con los adversarios de su enemigo de Washington, en lo
internacional). La disputa, por lo tanto, expresa un agudo conflicto político y
de clases entre, por una parte, los sectores ligados al capital financiero
internacional o de él dependientes y, por otra, los que confusamente intentan
utilizar el Estado para llevar a cabo un capitalismo de Estado con políticas de
transformación social e incluso de organización de gérmenes de poder popular
basados en la democracia directa.
Conviene tener presente que, en primer lugar, Venezuela depende del precio del
petróleo en el mercado mundial y que la estatización de Pdvsa no rompió esa
dependencia aunque le dio al Estado la renta que antes se llevaban las
trasnacionales. Los planes de Chávez en América del Sur, en el Caribe, con Cuba,
para el propio desarrollo nacional venezolano, dependen de este modo de precios
que, dada la crisis mundial, seguirán estancados o bajarán aún más. La fuga de
divisas y la guerra de las grandes compañías contra el estatismo agravarán la
situación económica. En esas condiciones se votó la reforma de la Constitución
para posibilitar la relección de Chávez (y de los gobernadores, muchos de ellos
opositores), y en el 2010 se elegirán los nuevos miembros de la Asamblea
Nacional, que hoy es chavista pero que mañana podría no serlo, al menos en la
proporción actual.
Por otra parte, el conflicto es aún más agudo porque Venezuela –además de tener
una posición de rentista petrolera que permitía a una amplia clase media no
productiva importar lo que quisiera y desalentaba la producción y la
productividad en todos los sectores–, debido a las dictaduras o al pacto
corrupto de Punto Fijo entre los partidos que falsamente decían ser
"socialdemócratas", nunca conoció la educación democrática y, menos aún, la
participación popular organizada en la toma de decisiones.
Tampoco hay una orientación clara si hacia una alianza con el sector
"patriótico" de los empresarios o con los intereses de los sectores populares.
Chávez, por ejemplo, otorgó créditos baratísimos para favorecer a los
empresarios nacionales, pero el grueso del capital está en manos de las
trasnacionales, que lo odian y lo desprecian al igual que los escuálidos de la
oposición, y la mayoría de los empresarios es, por razones de clase,
antichavista, y los pocos de ellos que están ligados al régimen –la famosa
boliburguesía o burguesía bolivariana– lo están porque aprovechan las brechas en
el Estado para practicar y fomentar la corrupción y enriquecerse sin escrúpulos
ni principios sociales.
Por otra parte, los grandes progresos de la democratización en el campo de los
derechos (referéndum revocatorio, propuesta de creación o revocación de leyes
por medio de referendos populares), las estatizaciones de las empresas
fundamentales, los planes y acciones masivos de educación y salud, dependen en
buena medida de la organización del apoyo popular a Chávez y no solamente del
aparato estatal. Pero esa organización es incipiente, el Partido Socialista
Unido Venezolano mismo ha sido creado recientemente y lo fue desde el poder
estatal y sus dirigentes reciben la presión de éste pero también la de la base
(que le da un margen de independencia). Además, los consejos comunales, misiones
y organismos de poder popular, así como los sindicatos, enfrentan la oposición
del poder militar, centralizado y vertical por definición, y de la excesiva
centralización estatal, que dificulta enormemente su desarrollo. Existe incluso
el peligro de que ese verticalismo aumente para tratar de enfrentar con métodos
burocrático-militares la crisis económica, los éxitos electorales de la derecha
antichavista y la creciente y tremenda ineficiencia y corrupción en diversos
sectores estatales, dejando en segundo plano lo único eficaz, o sea el
desarrollo de la autonomía y la autogestión obrera y campesina.
Para colmo, como todos los gobiernos llamados "progresistas" de América Latina,
el de Chávez se guía por indicadores económicos capitalistas como el aumento del
producto interno bruto o de la producción y por la cantidad de divisas en el
banco central, en vez de utilizar la crisis como un reto a la creatividad,
desarrollando experiencias de producción en armonía con el ambiente en las zonas
campesinas y de autogestión en la producción de viviendas y en la producción
industrial, y no utiliza el control estatal para dar golpes mortales a los
especuladores y a los importadores de productos innecesarios y muchas veces
inútiles y dañinos despilfarrando divisas cada vez más escasas. El conflicto a
resolver será difícil, porque lo esencial –el reforzamiento de la organización y
de la conciencia de los sectores populares– aún está por hacerse.