Argentina, la
lucha continua....
|
Los condenados de la ciudad
Lucia Alvarez
Programa de las Américas
Las ciudades argentinas, sobre todo la ciudad de Buenos Aires, hoy sufren una crisis profunda. Los barrios desposeídos se expanden, afloran nuevos asentamientos informales, y cada vez más gente vive en hoteles, pensiones, inquilinatos, o simplemente en la calle. La emergencia habitacional es indiscutible.
Las ciudades argentinas, sobre todo la ciudad de Buenos Aires, hoy sufren
una crisis profunda.
Foto: holafamilia.wordpress.com.
En paralelo, crece casi en la misma dimensión una "política de expulsión de
pobres" mediante desalojos, aumentos de precios para alquiler o compra, una
mayor autonomía del mercado inmobiliario y una falta de recursos públicos para
la construcción de viviendas sociales.
Los barrios pobres hoy están a merced de unas políticas públicas de selección y
abandono urbano que coinciden con la caída social de las familias trabajadoras,
la mayor competencia por el acceso a los bienes colectivos y el desempleo
crónico. El Estado se hace presente ahí casi solamente por su aparato policial.
El tema no es nuevo ni le compete solamente a Argentina. Hace un tiempo que en
los marcos de la ciudadanía se empezó a hablar de un nuevo derecho, el derecho a
la ciudad. Marginalidad urbana, polarización de las metrópolis, relegación
social y territorial son algunas de las fórmulas que acompañan este problema
abierto con el neoliberalismo y el desmoronamiento del Estado de Bienestar.
Las sociedades de Norteamérica, Europa Occidental y América Latina cuentan con
términos específicos para designar los lugares estigmatizados y situados en lo
más bajo del sistema jerárquico de las ciudades. Guetho, banlieue, favela o
villa son algunas de las formas de nombrar esas "zonas de no derecho", el
lugar donde viven, según Loïc Wacqant, "los parias urbanos del cambio de siglo".
En Argentina, esta relegación territorial hoy es evidente e indiscreta. Coincide
y se alimenta además de una estigmatización y una criminalización creciente de
los sectores populares. Sobre todo, a partir de que el discurso sobre la
inseguridad reina en los medios de comunicación y se vuelve tema de agenda en
las campañas electorales, y específicamente en legislativas de junio. Para este
discurso del miedo, los pobres de las ciudades son despreciables, peligrosos y
violentos.
En este marco y en nombre del espacio público, se privatizan sin pudores los
centros urbanos. A medida que aparecen propuestas de aplicación de pena de
muerte, también se habla de construcción de muros y de erradicación de villas. Y
así el sueño de una ciudad sin pobres se va llevando a cabo poco a poco y de las
formas más violentas.
Buenos Aires no duerme
Teresa y su marido tienen su rancho en la bajada de una autopista, en el
turístico barrio de San Telmo. Viven ahí desde que se fueron de su casa en Lanús,
provincia de Buenos Aires, y después de pasar cuatro años en un vagón
abandonado, tres en una casa tomada y dos repartidos entre inquilinatos y
cientos de paradores de la ciudad porteña.
Ahora, tomando un mate lavado hace horas, cuentan cómo fue su último desalojo.
De madrugada, una patada los levantó del colchón donde dormían; "Dale, arriba,
vamos", fueron los primeros gritos. Los cinco hombres de buzo negro con capucha
ya empujaban sus cosas con pies y palos. Levantaban colchones, frazadas, ropa y
los tres lienzos con botellas de plástico y cartones. Atrás los esperaba un
camión de basura camuflado, y quince más por si la cosa se ponía pesada.
El ataque, dice Teresa, fue de la patota del gobierno. Se refiere a la Unidad de
Control del Espacio Público (UCEP) creada por el decreto 1232 con la misión de
quitar objetos de la calle, "disuadirlos" y "persuadirlos". Su objetivo real es
atacar a las personas que viven en plazas, parques o edificios públicos,
desplazando así al Buenos Aires Presente (BAP) que se encargaba de ofrecer
alojamientos provisorios y que hoy está a cargo del militar retirado, Pablo
Gabriel Díaz.
El grupo de tareas está compuesto por 29 empleados de planta transitoria que
dependen del Ministerio de Ambiente y Espacio Público a cargo de Juan Pablo
Piccardo. Cuenta con un presupuesto de un millón de pesos, salarios que rondan
los 1200 pesos y un costo por operativo de 1500 pesos.
Funciona oficialmente desde octubre de 2008, con la Jefatura de Gobierno a cargo
del ex Presidente de Boca Juniors, el empresario Mauricio Macri. Pero según
Facundo Di Filippo, Presidente de la comisión de vivienda de la Legislatura de
Buenos Aires, la UCEP existe desde la gestión de Anibal Ibarra, quién fue
candidato a diputado nacional.
"La primer denuncia que recibimos sobre una patota que expulsa indigentes de las
calles a los golpes es de diciembre de 2006 en el tren del Oeste. Funcionarios
públicos de la actual gestión confirmaron que ellos no hicieron más que volver
legal un grupo de tareas que ya existía", asegura Di Fillipo.
Si Rosa y su marido tuviesen unos años más, esta historia les sonaría conocida.
Durante la última dictadura militar, el tucumano Domingo Bussi quiso una ciudad
sin pobres y para eso creó un grupo de tareas que cazaba indigentes, les quemaba
los ranchos y los arrojaba al desierto catamarqueño.
Los operativos de la UCEP, de madrugada, sin orden judicial ni aviso y dentro de
un marco de símil legalidad, no son tan distintos. Por eso, el organismo tiene
denuncias en su contra hechas por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad,
organizaciones sociales, de derechos humanos, y legisladores de la oposición.
"Macri tiene el plan de volver a Buenos Aires un gran country. Esta es su
vanguardia para sacar a los indigentes de la ciudad y volverla excluyente en
nombre del espacio público. Pero este grupo es ilegal, ellos deciden quiénes son
usurpadores y quiénes no cuando eso lo tiene que hacer un juez", comentaba al
respecto Liliana Parada, legisladora por Igualdad Social.
Sin embargo, los desalojos no se limitan a la gente en situación de calle.
Aunque no hay datos oficiales, porque es una forma de no reconocer el problema
de la crisis habitacional, la Coordinadora de Inquilinos de Buenos Aires (CIBA)
calcula que entre el 2007 y la actualidad, 10 mil familias fueron desalojadas de
sus viviendas. Así también la Asesoría General Tutelar de Buenos Aires comunicó
que hay mil personas más en situación de calle en el último año por desalojos.
La primera oleada de expulsiones comenzó en 2007, casi triplicando a la de los
años previos, y fueron sobre todo de propiedades privadas. La especulación
financiera del lobby inmobiliario, contenido por el Estado y un mercado de
vivienda desregulado, fue el factor de presión determinante para que se avance
sobre el desalojo estructural que ya existía.
Según el Informe de Derechos Humanos del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)
de 2008, este proceso contó además con un aval fundamental del poder judicial. A
partir de que los conflictos sociales por vivienda ingresaban al campo judicial
sufrían una metamorfosis: eran despojados de sus connotaciones políticas, sin
visualizar que afectaban derechos sociales, y se procesaban, y se siguen
procesando, como cuestiones propias del derecho civil o penal.
Tal como señala Pilar Arcidiácono, Directora del Programa Derechos Económicos,
Sociales y Culturales del CELS: "El poder judicial es un gran facilitador porque
toma a los desalojos sin tener en cuenta la vulneración de derechos sociales
previos. Con eso queda en evidencia lo difícil que es para los sectores más
carenciados de la ciudad acceder a la justicia. A pesar de que se avanzó en el
reconocimiento normativo de los derechos sociales, los grupos con menos recursos
vieron reducido el goce efectivo de los mismos".
El aumento de desalojos fue acompañado además de un endurecimiento de los
requisitos para recibir subsidios, que son casi la única medida que funciona
como política pública vinculada a la vivienda.
Por ejemplo para recibir una ayuda por emergencia habitacional de 10 cuotas que
suman hasta 7 mil pesos, una de las condiciones es presentar la fotocopia del
DNI del dueño del inmueble que se alquila. Una misión casi imposible cuando las
organizaciones sociales calculan que nueve de cada diez hoteles, inquilinatos o
pensiones no cuentan con las habilitaciones ni los permisos correspondientes.
El endurecimiento del decreto 960 significó no sólo una regresividad en términos
de políticas públicas sino que además perjudicó fuertemente a las zonas de
migrantes, sobre todo de peruanos, paraguayos y bolivianos, que en muchos casos,
como en la zona turística del Abasto, coincide con el mapa de viviendas
ocupadas.
La situación se terminó de agravar con la decisión de la Jefatura del Gobierno
de vetar en enero de 2009 la Ley de Emergencia Habitacional. Este proyecto,
aprobado por todo el arco opositor, tenía como objetivo priorizar las garantías
del derecho a la vivienda, bloqueando al Estado la posibilidad de desalojar
propiedades fiscales. Pero el macrismo tenía en vistas avanzar sobre las casas
ocupadas de la traza de la Ex-Au3