Esta consigna ha sido sugerida -después de la trascendente victoria del Sí,
esto es, del triunfo de la enmienda constitucional destinada a favorecer la
re-postulación en el 2012 del Presidente Chávez y de todos los funcionarios
electos- por el cantautor venezolano Ildefonso Finol.
Conocí a Ildefonso en al República Dominicana cuando, en un bonito gesto de
solidaridad política, nos donó un buen número de ejemplares de su CD titulado
Tricolor(cantos de lucha y esperanza).
El sabía, que además de las actividades políticas propias de un
revolucionario, produzco un programa diario por televisión y radio con el nombre
de Tiro al Blanco y que en ese espacio siempre han estado presentes las
composiciones e interpretaciones de muchos/as cantautores de nuestra America
comprometidos con la liberación de nuestros pueblos.
Escuché sus lindas canciones y me forjé la idea de un Idelfonso muy sensible,
muy comprometido, muy militante y muy humano. Y desde entonces los televidentes
y oyentes de Tiro al Blanco han podido deleitarse periódicamente con sus
composiciones e interpretaciones.
Pasa así también en Tiro al Blanco, aunque con más frecuencia por la
enorme cantidad de canciones disponibles, con Alí Primera, el gran
poeta-cantor de la revolución bolivariana.
De oído y de espíritu, a distancia, nos hicimos amigos después de ese efímero
encuentro en Santo Domingo.
Me reencontré con él por el Internet y frecuentemente me entero de sus
iniciativas y sus escritos, a los cuales les presto siempre mucha atención.
Idelfonso es un comunista-bolivariano de pura cepa, cuya formidable condición
humana, capacidad crítica y espíritu creativo son inocultables en su quehacer
cotidiano.
"El Mensaje del Balcón"
Por eso, aunque me impactó mucho por su franqueza y precisión, no me sorprendió
su divisa "ahora a enmendar la revolución", contenida en su formidable
articulo titulado: "El Mensaje del Balcón", que decidí difundir
paralelamente a estas notas.
Desde hace tiempo tengo la misma preocupación que él sobre el auge de la nueva
corrupción, continuidad de la vieja, dentro del nuevo sistema político
venezolano.
Es absolutamente cierto lo que dice Idelfonso: con corrupción, en perspectiva,
no habrá revolución. Hay que entrarle al mal, a sus beneficiarios y a sus
raíces, caiga quien caiga.
No es posible que el pueblo de a pie, la pobrecía venezolana, principal sujeto
de su original revolución, se queje tanto -y tan amargamente- de la existencia
de una "boli-burguesía", y que en lo adelante todo siga igual y empeorando.
El comandante Chávez, hombre de recia moral, tiene conciencia del mal y lo ha
denunciado e identificado en varias coyunturas del proceso en marcha; anunciando
desde el Balcón de Miraflores, espada en manos, rectificaciones y
enmiendas sustanciales.
Recuerdo sus palabras a la luz de su primera reelección, de su impactante
victoria con las banderas del socialismo bolivariano en alto.
Recuerdo el anuncio de las rectificaciones después de la única derrota
electoral, la del otro referendo constitucional.
Pero parecería como si Chávez necesitara adicionalmente de una participación más
militante y masiva de amplios sectores de la sociedad en torno al tema
ético-moral de la revolución, denunciando, reclamando, proponiendo la limpieza
necesaria y mecanismos de control y fiscalización más idóneos que los ya
establecidos.
Parecería como si las costumbres y tradiciones históricamente dominantes en
largas décadas de democracia burguesa corrompida, precisaran de reacciones mucho
más audaces desde la parte más conciente de la sociedad venezolana y desde los
sectores dispuestos a reaccionar contra la inercia en ese orden.
Mucho se ha hablado de la "cultura petrolera", del "paternalismo
estatal", de la fuerza histórica del clientelismo, del peso significativo de
la de la concepción patrimonialista del Estado y de su traspaso en política de
generación en generación.
Mucho se ha dicho de cómo un "Estado rentista-petrolero" tienta a darle
curso al facilismo, al dispendio, el consumismo exagerado e infecundo, al
parasitismo y al enriquecimiento ilícito.
Pero ciertamente se ha tardado mucho en reaccionar eficazmente frente a esa
realidad degradante.
Esto nos remite al factor conciencia, a la formación política y moral de los
dirigentes, cuadros y militantes y del pueblo bolivariano.
Las formas viejas de pensar y de hacer solo pueden ser contrarrestadas con la
nueva conciencia antiimperialista, anticapitalista, prosocialista.
Las viejas inmoralidades políticas solo se superan con la interiorización en el
seno de las fuerzas del cambio y en el pueblo de la moral revolucionaria.
Esto precisa de una gran red de escuelas de formación política
socialistas-revolucionarias y de cambios cualitativos y profundos en todo el
sistema educativo primario, secundario y universitario.
Requiere, además, de una nueva vanguardia con dirección colectiva, con nuevos
sistemas formativos, con suficiente independencia para hacer las veces, junto al
poder moral, de factor de denuncia, crítica y vigilancia frente a las
instituciones estatales y a los funcionarios electos y designados que las
integran.
Y más allá de la erradicación de la corrupción: los cambios estructurales
anticapitalistas
Pienso que la voluntad de rectificación debe ir más allá del tema de la
corrupción estatal y del sistema de privilegios institucionales, hasta abordar
con más celeridad y más profundidad los cambios en las bases y en las
superestructuras de la civilización burguesa heredada de la IV República.
Es hora de profundizar el proceso de colectivización-socialización de la gran
propiedad privada sobre los medios de producción, distribución, servicios y
mecanismos de comunicación y de promoción de la ideología burguesa.
Es hora de avanzar en el proceso de sustitución de una economía basada en los
precios, a una economía basada en el valor de las mercancías y servicios, esto
es, en el intercambio equivalente en función del tiempo de trabajo necesario
para producirlas.
Es hora de programar en el tiempo las formas y modalidades para convertir la
gran economía privada en economía social, la economía estatal también en
economía social y la gestión privada y la estatal centralizada y burocrática en
autogestión, cogestión y cooperativización.
Si la corrupción en gran escala es un factor de signo contrario a la revolución,
con mayor razón la explotación del trabajo asalariado por la burguesía y/o por
el Estado son antítesis del socialismo.
La apropiación del excedente, la apropiación de la plusvalía, es algo clave para
determinar si el proceso está bajo el control de las nuevas elites sociales o si
es de estirpe proletaria-popular.
Es evidente que para la construcción del socialismo no basta lo que se ha hecho
en PDVSA y con los hidrocarburos, ni las expropiaciones en el campo de la
minería y de otros sectores; ni lo relativo al fortalecimiento del Estado y las
áreas de propiedad social en ciertos renglones de la producción, las finanzas y
los servicios. Esos pasos han sido muy positivos, pero todavía incompletos e
insuficientes.
Queda mucho en manos de la gran burguesía y de las corporaciones
internacionales. FEDECAMARA y la Cámara Americana de Comercio, como los grandes
propietarios de medios de comunicación, universidades, agencias importadoras,
centros médicos privados, siguen siendo un poder nada despreciable.
Ese poder nutre a una derecha que representa todavía, después de su relativa
recuperación política, más de un 40% del electorado venezolano.
En el campo de las ideas se necesitan más medios socializados y, sobre todo, más
creatividad, más ideas revolucionarias, más consistencia, más profundidad en el
abordaje del desmonte de la civilización burguesa en crisis. Igual en todo lo
relativo a la superación del patriarcado, del adulto-centrismo, del ecocidio, de
la publicidad enajenante y del ideario del capitalismo y del imperialismo
decadente.
El diseño de poder popular, de los consejos comunales, de la socialización de la
política y las decisiones gubernamentales-estatales, precisa ser llenado de
hechos y depurado de las deformaciones introducidas por viejas y nuevas
modalidades de clientelismo.
La transición, sino brusca, debe ser persistente.
Las palabras deben ser acompañadas de hechos.
Y todo esto necesita dejar atrás la autocensura, promover la autocrítica sin
descuidar el combate a los antivalores y a las bases de sustentación de la
derecha y del capitalismo. Necesita imprimirle esa misma lógica a la relación
entre revolución nacional y revolución continental.
No olvidemos que el capitalismo mundial (y todas sus expresiones nacionales y
locales) está afectado por la crisis más profunda de su historia.
Esa crisis habrá de prolongarse y agravarse, ofreciendo una gran oportunidad a
los valores alternativos, a los programas anticapitalistas y prosocialistas, a
las fuerzas del cambio.
Enmendar, rectificar, corregir prácticas y rumbos torcidos, siempre en dirección
al nuevo socialismo es absolutamente necesario y conveniente. Definir el
socialismo del siglo XXI con más precisión y claridad, y actuar en consecuencia,
nos será siempre de gran ayuda.