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Honduras: una reflexión sobre la represión desatada por el
retorno del Presidente Zelaya
Militares y policías: instrumentos golpistas de represión
Leticia Salomón
Alai-amlatina
Teóricamente, las Fuerzas Armadas son una institución del Estado, creada y
diseñada para la defensa de la soberanía e integridad territorial, en tanto la
Policía es una institución orientada a mantener el orden público y la seguridad
de las personas y sus bienes. Teóricamente también, la misión de las Fuerzas
Armadas es la defensa del territorio ante una amenaza externa y la misión de la
Policía es la protección de la ciudadanía ante la amenaza de la delincuencia
común y organizada.
El golpe de Estado del 28 de junio puso en evidencia el carácter instrumental de
ambas instituciones como cómplices del poder político y económico que produjo,
sostuvo y sostiene el gobierno golpista, situación que se ha intensificado con
el retorno del presidente Zelaya, lo que se ha puesto de manifiesto en diversos
hechos que se detallan a continuación:
1. Participación decisiva en el golpe de Estado
Sin la intervención de las Fuerzas Armadas, el Golpe de Estado no se hubiera
producido. El elemento determinante del golpe fue el control directo sobre las
dos instituciones represivas del Estado, lo que permitió ver a militares y
policías en las calles, cumpliendo su papel de contenedores y represores de la
movilización social en contra del golpe de Estado. Ambas instituciones se
definieron por el golpe de Estado, lo que significa que se definieron también en
contra de todos los sector es que se opusieran al mismo, creando una situación
compleja en la que estas instituciones del Estado, llamadas a defender los
intereses generales de la sociedad, se convirtieron en instrumento represivo de
un grupo golpista que llegó a controlar directa e indirectamente, los poderes
del Estado.
2. Ideologización del discurso
En las causas que provocaron el golpe de Estado se entretejen zafios intereses
personales, políticos y económicos que intentaron disfrazar como defensa del
sistema ante la amenaza de Chávez. Los viejos fantasmas, articulados con nuevos
y viejos temores, fue un recurso utilizado por los militares, asimilado por los
policías, manipulado por los líderes religiosos y enarbolado por el discurso
golpista para asustar a la ciudadanía y atraer la simpatía de los Estados Unidos
ante la aventura golpista. Todos ellos coincidieron en la identificación del
enemigo y del mal, y en la justificación de todos los recursos para combatirlo.
3. Protección privada a los golpistas
La reacción masiva contra el golpe de Estado y la identificación pública de los
autores intelectuales y materiales del golpe de Estado, con sus residencias y
sus empresas, provocó una mayor identificación de las instituciones represivas
con los intereses de los golpistas y aparecieron de día y de noche, y con más
intensidad cuando la resistencia salía a las calles, cuidando sus pertenencias,
acompañando a sus familias y sirviendo de guardaespaldas privados del poder
golpista.
4. Protección a los grupos de apoyo a los golpistas
La creciente presencia de la resistencia en las calles obligó a los golpistas a
organizar su propio grupo de apoyo, del que formaban parte feligreses
arrastrados por las iglesias; empleados públicos presionados por quienes les
pagaban; trabajadores de la empresa privada obligados y estimulados
monetariamente para participar; parientes de golpistas en su diversidad
política, económica, mediática y religiosas, y más de algún ciudadano manipulado
por los medios de comunicación al servicio del golpe de Estado. Las
instituciones represivas de la resistencia contra el golpe de Estado, se
convirtieron en instituciones protectoras de esos grupos con sus marchas
blancas, impregnadas de un patriotismo trasnochado, de una democracia deformada,
de una paz etérea y de una santidad saturada de malos presagios.
Mientras militares y policías acosaban y acosan a la resistencia esperando el
momento adecuado para reprimirlos, acompañan a las marchas blancas en su
recorrido, les abren paso, las protegen de cerca, eliminan obstáculos a su ruta,
previenen peligros desde lugares estratégicos y cumplen con su papel
instrumental al servicio del poder.
5. Estigmatización de la resistencia como delincuente
El posicionamiento de militares y policías al lado del gobierno de facto y la
asociación de toda resistencia al golpe de Estado como el enemigo que hay que
combatir, hace que todos ellos, militares, policías y demás golpistas, uniformen
su discurso acusando a la resistencia de delincuente y asociando su condición
delictiva con su condición de seguidores del presidente constitucional de la
república. De ello participa la Policía que no ha terminado de aprender que los
únicos llamados e emitir fallos de culpabilidad son los jueces, luego de una
minuciosa valoración de los casos presentados por los fiscales del Ministerio
Público. Anunciar en boletines públicos, como el del 23 de septiembre, que los
seguidores del presidente Zelaya son delincuentes, es un posicionamiento
parcializado, politizado, ilegal y éticamente cuestionable.
6. Exceso de fuerza en la represión de la resistencia
La represión que ha sufrido la resistencia en su larga lucha contra el golpe de
Estado es sorprendente, por la furia desatada, el odio manifiesto y la violencia
implícita: golpean con tubos de metal que han sustituido los tradicionales
toletes de madera, utilizan palos con clavos para que los golpes sean más
certeros, atacan en grupos, arrasan con mujeres, jóvenes y niños, se ensañan con
los más indefensos, arrastran por el suelo a los jóvenes que detienen y se los
llevan con rumbo desconocido. Esta situación se ha intensificado con la llegada
del presidente Zelaya porque se han sumado los miedos de los golpistas con la
vergüenza de las instituciones represivas por la llegada no detectada, la
euforia de la resistencia y las tácticas de respuesta social focalizada en
barrios y colonias, que los ha dejado en evidencia como incompetentes ante
propios y extraños e incapaces de contener la respuesta social con los métodos
represivos tradicionales.
7. Presión psicológica sobre el Presidente de la República
El presidente y las personas que se encuentran en la Embajada de Brasil se han
convertido en blanco de la irracionalidad golpista, situación que se expresa en
la intensificación de sonidos, ruidos intensos asociados con activación
constante de fusiles, marchas de pelotones, iluminación intensa dirigida a la
embajada. Este comportamiento irracional es indicativo de la desesperación
asociada con la etapa final de un proceso en el que ellos han salido perdedores,
pero también es una evidencia de los extremos a los que pueden llegar como
instituciones represivas, cuando actúan sin ninguna ética y sin ningún respeto a
las normas internacionales que regulan su papel ante la población civil.
8. Represión, intimidación y derroche de barbarie
Los militares y policías, obedeciendo de forma entusiasta las órdenes del
presidente de facto de "mantener el orden, tranquilidad y seguridad en toda la
geografía nacional", reforzados por militares del interior del país y amparados
por el toque de queda que deja en el desamparo y la indefensión a la ciudadanía
en general y a la resistencia en particular, se dedicaron la noche del 23 de
septiembre a visitar los barrios y colonias de la capital de la república,
disparar balas de verdad, lanzar bombas lacrimógenas y gas pimienta, entrar por
la fuerza a las casas de habitación, golpear con tubos y sacar a los jóvenes de
sus hogares. Todo ello representa un ataque feroz contra la resistencia, una
intimidación agresiva y una presión psicológica y física para impedir que la
misma siga en las calles haciendo demostraciones de fuerza como la que se
produjo el día de hoy. El saldo de heridos, golpeados y apresados en esa noche
fue muy alto, provocando confusión por desconocer el lugar a donde condujeron a
los detenidos sin ninguna garantía a su seguridad personal, en el mismo estilo
de la seguridad nacional aplicado en nuestro país en la década de los ochenta.
La violencia e irracionalidad del comportamiento militar y policial hizo pensar
a la ciudadanía que estos se encontraban bajo los efectos de las drogas,
situación que fue percibida en distintos puntos del país pero con más intensidad
en la capital. Estos actos constituyen la antesala y la preparación de
condiciones para que el gobierno golpista haga una demostración de apoyo popular
artificialmente construido, sin una resistencia que empañe las imágenes que
quieren lanzarle al mundo, particularmente a los que están reunidos en la
Asamblea de la ONU. Los militares y policías se preparan también para facilitar
y garantizar la llegada de la fuerza de apoyo al gobierno de facto a lugares
estratégicos como la Casa de las Naciones Unidas o la misma Embajada de Brasil
en donde se encuentra el presidente constitucional de la república.
La llegada del presidente Zelaya no provocó la confrontación de sus seguidores
con los grupos golpistas, como vaticinaban algunos analistas internacionales que
intentaron impedir el retorno del presidente Zelaya. Pero sí ocurrió lo
contrario: un incremento de la represión del régimen golpista contra las
actividades pacíficas de la resistencia, imposición de un toque de queda de 50
horas continuas en todo el país, que impedía el derecho ciudadano a la libre
movilización, situación que llevó al límite la paciencia de la ciudadanía y
obligó al gobierno de facto a interrumpir por siete horas el toque de queda,
para evitar la amenaza de saqueo generalizado de supermercados y bodegas por
parte de una población desesperada por el agua, las medicinas y los productos
alimenticios básicos.
Reflexión final
Estamos en presencia de una clara politización de las Fuerzas Armadas y de una
confirmación de la militarización de la Policía en su concepción, metodología y
prácticas cotidianas. La agresividad, irracionalidad e impunidad con que actúan
las instituciones represivas del Estado, evidencian la misma actitud demencial
de quienes los dirigen y apoyan, los cuales han traspasado el límite de lo
aceptable. No pueden colocarse dos grupos en igualdad de condiciones, si uno de
ellos tiene el monopolio del uso de la fuerza (militar y policial), el control
de instituciones clave del Estado y la impunidad asociada a la complicidad de
los otros poderes del Estado, y el otro se encuentra desarmado, indefenso y a
merced de las instituciones del Estado que controlan la represión, la justicia y
el presupuesto nacional.
- Leticia Salomón es Socióloga y economista hondureña, investigadora asociada
del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH), www.cedoh.org