Latinoamérica
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Cuba en la vanguardia de la historia
Atilio Borón
Es una tarea ciclópea resumir en unas pocas líneas el significado de un algo tan
especial como la Revolución Cubana, que el viejo Hegel no hubiera dudado un
instante en caracterizar como un acontecimiento "histórico-universal." Una
revolución que destruyó mitos y prejuicios profundamente arraigados: que la
revolución jamás podría triunfar en una isla situada a 90 millas de Estados
Unidos; que el imperialismo jamás permitiría la existencia de un país socialista
en su patio trasero; que la revolución era impensable en un país subdesarrollado
y, para colmo, sin el protagonismo de un partido "marxista-leninista"
conduciendo la insurrección de las masas. Todos estos pronósticos, y muchos
otros que sería largo enumerar, fueron refutados por el triunfo del Movimiento
26 de Julio y la consolidación y heroica sobrevivencia de la Revolución Cubana.
En efecto: ha sido -y sigue siendo- una hazaña resistir a medio siglo de un
bloqueo económico sin precedentes en la historia de la humanidad y que año a año
es condenado por casi todos los países de la ONU, con la excepción de Estados
Unidos y un puñado de sus indignos "estados-clientes". Pensemos simplemente lo
que hubiera ocurrido en la Argentina (o cualquier otro país) ante un bloqueo de
apenas un año, limitando drásticamente desde la importación de bienes esenciales
hasta el ancho de banda de la Internet: este país se habría desintegrado
producto de la conmoción social y la crisis integral que los sufrimientos y
privaciones del bloqueo habrían desencadenado.
Es precisamente por eso que quien no quiera hablar del imperialismo
norteamericano y sus políticas de permanente bloqueo y agresión hacia Cuba
debería abstenerse de formular cualquier tipo de crítica a la revolución. Es
bien importante marcar esta postura porque tanto dentro como fuera de la isla
-especialmente el "progresismo bienpensante", una especie ampliamente difundida
en la región- no son pocos quienes disparan sus dardos contra las asignaturas
pendientes de la revolución sin hacer la menor mención al influjo radicalmente
desestabilizador de la política del imperio. Es cierto que hay mucho por hacer
todavía en Cuba pero, ¿cómo explicar esas falencias al margen de un bloqueo de
medio siglo cuyo costo, según cálculos muy conservadores, oscila en torno a los
93.000 millones de dólares, una cifra dos veces superior al Producto Bruto de
Cuba, más allá de otras consecuencias que trascienden lo económico y que se
miden en vidas humanas y en sufrimientos innecesarios e indiscriminados de toda
la población? Cualquier crítica a la política, la economía o la sociedad cubana
que no comience por un análisis del bloqueo y su demoledor impacto termina
siendo -involuntariamente pero eso no importa- objetivamente reaccionaria.
Equivaldría, salvando las distancias, a criticar a los judíos que lucharon con
extraordinaria valentía y dignidad en la defensa del ghetto de Varsovia por su
incapacidad para resistir a los embates de la maquinaria militar de los nazis,
explicando su aniquilamiento como producto exclusivo de la situación interna del
ghetto e ignorando por completo el contexto más amplio que hizo posible su
derrota.
A las restricciones propias del bloqueo habría que agregar, entre muchas otras,
el humillante servilismo de la casi totalidad de los países de la región, con la
honrosa excepción de México, que ante un úkase del imperio cortaron
relaciones con la patria de Martí a partir de 1962, profundizando los efectos
deletéreos del bloqueo. Pese a ello, los cincuenta años de la revolución
encuentran a Cuba sólidamente a la cabeza en una amplia diversidad de índices de
desarrollo social. Este es un asunto que ya se da por descontado pero conviene
recordarlo puesto que tales logros se alcanzaron bajo la hostilidad permanente
de Estados Unidos y debiendo además sobreponerse a las tremendas consecuencias
derivadas de la implosión de la Unión Soviética y la desaparición del Comecón.
Los otros países de la región, rutinariamente cubiertos de elogios por la prensa
imperialista y sus voceros en el mundo político, registran índices de desarrollo
social muy inferiores –en algunos casos vergonzosamente inferiores- a los
cubanos pese a que a lo largo de este medio siglo contaron con el permanente
apoyo financiero y político de Washington. Un solo indicador habla con
elocuencia: la tasa de mortalidad infantil por cada 1.000 nacidos vivos coloca
claramente a Cuba por encima de cualquier otro país de las Américas, con un
nivel semejante al de Canadá (5/1000) y aventajando a Estados Unidos (7/1000),
para no hablar de países como Argentina, Brasil, México en donde estas tasas
triplican o cuadruplican a las cubanas.
Este cincuentenario plantea renovados desafíos a la Revolución Cubana,
originados en: (a) los grandes cambios que caracterizan a la economía mundial y
que provocan la obsolescencia del viejo modelo de planificación
ultra-centralizada; (b) la creciente beligerancia de un imperialismo que se
enfrenta con renovadas resistencias a lo largo y ancho del globo, sobre todo
luego de la crisis global estallada pocos meses atrás; y, (c) la necesidad de
renovar el impulso revolucionario y, sobre todo, transmitirlo a las nuevas
generaciones. Desafíos que requieren de respuestas innovadoras pero, como el
mismo Fidel lo recordara, para nada significa caer en el "error histórico" de
creer que "con métodos capitalistas se puede construir el socialismo." En otras
palabras: la indispensable reforma que Cuba necesita no puede significar la
reintroducción de métodos capitalistas en la gestión de la economía, como se
hizo en China o Vietnam. Cuba, colocada una vez más en la vanguardia de la
historia, como a mediados del siglo pasado, deberá transitar por un estrecho
sendero en donde se mantenga la planificación de las actividades económicas y el
papel rector del estado pero apelando a estructuras más flexibles de
planificación y control y a procesos más ágiles de conducción y ejecución. De lo
contrario las desigualdades se multiplicarían y la corrupción y la
desmoralización resultante de las mismas podrían, al cabo de un tiempo,
debilitar irreparablemente el impulso revolucionario y favorecer los planes de
la reacción imperialista. Fue ese el mensaje claramente expresado por Fidel en
su discurso de Noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana. Por eso Cuba
está a la vanguardia de la historia, realizando un experimento sin precedentes:
reformar al socialismo pero profundizando el socialismo. Al igual que antes,
Cuba rompe con todos los manuales y con el saber convencional. Estamos seguros
que también en esta oportunidad el éxito rubricará su osadía.
Una reflexión final: imaginemos lo que habría sucedido en América Latina si la
Revolución Cubana hubiese sucumbido ante las agresiones del imperialismo o como
consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética. La respuesta es clara y
contundente: en tal hipotético caso nuestra historia habría sido radicalmente
diferente. Sin el fuego emancipador preservado heroicamente por Cuba durante
medio siglo los pueblos de las Américas difícilmente habrían tenido la
inspiración y la audacia para resistir la renovada opresión de que eran objeto y
para rebelarse en contra del imperio y sus lugartenientes locales. Fue su
vibrante ejemplo el que incendió la pradera de América Latina en los años
sesentas, lo que alimentó las grandes movilizaciones que impulsaron el ascenso
de la Unidad Popular en Chile y el triunfo de Héctor Cámpora en la Argentina.
Fue su ejemplo el que abrió el espacio para el giro radical de Juan Velasco
Alvarado en el Perú y para la instauración de la Asamblea Popular y el gobierno
de Juan José Torres en Bolivia; fue el rotundo mentís que Cuba le propinó al
fatalismo y al inmovilismo lo que nutrió la insurgencia constitucionalista del
Coronel Francisco Caamaño Deñó en la República Dominicana ultrajada por el
invasor yankee. Fue la inconmovible lealtad y solidaridad de Cuba con todos los
pueblos en lucha lo que hizo posible resistir las atrocidades de las dictaduras
que asolaron la región en los años setentas y, entre tantas otras cosas,
asegurar el triunfo del Sandinismo en Nicaragua y, con el sacrificio de sus
hijas e hijos derrotar al apartheid sudafricano y garantizar la
independencia de Angola. Fue la inconmovible fortaleza de Cuba la que la
convirtió en referencia obligada cuando, a mediados de los ochentas, el
continente retomaba el escarpado –¡y todavía inconcluso!- sendero de la
"transición democrática" agobiado por el peso de una deuda externa que ya en
1985 la definió en La Habana como "incobrable e impagable". Ejemplo que adquirió
dimensiones gigantescas cuando la isla demostró ser capaz de resistir a pie
firme el derrumbe de los mal llamados "socialismos realmente existentes",
desplomados precisamente por no ser socialismos. Y la isla resistió en esos
terribles momentos las presiones y los cantos de sirenas de los agentes del
imperialismo y sus publicistas (entre los cuales sobresale por su dedicación el
lobbista número uno de las transnacionales españolas: Felipe González) que le
recomendaban a La Habana "volver a la sensatez" y olvidarse de la revolución,
para re-emerger victoriosa, como el ave Fénix en medio de la debacle de la Unión
Soviética y el Comecón para animar a los pueblos del mundo entero a decir
¡basta! Es en este escenario, que lleva la marca indeleble de la resistencia de
Cuba como una de sus señas de identidad, que irrumpe la Revolución Bolivariana y
la figura excepcional de Hugo Chávez, mientras que más al sur Rafael Correa
ponía en marcha su Revolución Ciudadana y en la Bolivia del Che un
extraordinario dirigente cocalero, Evo Morales, se proyectaba como el líder de
un pueblo en pos de una reivindicación que se le debía desde hacía más de cinco
siglos. Hay también otros procesos en marcha en Argentina, Brasil, Uruguay,
Paraguay y, en general, en casi toda nuestra geografía. Con características
externas diferentes según los casos pero, invariablemente –al menos en el
espíritu de los pueblos- como expresión de un intransigente rechazo al
imperialismo, al capitalismo y las políticas neoliberales que rara vez se
refleja en las políticas que propician esos gobiernos.
Todo esto no habría sido posible si Cuba hubiera sido derrotada en Girón, o si
sus hombres y mujeres hubiesen defeccionado, abandonando sus ideales, ahogando
la antorcha que con tanto esfuerzo y dignidad sostuvieron en alto durante medio
siglo. Por eso la deuda de los pueblos latinoamericanos –y en gran medida
también los del África Sub-sahariana- con la Revolución Cubana es inmensa. Una
revolución cuyo internacionalismo la llevó a apoyar a todos los movimientos de
liberación nacional de América Latina y el Caribe, a todos los gobiernos que
sinceramente se proponían cambiar las vetustas e injustas estructuras de
nuestras sociedades y a derrotar, empuñando las armas, a los fascistas
sudafricanos apoyados por las "democracias occidentales" bajo la conducción de
Estados Unidos. Y como si todo lo anterior no fuera suficiente hoy Cuba inunda
al Tercer Mundo de médicos, enfermeros, maestros, instructores deportivos; una
revolución que siembra educación, salud y vida, contra un imperio y sus aliados
que siembran ignorancia, destrucción y muerte. Por eso, y por tantas otras cosas
que sería imposible siquiera nombrar, vaya nuestra eterna gratitud para con el
pueblo y el gobierno cubanos, para Fidel y para Raúl, y antes para el Che, para
Camilo, para Haydée, y tantos otros héroes anónimos, cubanas y cubanos que con
su lucha cotidiana y su tenacidad de hierro hicieron posible la sobrevivencia de
la revolución y el renacimiento de las perspectivas del socialismo en América
Latina.