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Cuatro jóvenes cubanos opinan sobre la Revolución cubana
La Revolución cubana a sus 50 años: retos del socialismo
Ariel Dacal
Julio Antonio Fernández
Julio César Guanche
Diosnara Ortega
Creemos que la historia vivida en Cuba nos ha legado advertencias
revolucionarias al presente.
Por ello, podemos entender el precio, las dificultades, los retrocesos y las
ampliaciones de la libertad como un ideal concreto; la fuerza y la fragilidad de
las utopías; la precariedad de la fe, cuando es indiscutida —y su estéril
soberbia—; el carácter insaciable de la libertad: cuando se vive reclama cada
vez más libertad.
Entendemos que la revolución es la ampliación de cada libertad conquistada.
Convencidos de que la promesa del socialismo consiste en que la libertad
nacional, social y personal son contenidos de una única libertad, y que es una
moralidad de la libertad, de la justicia y de la dignidad humanas, en lo que
sigue respondemos, los cuatro firmantes, las mismas dos preguntas.
A pesar de no haber vivido el triunfo revolucionario de 1959, la herencia de lo
que significó aquel proceso revolucionario, nos llega a los jóvenes no solo a
través de la memoria histórica, sino también mediante la materialización de sus
realizaciones.
¿Para ti cuáles fueron las realizaciones de esta revolución y de su proyecto
socialista?
Diosnara Ortega:
Desde el punto de vista del análisis histórico de las contradicciones y luchas
que el proyecto de transición socialista ha vivido, más bien de una parte de
ellas, selecciono el que para mí fue uno de los logros fundamentales de la
revolución — de la revolución, no del socialismo— que potenció la base
del proyecto de transición socialista: el poder del pueblo. La unidad
social que generaron las circunstancias de los primeros años de la revolución, y
el poder con que contó en parte esa unidad, fue una ganancia para la
construcción de un proyecto participativo, inclusivo, de justicia social, que
pretendiese alcanzar la soberanía nacional al tiempo que la individual.
Es muy difícil hablar del socialismo cubano, en todo caso tendríamos que hablar
del proyecto de transición socialista, el cual no ha sido evolutivo, como no lo
es el socialismo ni ningún modo de producción social. Los saltos y retrocesos de
este proyecto han estado influidos tanto por las condiciones del medio externo
en el que se intenta producir este modo social de existencia, como por sus
luchas internas. La transición es eso: un período de luchas intensas que se
produce dentro y en contra de un modo de ser y hacer; en el cual
el móvil de todas las relaciones sociales es el capital, el valor de cambio.
¿Cómo luchar contra la cultura del utilitarismo, contra la naturalización del
consumo capitalista, contra las creencias de la supervivencia, de la
superioridad? La Revolución cubana ha intensificado estas luchas en su intento
de transición, sobre todo desde sus políticas. Esto ha sido un paso de avance,
pero sobre todo a nivel institucional. ¿Qué pasa con la cultura de esas
instituciones, qué pasa con la cultura de las personas que constituyen esas
instituciones: desde la familia hasta el Estado?
Ariel Dacal:
Este tipo de interrogantes es cada vez más frecuente. Es lógico por dos razones,
de una parte, porque 50 años es tiempo suficiente para reconstruir un pasado,
evaluarlo, repasarlo, máxime cuando el proceso refiere a uno de los más
importantes intentos emancipadores de la historia reciente. De otra parte,
porque la Revolución cubana necesita repensar sus formas socialistas, lo que
responde al agotamiento de algunas zonas del socialismo cubano y al carácter de
permanente superación de si misma que debe tener toda revolución.
Al pensar la revolución socialista cubana en términos de aportes hay que
destacar, como primer asunto, la osadía de plantearse la construcción del
socialismo en las condiciones y entorno de Cuba como país; y vinculado a ello,
su capacidad de demostrar que es posible intentar un ordenamiento social con
explícito carácter anticapitalista frente a las puertas del epicentro
capitalista mundial y enfrentando su arrogancia manifiesta en todo momento
contra tal intento. Esto ha sido posible porque el socialismo cubano se enraizó
en la dignificación de los oprimidos, los excluidos, los vilipendiados, porque
los despertó a la conciencia pública colectiva y obró un colosal cambio social
que cubre desde la instrucción y la educación del pueblo, la inclusión de
sectores preteridos como las mujeres y los negros, la atención de las
condiciones de salud de millones de personas, determinadas nociones de
participación social, hasta la internacionalización del nombre de Cuba, con
sustancial reconocimiento moral, pues asumió la libertad de los oprimidos de
otras partes del mundo como condición de su propia libertad.
Julio César Guanche:
En 1959, la Revolución cubana trajo al mundo un bello ejemplar de socialismo
utópico.
Los cubanos se enfrentaron a las leyes de bronce de la cultura política del
momento: «sin azúcar no hay país»; «aquí se puede hacer una revolución sin el
ejército o con el ejército pero nunca contra el ejército», «la política es la
segunda zafra del país», «nada se puede hacer en Cuba sin el reconocimiento de
los Estados Unidos», entre otras muchas ideas firmantes del status quo: la
economía monoproductora, la corrupción de la política a manos de las armas y del
peso cubano y la subordinación nacional a los Estados Unidos.
El triunfo revolucionario venció esas distopías y distribuyó entre millones de
seres el capital de la vida: pan y dignidad. La Revolución tradujo la política
al habla popular: la de sujetos crecidos en cantidad y cualidades a la vida.
Materializó antiguas utopías: la historia como un fruto dilecto de la voluntad,
la abolición forzada del mercado, la búsqueda de acabar con las jerarquías
sociales, la emergencia a lo público de las clases antes aprisionadas por la
dictadura del hombre y del dinero. En ello, produjo otro universo: el de una
ciudadanía universal con expectativas de ejercer en efecto la política como
control soberano del curso de la propia vida.
El proyecto de 1959 realizó en la tierra cubana gran parte del enorme ideal de
Rousseau: ciudadanía universal, soberanía popular y justicia social. Cincuenta
años después redescubre que una revolución no es una meta en sí misma, que todo
lo conquistado ha de ser reconquistado, que renovarse es la única manera de
continuar.
Julio Antonio Fernández:
El socialismo cubano ha sido original, aunque haya tenido y siga sufriendo los
males del dogmatismo soviético, aunque haya tenido momentos de cercanía a las
formas políticas e ideológicas asiáticas, especialmente chinas. Ha sido original
porque nació como hijo privilegiado de un proceso revolucionario nacional y
popular, que transformó en el mismo fervor de las primeras luces de la
Revolución triunfante, las reformas democráticas propias del nacionalismo de
corte social acumuladas durante toda la República Neocolonial, en postulados del
socialismo marxista.
Pero en esa búsqueda heredó también el marxismo-leninismo soviético, por sí
mismo problemático porque contenía, en el momento de su mayor influencia
institucional en Cuba, los gérmenes malignos del totalitarismo, el dogmatismo,
el manualismo, el oportunismo y el burocratismo.
El Socialismo cubano aportó, sin embargo, una manera auténtica de relacionarse
con el Tercer Mundo y sus gestas anticolonialistas e
independentistas, no alineada a los dictados europeos socialistas.
El Socialismo de Cuba se ha desarrollado en el contexto del Tercer Mundo,
demostrando las potencialidades de los pueblos humildes para la lucha por la
libertad. A la misma vez se ha tenido que sobreponer ante los lastres del
sentido común burgués, que ha campeado en Cuba por más de un siglo y que se
obstina en permanecer entre nosotros, con su fresca cara globalizada.
Nuestro Socialismo ha luchado contra la pobreza, contra el capitalismo, contra
el imperialismo y sus peores modales —guerra y terrorismo—, contra el
inmovilismo de la burocracia estatal, contra la incultura política, contra el
oportunismo de los supuestos extremistas, contra la mínima oposición interna y
la gran oposición externa, contra los fantasmas de la «plaza sitiada», que no
nos permiten creer en nuestras fuerzas para ser más libres.
Hemos aportado la belleza de un pueblo entero, de mujeres y hombres hechos a
sangre y fuego, a bloqueo y milicia, a escasez de cosas y abundancia de
prudencia y fe en la justicia ganada.
¿Qué necesita el proyecto revolucionario cubano para ser más socialista?
Ariel Dacal:
Al hablar del socialismo como asunto de presente y futuro es necesario pensar
las formas socialistas en Cuba, y hacerlo de manera pública, no solo en clave de
inventario de problemas sino en clave propositiva. Tenemos que discutir
públicamente qué entendemos por socialismo y cómo lograr que este sea más
efectivo en la búsqueda de una alternativa anticapitalista, lo que significa
toda la justicia social posible. El acumulado de instrucción, cultura, capacidad
técnica, sentidos y conocimientos sobre la política creado en el pueblo está
subutilizado y en algunos casos desperdiciado. Para revertir esa situación se
hace necesario cambiar cualitativamente las formas de la participación de la
gente en la gestión y control de su vida cotidiana, individual y pública,
laboral y comunitaria. Eso llevaría a discutir las formas concretas para lograr
una mayor socialización de los procesos políticos y económicos (participar en la
definición del problema/necesidad, en la elaboración de la solución, en su
evaluación y en su control).
Es necesario mayor compromiso popular y este solo será viable desde una
incidencia directa de las personas en la vida pública. Esto no será por obra
divina ni por decreto, es necesario ensayar otras formas socialistas para la
producción y la política: cooperativas, autogestión y cogestión,
descentralización de los poderes locales con capacidad real para incidir en la
vida de la comunidad. El debate en clave socialista implica, de modo
imprescindible, analizar las modificaciones de manera integral e integradora, la
política y la economía de conjunto. Los debates hoy tienen que ser políticos y
no administrativos, de reflexión colectiva y no de consignas incrustadas a la
realidad. Solo con la práctica concreta de relaciones socialistas de producción
(material y espiritual) será viable la recreación de valores socialistas en
Cuba.
Julio Antonio Fernández:
Necesitamos que el ejemplo del Che se haga presente. Necesitamos coherencia
ideológica en nuestros dirigentes, en nuestras instituciones, en nuestras leyes
y discursos cotidianos.
El Socialismo es más que una barricada de combatientes firmes, debe ser la
búsqueda de la felicidad en justicia, sin capitalismo, sin discriminación, sin
pobreza, sin guerra, sin desigualdad. Necesitamos cada día más democracia, mas
política hecha por el pueblo y para el pueblo. Necesitamos radicalizar la
República, la soberanía popular, los mecanismos populares de realización y
control de la política.
El Socialismo cubano debe evitar caer en las garras de terciopelo del
reformismo, debe alejarse de los susurros que le dicen que basta con hacer dos o
tres cambios de tipo liberal para contentar al pueblo. El Socialismo se debe
rehacer en Revolución y la Revolución no puede ser una piedra inmóvil e
incorregible. Conservar el Socialismo es la única forma de conservar la
Revolución, esta no se mantendrá en un capitalismo subdesarrollado como el que
algunos esperan para Cuba.
La independencia es imprescindible, si esta es la de decidir soberanamente las
mejores vías de salvar el Socialismo que nos hará más libres y más felices. La
soberanía es indispensable, si la ejercemos como pueblo para darnos las formas
políticas y jurídicas más revolucionarias, más socialistas, más liberadoras.
Diosnara Ortega:
Lo que al principio menciono como el gran logro de la revolución en la coyuntura
de sus primeros años para la transición socialista, es hoy, a mi entender, su
gran debilidad: el poder del pueblo. La participación dentro del proyecto de
transición socialista cubano debe ser una participación con poder real y
colectiva, no solo individual. Nuestro proyecto tendrá que saber mantener los
logros alcanzados en términos de políticas, pero deberá transformar los modos en
que se construyen y usan esas políticas. También habrá que romper con los
modelos verticalistas desde los cuales ninguna participación socialista es
posible. Es necesario salir de la trampa de la representatividad cuando esta,
por la vía de la "selectividad" tiende a impedir mecanismos de participación y
de poder directo de la ciudadanía.
Otro de sus retos permanentes es el llevar a cabo, como parte de la transición,
una consiente resistencia a la colonización cultural. El proyecto cubano ha
tenido que luchar al menos contra dos tipos de colonización: la del capitalismo
y la del socialismo llamado real. Esta lucha contra la colonización necesita del
ejercicio de un pensamiento crítico colectivo. Para propiciar este tipo de
pensamiento —sin el cual no es posible romper con la cultura del capital—
tendremos que reformular el tipo de poder que construimos en todas nuestras
relaciones sociales: el poder establecido entre los hijos y los padres, el poder
entre el maestro y los alumnos, el poder entre el Estado y el pueblo, por solo
mencionar tres ejemplos.
Nuestro proyecto de transición ha sido osado, pero debe serlo todavía más. Su
osadía debe mezclarse con la confianza, con la belleza del otro que tendrá que
ser nuestra. Saber sumar, saber amar, saber compartir, saber dialogar, saber
abandonar: todo esto ha aprendido nuestra transición socialista y todo esto
tendrá que seguir aprendiendo.
Julio César Guanche:
En 2009, los herederos de Rousseau defendemos un socialismo renovado. Imaginamos
también un bello ejemplar de socialismo utópico, nacido de las voces de nuestros
mayores y de sus historias de vida, y de nuestras propias voces y biografías.
Para ello redescubrimos las palabras, las liberamos del claustro que les forjó
su historia. Redescubrimos que socialismo significa socializar los medios de
producir la vida y que comunismo es sinónimo de poder definir el significado de
la vida.
Así como queremos que el verbo se haga carne, queremos que la ideología se haga
práctica. Entonces, comprendemos: redescubrimos que es necesario entender
aquello que queremos abolir.
Porque queremos abolir el capitalismo, entendemos cómo su sistema se reproduce
con el régimen del trabajo asalariado —pues mantiene la lógica del capital—;
cómo la organización del sistema productivo es asimismo una forma de
organización política; cómo la realidad de la explotación no es la distribución
desigual de los bienes, si no la imposibilidad de decidir, por parte de quienes
la producen, tanto de las condiciones de la producción como del destino de ella.
Porque queremos el socialismo queremos redescubrirlo en la organización de la
producción, en el trabajo libre y asociado —social, cooperativo y
autogestionado—; en la forma en que los logros sociales deben estar encajados en
los logros políticos: que más salud y educación sean a su vez más participación
popular y más libertad individual; que la progresiva abolición de la explotación
sea la eliminación de la pobreza, pero también de la enajenación, como quería el
Che Guevara.
Porque queremos el comunismo lo reencontramos como el proyecto más desmesurado
de afirmación de la libertad humana jamás concebido: como la utopía de la
autonomía personal y colectiva, como el proyecto de la emancipación de la
servidumbre de la política hecha por otros y del trabajo regido por otros.
Pero también viceversa: porque queremos inventar y afirmar la forma en que
queremos vivir es que defendemos el socialismo y el comunismo para Cuba. Porque
somos diferentes, porque la diversidad es nuestro patrimonio, porque no queremos
mentir, porque queremos comer y pensar, porque queremos vivir según nuestros
ideales, porque defendemos el radicalismo de nuestra individualidad, y sabemos
que ella se hace plena solo en lo social, porque queremos vivir con los otros,
por todo ello, defendemos el socialismo y el comunismo.
Julio Antonio Mella decía que entre el hombre y la naturaleza se interpone el
capitalismo. Queremos evitar al mediador y reunir al socialismo —la
civilización—, con la naturaleza; queremos el comunismo como la socialización de
la utopía, no como el régimen que la distribuye, sino como el espacio donde se
inventa y se practica en comunidad.
Contra las leyes de bronce de la historia y del presente, reafirmamos el
socialismo de la utopía, pues tenemos pasión idéntica por el goce de la belleza
y por el gozo de la justicia como los que hicieron la utopía de 1959.