Argentina, la
lucha continua....
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Gris arco iris de sueños
Alfredo Grande
APE
"los derechos no se tienen: se ejercen o no se ejercen"
(aforismo implicado)
Las ilusiones perdidas han sido una obsesión para la artista Ana Perrotta desde hace ocho años, cuando Argentina despertó del espejismo de la prosperidad para encontrarse con la pesadilla de la inseguridad económica, la pauperización y el desamparo. En agosto de 2002, Perrotta se topó con un boletín sindical docente, en el que una maestra relataba una experiencia reciente con sus alumnos de tercer grado, en una escuela de la Villa 21 de Barracas: les había pedido que contaran y dibujaran sus sueños y deseos y los prendieran de la bandera nacional, en vísperas del 20 de junio. Los chicos pidieron "una fábrica para que mi papá pueda trabajar"; "un hospital con médicos y remedios para que me curen cuando estoy enfermo"; "una flor grandota enfrente de mi casa, porque enfrente está el riachuelo y me gusta más el olor a flor". Un niño pidió, sin más, "comida", y otro "una torta para mi cumpleaños, porque este año no me lo pudieron festejar". El sueño de la comida fue el que más estremeció a Perrotta, y el de la torta con velitas el que más la conmovió: "Para un pibe, una torta es un símbolo de la infancia, de la ilusión de ser niño", dice la artista. Poco tiempo después de ver el material de la Villa 21, la artista encontró una nota en Clarín que la convenció de la urgencia de trabajar, desde su lenguaje, en los sueños de esos chicos. En abril de 2003 salió un artículo en el que se relataba cómo los niños de un country anónimo pedían que bajara el dólar "así podemos volver a Disneyworld". "Ese contraste me dolió mucho", cuenta Perrotta. "Di muchas vueltas hasta crear esta serie; las dos publicaciones tienen ya sus años, pero no dejan de tener vigencia en un país como éste". Así que con materiales de desecho, juguetes diminutos, retazos y soportes de madera, Perrotta construyó lo que la investigadora Ana Longoni, en el texto curatorial de la muestra, llama "un embalaje provisorio". Provisorio, hasta tanto esos sueños se cumplan. (Diario Clarín 01/06/09)
Hace muchos años, hace varias décadas, Freud enseñaba que los sueños eran la realización alucinatoria de un deseo infantil reprimido. Y que los niños muchas veces soñaban aquello que en la vigilia no habían podido satisfacer. Recuerdo el ejemplo del sueño de las cerezas. Para la época victoriana, aunque no solamente, el paradigma de los sueños tenían que ver con fantasías sexuales reprimidas. Soñar a la noche aquello que durante el día se sustrajo a la satisfacción. El deseo se une a la fantasía sexual en la clandestinidad nocturna, y se obtiene una parte del placer que la cultura represora administra en incómodas cuotas mensuales. En ciertas circunstancias, ese placer nocturno, visibilizado en las imágenes oníricas, es anticipatorio del placer diurno, en el encuentro con un iluminado objeto de deseo. Encuentro que tiene la dramática de la falta, pero que no se estanca en la tragedia de la carencia. Falta remite a una insatisfacción inmanente a la incompletad deseante del sujeto. Puedo concederla, más allá de experiencias y frustraciones personales. La carencia es de un orden lógico completamente diferente. La carencia hace un per saltum al deseo, y se choca con la necesidad. El apremio vital no satisfecho que es capturado por el cinismo de las estadísticas como NBI. Freud no lo podría haber sospechado cuando trabajaba en la orgullosa Austria del archiduque. Comenzó a sospecharlo después de la primera guerra y terminó de confirmarlo con la irresistible ascensión del tercer reich. Lo traumático, el desgarro, la devastación, también eran organizadores de la subjetividad. Y en su necesidad de teorizar, porque pensar es una forma de existir un poco, denominó a ese organizador "pulsión de muerte". A ver, Grande: no se me haga el psicoanalista. Lo que pasa, es que no me hago: lo soy. Pero de una forma que entiendo ayuda a que lo social y lo subjetivo vuelvan a tener el tránsito que alguna vez se extravió, con la meritoria ayuda de genocidas y privatizadores, tanto los fundamentalistas como los conversos. Ese tránsito que Vicente Zito Lema me pidió que recuperara en los ahora lejanos y añorados tiempos de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. "El lugar del sujeto en el campo de la izquierda". Hablar de sueños es hablar de subjetividad. Y el corazón deseante tiene razones que la cultura represora no entiende. Pero la lucha de clases se verifica también en ese campo de los sueños. La clase de los que sueñan sus deseos (la falta) y la clase de los que sueñan sus necesidades (la carencia). Si detrás de cada necesidad hay un derecho, como dijera Evita, también es cierto que delante de cada derecho hay un deseo. El tránsito entre necesidad, deseo y derecho es el garante subjetivo, político y jurídico para que los privilegiados sean solamente los niños. Podrán ser entonces adultos guardianes para que nadie pueda aspirar a ningún otro privilegio, ni ebrio, ni dormido, y mucho menos jubilado. Pero la necesidad, siempre básica, cuando está insatisfecha, disloca el tránsito mencionado. No se organiza el deseo, no se puede ejercer el derecho. Se sueña con fábricas, un hospital, un enorme desodorante con pétalos a una zona donde el lysoform no llega, comida, una torta de cumpleaños... La carencia no tiene cara, pero si la tuviera, seguro no sería la de un hereje. Hay una lealtad a nuestra naturaleza cultural: la vida debe ser defendida. La vida debe ser defendida para que esté siempre sobre la vida (biológica) y no sea mera subsistencia (por debajo de la existencia). Y si no puede ser defendida en vigilia, en la diaria jornada de la flexibilidad laboral que no es otra cosa que el retorno de la rígida esclavitud, como nos muestran las imágenes desgarradoras de los niños ladrilleros de Córdoba, "la docta", será defendida en los sueños de la noche. Aunque el músculo duerma, la mente no descansa. Porque ahora sí, aplacada la necesidad por el descanso forzoso (para el esclavo también el dormir es un trabajo forzado) se abren paso, con dificultad y timidez, algunos deseos. Deseos sobrevivientes de la penuria del padecimiento cotidiano. Quizá todo sobreviviente, del cual la cultura represora se ha empeñado en remarcar su culpa, sea en el nivel fundante alguien que ha logrado que sus deseos sobrevivan. Sobrevivan a la máquina de triturar que hace del desaparecido/secuestrado/torturado, apenas un "síndrome de Estocolmo" o una evidencia irrefutable de la "culpa del sobreviviente". Esos deseos, quizá demasiado cercano a las necesidades, de todas maneras se abren paso. Deseos que necesitan ser soñados, sueños que necesitan ser contados, cuentos que necesitan ser escuchados, relatos que necesitan ser escritos. Para que alguna forma de arco iris sea posible. Sin embargo, será otra forma de arco iris. "La era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor, y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir", la escucho a Soledad Bravo. -¿Qué le pasa Grande? -Por no perder la ternura jamás, me parece que me estoy ablandando demasiado. -Vamos, Grande. Cuénteme de ese arco iris. -Cierto, el arco iris. Me parece que sueñas con un arco iris diferente. Lo veo como un gris arco iris de sueños. ¿Y para que sea un arco iris de colores cómo hacemos? Soñar con ellos, naturalmente, soñar con ellos.