Argentina, la
lucha continua....
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Bolsas de plástico: la maravilla que devino pesadilla
Luis E. Sabini Fernández
Es una vieja técnica.
El tipo se ha salido con la suya, en realidad con la ajena: ha robado una
buena billetera y ha salido a escape. Es un hombre corriendo por la calle. Pero
segundos después escucha los gritos de quienes han salido tras él: -¡agarrenlo!
Es un instante. Él también empieza a gritar: ¡agarrenlo!, y sigue raudo
corriendo. Algunos más veloces ya están a la par, todos gritan algo ante lo cual
los demás transeúntes no saben qué hacer. Es que al haberse sumado el ladrón al
coro, la demanda ha devenido insensata.
La empresa de supermercados Disco en Argentina se ha sumado a la campaña contra
las bolsas de polietileno y el desastre ambiental que han provocado. Las bolsas
de plástico, empero, no se hacen, ni se distribuyen, ni se esparcen solas. Hay
algunas empresas que han contribuido particularmente. En realidad, los
supermercados fueron invadiendo nuestras sociedades brindándole a la gente el
protagonismo en la compra. Y en verdad, frente a la corruptela del comercio
minorista, donde no se podía elegir y donde el comerciante era el que elegía
cuando y a quién "le metía el perro", la opción ofrecida resultó tentadora.
Nadie pensó entonces en el consumismo galopante, el despilfarro, en la
construcción de una sociedad del desperdicio. Para afianzar esa "nueva cultura",
del autoconsumo, los supermercados se valieron de la góndola al alcance del
cliente y la bolsa de plástico a la salida. Expresión de libertad y comodidad,
sabiamente confundidas.
Esto empezó hace medio siglo. Y desde hace varias décadas se empezaron a
observar las secuelas de la invasión de termoplásticos al ambiente. Ya en la
década de los ’70 Jacques-Yves Cousteau denunciaba que las pobres tortugas
marinas confundían las bolsas flotantes con medusas y se las manducaban; una
atroz forma de muerte de animales que habían sido alcanzados por la
"civilización".
¿Cómo llegaban a la superficie marítima bolsas de supermercado o "de plástico",
términos casi equivalentes? Las bolsas de plástico son relativamente
resistentes. Flotaban. La gente las tiraba o las dejaba en las más diversas
situaciones. Desde el momento en que empezaron a abundar las bolsas, es decir
desde el momento en que los supermercados, como Disco, empezaron a "regalarlas"
(cobrándolas con exceso sin duda en los precios), desde el momento en que el
mercado, cada vez más mundial, tenía tal mercancía como bien abundante y no
(como el resto) escaso, las bolsas "de supermercado" empezaron a estar en todas
partes, y a sobrar en todas partes. Quien más quien menos, debe haber sido
alguna vez "millonario" en bolsas de plástico. Así llegaban –como desperdicio
que uno se saca de encima porque sabe que hay "de más"– a los campos, a los
ríos, a los mares.
¿Que los termoplásticos son tóxicos? Se sabe también desde hace tiempo. Hay
investigaciones escalofriantes sobre la "migración" de partículas plásticas a
los alimentos. Pero al mundo empresario le importaba otra cosa. Y la gente
prefería, inducida, otra esdrújula en lugar de tóxica. ¡Son tan cómodas! Y los
supermercados estuvieron a la vanguardia planetaria en promover esa forma de
comportamiento. Miope y suicida, pero exitosa, sobre todo si todo el ensamble
social "lo necesita". Uno no va a hacer las compras al "súper" tranquilo desde
su casa, como la abuela que llevaba su bolsa de tela o su "chismosa" de hilo al
almacén. Uno sale apurado, más bien apurada, del laburo y pasa por el súper para
comprar lo necesario para zafar esa noche y en todo caso, proveerse de la leche
del desayuno. Y bendice que el bueno del comerciante le brinde una bolsa, sin
cargo, para llevarse sus provisiones. Aunque cada vez sepa menos lo que se lleva
adentro de esa bolsa… la leche del súper ya no se corta, como hace un tiempo que
"daba" para hacer requesón; ahora se pudre, vaya a saber qué le ponen adentro.
Algo para que dure quince días y no un par de jornadas en frío, como la
pasteurizada que venía en envase de vidrio. Pero claro, aquella era leche
líquida "todo el tiempo", y ésta salió líquida de la vaca, se hizo polvo en la
"lechería", se transportó y volvió a hacerse líquida con agua, supongamos que
desclorada porque sabor a cloro no tiene… uno lleva un "tetra" de salsa que
curiosamente el supermercado abarrota en el patio del fondo del local al sol en
pleno verano y uno lo "abre" y está ferpecto. Aquí la pregunta es: ¿qué
conservadores puede tener para soportar el mediotiempo entre su elaboración y su
consumo?; uno lleva una montaña de golosinas "para los nenes" (de 4 a 40 años),
cada más chocolatadas… todas lucen una tentadora cubierta marrón y la etiqueta
dice "chocolate", sólo que se trata de soja coloreada. Con un agravante: se
trata de un componente de la soja, su materia grasa, conservada mediante
hidrogenación, método tóxico si los hay, descubierto en Alemania en 1915 e
implantado en todas las industrias alimentarias del mundo occidental (y al día
de hoy, globalización mediante) del mundo entero, por su comodidad: la grasa
hidrogenada no se pone rancia. Triunfo de la tecnología nuestra. Se "pone"
apenas cancerígena. Pero eso se "ve" menos, es un proceso a largo plazo y por lo
tanto menos asociable con la hidrogenación. Lo rancio se percibe, en cambio, de
inmediato... uno agrega ahora en la bolsa pastas rellenas o comidas procesadas
que presentan en la etiqueta las variaciones más tentadoras: crema a la
Stroganoff, sorrentinos de "jamón y pollo", "salsa lista" cazadora o scarparo,
aunque la realidad del relleno –la verdad de la milanesa– resulte soja con
aditivos saborizantes… uno agrega "saborizadores tipo criollo", donde "tipo" lo
dice todo. Porque estas empresas no mienten. Sólo que no dicen la verdad.
No imaginábamos al adoptar el sistema de supermercados, autoservicio y consumo
irrestricto que se nos venía todo esto encima. En realidad ni siquiera nos
dábamos cuenta que ni adoptábamos ese sistema, que en realidad éramos adoptados
por él. Y que el sistema del capitalismo hipermoderno "gastaba" tanto en honor
del consumidor porque pagaba por el petróleo una bagatela. El petróleo estuvo
congelado desde fines de la segunda guerra mundial hasta 1973. "Los treinta
gloriosos años" de tanto economista liberal o progresista. Seguramente muy pocos
gloriosos para los obreros extractores del "oro negro" en Nigeria, el Cáucaso,
Irak o Ecuador…
Ese fue el período de la expansión incontenible del consumismo que nos ofrecía
un futuro donde ya no habría muertes de viajantes.
Ahora ya estamos dentro de aquel futuro promisorio que nos vendieran las
empresas de la modernización hace medio siglo, a través de Hollywood,
Selecciones del Reader’s Digest, Life y el mundo empresario en general y los
supermercados en particular.
Y lo que vemos es la contaminación. La contaminación planetaria. Con las bolsas
blancas de plásticos como emblema en campos y mares. Con los basurales
incontenibles alrededor de toda ciudad. Con la fumigación generalizada para
eliminar los competidores del hombre en la apropiación de las cosechas.
Fumigación que elimina, de paso, la salud. Alcanzando a lo que los técnicos
llaman "insectos no blanco", seres vivos "no blanco". A los que no se quiere
matar, pero igualmente se los mata en la guerra declarada (y auspiciada) por los
laboratorios biocidas. Lo que resultan "daños colaterales": libélulas, gusanos,
ciempiés, abejas, mariposas, pájaros, niños, peces, batracios, perros, humanos
adultos, preferentemente trabajadores rurales… La contaminación "coagula" en
enfermedades con las más diversas manifestaciones; alergias, alteraciones de la
piel, mutaciones, destrucción en genitales, cánceres, malformaciones congénitas.
Y bien. La situación se ha vuelto inocultable. Y es tan fuerte el impacto que
hasta sus principales beneficiarios ya no pueden escamotear la cuestión devenida
problema. Desde hace años, diversas cadenas de supermercado en el Primer Mundo,
pero también entre nosotros, no entregan gratis las bolsas de plástico. Con lo
cual, sus compradores rápidamente se han habituado a llevar bolsas propias o
pagar por ellas. Otros han ofrecido bolsas de papel, que mantiene el estilo de
"la abundancia", con lo cual no encaramos el problema de que la humanidad vive
"por encima de sus propios recursos", pero al menos no tiene, el papel, la
toxicidad del plástico.
Pero entonces sale Disco a gritar ¡al ladrón! Y lo hace dictando cátedra.
Explicando en una "campaña concientizadora" que "las bolsas [de plástico] están
destruyendo el medio ambiente". Algo "realmente preocupante". En un folletito
sostiene que "hay más de cinco mil millones de bolsas dando vueltas" por la
Argentina, en mares, costas, desagües y drenajes.
Nos informa además de algo verdadero: que se recicla menos del 1% del volumen
producido. Sabíamos que a mediados de los ’90 en EE.UU. se reciclaba el 1,5 % de
los termoplásticos producidos. Y entonces nos explicaba el bueno de Federico
Zorraquin, director de alguna empresa plástica o petroquímica argentina y
presidente de Plastivida (sic), una organización fundada por la industria
plástica "sin fines de lucro" (sic, sic), que como medida efectiva de reciclado
era absolutamente insuficiente pero que en términos de relaciones públicas era
en cambio muy eficiente.
Hemos llegado así a un nuevo problema: la petroquímica tuvo "su agosto" entre
1945 y 1973 con una cotización del petróleo adaptada a las necesidades de una
industria en expansión y no a las necesidades planetarias o de los países y
regiones "sangrados" por su extracción.
Pero la cotización del petróleo fue cambiando. Primero por la OPEP que en 1973 y
en 1979 la multiplica generando el sobrante financiero de los petrodólares (que
están en el origen del fenómeno de la deuda externa de los países periféricos o
empobrecidos). Luego por la perspectiva de escasez, que lo ha hecho una materia
prima aun más costosa. Y sin embargo, la petroquímica, ya establecida, no ha
cambiado su modalidad. El mundo siguió "nutrido" o mejor dicho invadido de
bolsas, envases, envoltorios, packaging, como antes, con el petróleo
barato. El nuevo estilo se había convertido en "cultura".
Hoy, se nos ha hecho muy difícil combatir o enfrentar la plétora plástica que
nos cubre cada día y que nos contamina silenciosamente. Sus manifestaciones más
ostensibles, como el desparramo planetario de "bolsas de super", se ha hecho
demasiado ostensible, gravoso hasta para "el sistema".
Es interesante ver cómo quienes hacen esta campaña ni siquiera muestran su
propio papel en ese desarrollo. Ni el menor atisbo autocrítico. Lo cual no es de
sorprender: si siempre nos han dado lo mejor es porque son los mejores. Y los
mejores ¿pueden equivocarse?
Luis E. Sabini Fernández es Docente del área de Ecología de la Cátedra Libre de
Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires, periodista y editor de la revista futuros.