Latinoamérica
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Una visión desde Chile
Cincuenta aniversario de la revolución cubana
Daniel Martínez Cunill
"Cuba enseña a América Latina y al mundo su clara concepción
del internacionalismo proletario.
Y porque hay esa nueva moral, porque hay esa nueva conciencia,
está aquí latiendo la voluntad revolucionaria ejemplar de un pueblo"
Salvador Allende
Discurso en La Habana
La Revolución cubana es a América Latina lo que la revolución bolchevique a las
luchas sociales de 1917.
La Revolución cubana demostró con el ejemplo, que era posible que en América
Latina se diera una revolución anti-oligarquía, anti-imperialista y de carácter
socialista. Demostró que se podía triunfar por la vía armada, y demostró que la
fortaleza moral de los dirigentes movilizaba a todo un pueblo y hacía inútiles
los esfuerzos del imperialismo yanqui por acabar con ella.
Esta enorme fuerza telúrica provocó en Chile, al igual que el resto de los
países latinoamericanos, una nueva oleada de reivindicaciones revolucionarias
del pueblo y un análisis profundo de las tesis hasta ese momento vigentes en la
izquierda.
Cuba no sólo demostró que la revolución era posible y entregó instrumentos
teóricos y prácticos para que la izquierda chilena rediseñara las modalidades y
los métodos de su propia revolución, sino que reivindicó los componentes éticos
y morales como elementos fundamentales de la conducta de la izquierda.
Hasta entonces, la izquierda histórica chilena de los años sesenta/setenta
convivía en paz con el resto del abanico del sistema político chileno. Muchos
militantes de la izquierda se plantearon ante este ejemplo la necesidad de
elaborar una nueva estrategia y nuevas tácticas e incluso - algunos de ellos -
la formación de un nuevo partido que diera pasos inéditos hacia la revolución en
Chile.
La pregunta que la historia nos hace, y que debemos responder es: ¿qué factores
hicieron que esa generación de los sesenta estuviera dispuesta a elaborar una
nueva estrategia revolucionaria, luchar por ella y, llegado el caso, dar la vida
por la revolución chilena?
Sin duda uno de estos factores es el ejemplo cubano que contribuyó a extender,
entre miles de jóvenes, estudiantes, pobladores, mapuches, campesinos, obreros,
soldados e intelectuales, la noción subjetiva de que la revolución era posible,
que había que hacerla y que el primer paso era proponérselo.
¿Qué explica ese sentido de la Historia tan radical y tan distante de nuestros
días, en que el orden se nos presenta como natural e inamovible y en
consecuencia, proponerse su transformación resulta como una empresa
descabellada?
Algunos estudiosos han planteado que en el período de la Unidad Popular
convivieron en Chile dos revoluciones: Una, desde arriba, la planificada por la
UP, sus técnicos y dirigentes de los partidos de la izquierda; y otra, la
revolución que se generó "desde abajo", que en unas fases se complementó con la
de arriba, pero en otras se tensó y divergió con ella.
En mi opinión, el movimiento de transformaciones sociales en Chile se había
iniciado desde antes de 1970 y tanto la victoria electoral de Salvador Allende
como las diversas aspiraciones de cambios surgidas en lucha popular se
potenciaron y multiplicaron durante la Unidad Popular en un solo e indivisible
movimiento revolucionario, compuesto de diversas propuestas que convergían y
discrepaban en diversos momentos.
Los enemigos de la revolución socialista chilena
Ante la influencia de la Revolución cubana, el régimen de turno de los Estados
Unidos, viendo en peligro su hegemonía en América Latina amplió sus tentáculos
más allá de sus socios tradicionales, la oligarquía y los militares, y buscó el
apoyo de la burguesía no monopólica.
Este intento de contrarrestar la influencia de Cuba y su revolución se encubrió
bajo el nombre de "La alianza para el progreso", que tenia como finalidad
atenuar y enmascarar las grandes diferencias sociales existentes entre los
sectores oligárquicos y el pueblo, buscando con esto oponerse al despertar
revolucionario de las masas explotadas latinoamericanas.
En Chile las elecciones presidenciales de 1958, habían mostrado ya la
disposición del proletariado y los trabajadores en general de luchar por un
gobierno anti-oligárquico y anti-imperialista. Esto se potencia aún más después
de la Revolución cubana iniciándose en Chile un ascenso cualitativo de las
reivindicaciones de los trabajadores.
Este salto en las luchas y en la combatividad del proletariado, lleva a que
otros sectores de trabajadores adopten sus formas de movilización. La oligarquía
chilena, atemorizada, respalda la candidatura de Eduardo Freí, que triunfó en
las elecciones presidenciales de 1964, evitando con esto que el gobierno pasara
a manos de las fuerzas de izquierda encabezadas por Salvador Allende.
En el gobierno de la Democracia Cristiana, con su "Revolución en Libertad", se
llevan adelante, con cierto retardo, los planes de la "Alianza para el progreso"
dándose inicio a un periodo de reformas tendientes a aminorar las grandes
diferencias existentes en la distribución del ingreso nacional y a darle una
salida al estancamiento del desarrollo del país, principalmente a la industria
nacional y la Reforma Agraria. Se aprobó la Ley de Sindicalización campesina y
se realizan la Reforma Tributaria y la llamada "chilenización" del cobre que
consistió en la asociación del Estado chileno con las transnacionales
norteamericanas para explotarlo. La aplicación de la reforma Agraria, así como
la ley de sindicalización campesina, incorporan rápidamente al proletariado
agrícola a la lucha de clases.
La izquierda chilena sostiene sus posiciones que proponían una estrategia de
desarrollo pacifico hacia el Socialismo a través de la conquista del gobierno y
de la mayoría parlamentaria, para darle al Estado una mayor ingerencia en la
gestión de la economía nacional. La tesis consistía en que, al estatizar las
grandes empresas monopólicas y los bancos, así como profundizando la Reforma
Agraria, se terminaría con el poder económico de la oligarquía y su influencia
política. Con la recuperación de las riquezas básicas, como el cobre, en manos
del imperialismo yanqui, se terminaría con la ingerencia de éste en la economía
nacional.
Como hemos señalado, a raíz de la influencia de la Revolución Cubana surgen
sectores que sostienen la imposibilidad de construir el socialismo en Chile por
la vía pacifica y la transformación paulatina del carácter de clase del Estado
burgués, postulando que esto requería nuevas formas de acumulación de fuerzas,
que incluía la vía armada, para tomar posesión del Estado.
Son estas posiciones revolucionarias las que llegan a los sectores mas avanzados
del proletariado urbano como al agrícola, y le dan un alto grado de combatividad
a sus luchas reivindicativas durante el gobierno de Freí.
Del gobierno de Allende hay que hacer el inventario tanto de los éxitos como de
las derrotas
La propuesta de que no era posible transitar por vía pacífica al socialismo,
pareciera encontrar razón en el colapso de la "vía chilena al socialismo", por
lo menos en el ámbito de la teoría, pero no necesariamente en la razón
histórico-política puesto que como parte del proceso chileno también la
propuesta armada resultó derrotada.
El golpe de estado fue una derrota de Allende, del movimiento popular, y fue una
derrota de todas las variantes de la izquierda chilena, más allá de sus
concepciones estratégicas.
Los defensores de la lucha armada adolecieron, a mi juicio, de una
sobredeterminación conceptual, es decir, del deseo de cambiar la realidad a
partir de los presupuestos teóricos. Pero, cuando la realidad sigue un camino
distinto, se abrían dos posibilidades: o modificar esos presupuestos teóricos y
adaptarlos a lo que se vivía en Chile o insistir porfiadamente en la voluntad
para producir el cambio.
¿La lección? Tanto en Chile, como en cualquier proceso revolucionario, la
inflexibilidad lleva a reforzar una cultura organizacional autoritaria en los
estilos, las formas, los valores, las actitudes, etc., que en el mediando o
largo plazo complotan en contra del propio proyecto revolucionario. La
revolución no puede detenerse y menos aún retroceder, pero al modificarse de
fondo las condiciones sociales los revolucionarios deben tener la capacidad
autocrítica y la flexibilidad política de adaptarse a las nuevas circunstancias.
Acción y ética revolucionarias hoy.
Toda esta recapitulación histórica carecería de valor si no tuviera una
finalidad concreta. Quiero reiterar que su valor reside en que las actuales
generaciones de izquierda chilenas, y latinoamericanas, encuentran sentido a sus
acciones políticas contemporáneas en base a estas mismas raíces y antecedentes
históricos.
El epíteto de "castrista" con que se fustigaba a la izquierda revolucionaria de
los años setenta, lejos de convertirse en anatema, fue motivo de orgullo y se
transformó en energía revolucionaria, en solidaridad humana, en inspiración y
guía fecunda.
Ninguna de las experiencias posteriores en América Latina, fracasadas o
exitosas, puede negar en mayor o menor grado su componente cubano, su ADN
castrista – guevarista, que se debe portar como un estandarte de orgullo si es
que el proyecto que defiende es humano, universal y latinoamericano.
En el caso de Chile es indudable que la lucha antidictatorial y la
reconstrucción de la democracia en el país requirieron de la participación de
los más amplios sectores. Hoy, las nuevas lecciones de Chile reclaman una
revisión profunda de esta democracia acotada y convocan a redimensionar el
socialismo chileno, que no por más moderno debe ser menos revolucionario. Esto
reclama un fuerte debate ideológico al seno de las diversas fuerzas de la
izquierda, que no puede ser más que benéfico para el futuro de las luchas
populares de los chilenos.
Salvador Allende y las miles de víctimas de la dictadura merecen un homenaje de
ese tipo. El de la confrontación de las ideas progresistas por el socialismo en
Chile.
En los casos de Bolivia y Venezuela de hoy esto también es particularmente
importante, ya que allí se procura redimensionar el socialismo de nuestros días.
Hace más de una década, los autodesignados sepultureros de la Historia se
apresuraban a invitarnos al funeral de un socialismo que no era el nuestro y la
extensión global de una propuesta neoliberal se levantaba como verdad absoluta.
Más allá de aciertos y errores, el movimiento social que nutre las luchas en
Bolivia y Venezuela demuestra lo contrario.
El caso de Nicaragua merece un análisis específico, pero en la coyuntura actual
y vista la conducta errática de sus dirigentes, resulta difícil asimilarlo a los
ejemplos anteriores. Justamente porque el Socialismo que la Revolución cubana
enseñó no ha dejado ni un instante de convocarnos a ser respetuosos de la
voluntad popular, más humanos, más dignos, más éticos.
La experiencia cubana no transitó por el "realismo socialista" sino por el
socialismo verdadero. La experiencia cubana fue y sigue siendo ejemplo de lucha
antiimperialista contra un bloqueo infame y anacrónico, pero sobre todo
demuestra que el Socialismo que sus enemigos dieron por muerto goza de buena
salud.
Cuba vive en el internacionalismo, en su ética humanista y revolucionaria y en
el ejemplo de precursores como Fidel y el Che que se reproduce en las luchas
sociales en todos los rincones del planeta.
Fidel y el Che
Fidel y el Che fueron dos hombres de personalidades opuestas pero
complementarias, un ejemplo de dialéctica revolucionaria de la cual tal vez
nosotros no siempre somos buenos herederos. Por cierto que aún es buen momento
para entender que la dimensión ética de la Revolución Cubana consiste - entre
otras muchas otras cosas - en asumirlos a ambos en su condición de hombres.
Hombres superlativos, pero de carne y hueso. Hombres ejemplares por sus
atributos y por sus errores.
El Che Guevara, el precursor del "hombre nuevo", nos dejó un cúmulo de ejemplos
de coherencia, antes de emigrar a la mitología en la plenitud de su vida. El
mayor problema para sus detractores es que los fundamentos del mito guevarista
siguen vivos en la historia de África, América Latina y el Caribe y su ejemplo
renace, con la terquedad que lo caracterizaba. No hay motivo alguno para que sus
herederos renieguen del Che, por la simple razón de que además de mito es
realidad.
¿Fidel? Pues Fidel sigue haciendo historia y se ha mantenido inamovible, durante
todas estas décadas de lucha, como un referente ético de la izquierda en todo el
mundo, a pesar de las rabiosas campañas en su contra. La belicosidad de la
propaganda enemiga contra Fidel se explica como una reacción enfermiza contra un
líder mundial que siempre cumplió su palabra y nunca ocultó al pueblo las
verdades esenciales. Otras verdades, pues "en silencio tuvieron que ser" y es
seguro que poco a poco la historia las recogerá.
La trayectoria del Comandante es de una coherencia inconmensurable y reconocerlo
es la acción elemental de quienes se consideren revolucionarios.
A manera de conclusión.
Con su ejemplo, la Revolución Cubana y sus líderes nos convocaron a los
latinoamericanos a redefinir y actualizar estrategias, a estar dispuestos a
darlo todo en cada combate táctico y, sobre todo, a mantener siempre en alto las
banderas de la honestidad y la ética de los revolucionarios.
Hoy, a cincuenta años de su inicio y en un nuevo contexto mundial, todos estos
valores de la Revolución Cubana conservan su absoluta vigencia y la única manera
de rendirles homenaje es ser consecuentes con ellos.
Fuente: http://theragblog.blogspot.com/2008/12/ron-ridenour-half-century-of-cubas.html
Ron Ridenour nació en USA en 1939, de familia trabajadora. Desde 1960 ha sido
activista revolucionario en varios países: USA, Nicaragua, El Salvador, Cuba,
Dinamarca. Su primera manifestación fue contra la invasión en Playa Girón. Tomó
la pluma como una arma contra el imperialismo. Ha trabajado de periodista desde
1967 en varios países. He publicado en cientos de periódicos y revistas.
El escritor y traductor Manuel Talens es miembro de los colectivos de
Cubadebate,
Rebelión y
Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir
libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al
traductor y la fuente.