De desánimo en desánimo anda uno, conjugando verbos inexistentes para describir
el desajuste económico y social del país, acostumbrados, como estamos, a los
entreveros institucionales que tanto marcaron nuestra historia, debilucha por
donde se la mire, aún con los empeñosos buscando paradigmas donde no los hay.
Así andamos, entonces. Y nos encontramos, día a día, al sol que raja las
mañanas, con insoslayables presencias de problemas, todos sin resolver. Todos a
punto de bullir. Esta marmicoc en que se ha convertido la provincia, sólo revela
comportamientos sociales cuestionables y administraciones políticas enclenques.
La policía de Salta ha salido a las calles. No a la vigilancia habitual, sino al
tintinear de las broncas por los bajos salarios. Miles y miles de agentes
manifestaron sus quejumbres por las arterias capitalinas que, otrora, vieron
pasar a maestras y trabajadores de la salud, entre otros, con el mismo afán
salarial y aguardando, de pura costumbre, el bastonazo perverso e inútil en las
testas presentes y altivas a pesar de las injusticias.
Ahora, en cambio, los mismos que solían propinar esos cachiporrazos inicuos, son
los que proceden a manifestarse como lo hubieran hecho docentes y enfermeras o
médicos. Y nadie, con el tino en el centro de las tripas, diría que no lo
merecen o que no tienen derecho a la protesta callejera.
El tema es la alta capacidad para desobedecer órdenes de esos jefes pindongueros
y obsoletos que les exigían la entrega de las armas. Recién una semana después,
los agentes se avinieron a contemplar el "farewell to arms" porque perciben que
la cosa se pone de gris umbrío a negro pesado.
Y llama la atención, porque cuando deben reventar croquetas del magisterio o de
adolescentes de grupos sociales desprotegidos, ni siquiera tiemblan sus
espíritus ni dejan atisbar un mínimo cuestionamiento a los mandatos para las
palizas que darán. Las órdenes son obedecidas ciegamente. Se diría, casi con
irracionalidad.
Es verdad que son hombres y mujeres sufrientes (¿quién no lo es hoy en la
Argentina?), merecedores de buen trato y dispensa social e institucional. Pero,
¿no resulta alarmante que una comunidad deba alterar hasta sus bailongos y
festivales porque la inseguridad crece con parámetros extraordinarios mientras
la policía se refocila en la denominada "autoconvocatoria" asamblearia? ¿Y casi
a punta de pistola?
Dirán que es una exageración pero hay que coincidir que no es tranquilizante que
el cuerpo policial se rebele con el armamento reglamentario, lo lleve en la
mano, en el cinto o lo tenga guardado en la mochila. Lo demás, si es legal o no
es legal, seguirá siendo una discusión de nunca acabar relacionada con la
posibilidad de sindicalizar fuerzas armas o de seguridad.
Pero además, es signigicativo que sectores que habitualmente apuntalan las
luchas sociales y despotrican contra "la policía de Urtubey" (un colgajo de
desmerecimientos y subestimaciones exageradas), hoy aparezcan, poco más o menos,
apoyando las medidas de fuerza policiales (o como pretendan llamar a esta vulgar
rebelión) por aquello de que "también tienen familias a las que alimentar" (o
"mantener", afirman sin pudor otros).
Es ineludible el contraste: a las maestras (que también tienen familia a las que
alimentar) les exigían aquella perversión del "sacerdocio" y las trocaban, poco
más o menos, en guillotinadoras de infancia ("las víctimas son los niños") por
el simple hecho de buscar una justicia que todos los gobiernos les vienen
negando y aspirar a tener un estómago un poco más ahíto que el que exhiben con
la malaria actual.
Inclusive, un ex ministro de Gobierno de Juan Carlos Romero las expuso casi como
un peligro social, al pedirles "sensatez" durante una marcha a Grand Bourg,
"evitando actos de violencia" contra los ciudadanos salteños. Una infamia,
claro.
El sentido común aparece desarticulado: algo no está funcionando como
corresponde y no me refiero a los gobiernos, sino al anclaje moral de la
sociedad. Es sabido que las administraciones se han vuelto sordas y han crecido
en estupidez. Aunque irriten la paz, no parece insensato entonces, que los más
pobres, los que menos tienen, los que sufren el bastardeo de los rufianes
políticos, corten calles, rutas o se agrupen en terrenos desesperantes, con la
angustia como techo.
Sin embargo, ningún otro necesitado, como un policía por ejemplo, expandirá más
que su garrote para desalojar, como si la vileza fuera la esencia de los que hoy
aparecen como simples ciudadanos en busca de un puerto de buena fe por parte de
los gobernantes.
Y no estoy en contra de esas manifestaciones ni de sus reclamos. Demando una
lógica más sana en la que convivir con un policía no lo sea con el enemigo y en
la que un pobre, no sea sólo el blanco móvil a reventar. Ni una maestra una
delincuente social ni un trabajador de la salud un "matasanos" sin hospital. El
tema será cómo la propia sociedad resuelve la insensatez de la pobreza y el
hambre. Y no lo está haciendo. No lo hace...
No somos ángeles, como en la película, ni tan malos que tuvimos que esperar que
nos llegaran los angelitos. Azules. Del cielo, casi.
Esta semana, los maestros deciden qué van a hacer con el comienzo de las clases.
Y quizás, hasta haya movilizaciones y protestas. La policía, ¿será la
descalificada "policía de Urtubey" con sus bastonazos al aire y en las sienes?
¿O serán aquellos seres humanos que alguna vez pudieron entender que las
actitudes de solidaridad deben ser una propuesta de vida ciudadana, permanente e
ineludible?.