Argentina, la
lucha continua....
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La política y el derecho al pataleo
Alberto Medina Méndez
Momarandu
La política es solo la extensión de lo que le pasa a la sociedad.
Solo hay que entender que se trata de un espejo en el que nos reflejamos como
comunidad. La política no es el espacio para las actitudes puras, ni las máximas
virtudes. Suele mostrar, muchas veces, lo peor de la gente. Allí donde se
alberga la concentración del poder, yacen también las más macabras ambiciones,
esas que no encuentran límites.
Un ciudadano podría pretender que los políticos discutan ideas, planteen
propuestas y soluciones acerca de los problemas. En esta presentación racional
de la cosa pública, tomaríamos decisiones con argumentos más sólidos. En ciertas
democracias más maduras esto funciona bastante mejor que por estas latitudes.
Todo votante opina siempre con EL MANUAL DEL CIUDADANO. Recita esta idea, de que
los políticos deben ofrecer soluciones y proponérselas a la sociedad. Pero, ESTE
no es el comportamiento electoral de nuestras comunidades.
Entre una plataforma política y una imagen con estampa de ganador, nos quedamos
con la última. Y los políticos lo saben, por eso lo hacen. Después de todo
existe un MERCADO de la política. Ellos, los políticos, no hacen mas que leer lo
que el mercado demanda, y ofrecen eso mismo. Puede sonar incomodo, pero es lo
que sucede.
Saben que la plataforma electoral y las propuestas del candidato, no son
material de lectura. Son pocos los que lo harán y solo la usaran para
despotricar contra ciertas propuestas. Ellos saben que, en definitiva, es
incluso probable que reste votos.
La política, termina haciéndose práctica, respondiendo a las necesidades del
mercado que le dice que importan más los nombres, las caras y los partidos, que
las ideas.
Finalmente votamos candidatos por una suma de subjetividades. Lo consideramos
valiente, locuaz, con actitud, temperamento, parece honesto, tiene fuerza, se
impone. Hasta lo podemos votar por su género (sólo porque es mujer) o
simplemente porque es conocido, y hasta por que es desconocido. Los atributos
que colocamos en nuestra escala de valores tienen poca sintonía con la
racionalidad y con el recitar del discurso callejero. Tiene mucho más que ver
con alguna cuota de intuición y hasta de mística.
Después de todo, en esa búsqueda mágica, mesiánica, cualquier dirigente que
PAREZCA que tiene algunas de esas cualidades puede calificar para ser el nuevo
líder que estamos buscando. Ya sabemos que viene después, la desilusión, el
desencanto, la resignación y la desesperanza.
A no quejarse más de la cuenta. Ellos responden a los estímulos. Si no exigimos
ideas, no nos quejemos luego de la aplicación de medidas en el sector público
que creemos incorrectas. Ellos sólo hacen lo que les está permitido, pero no por
las leyes, sino por el tácito contrato social que los sostiene.
Nos quejamos amargamente, pero ni siquiera preguntamos que pensaban esos
políticos antes de las elecciones. Con que altura moral podemos plantear
disidencias con ideas que nunca fueron discutidas, y que nosotros siquiera
pedimos que se transparenten.
Lo cierto, es que estamos frente a un nuevo proceso electoral y seremos
convocados a seleccionar a los mejores. Algunos partidos hacen internas. Ni allí
aparecen las propuestas. La simplificación que propone la partidocracia, y que
la sociedad acepta mansamente, es saber QUIEN es el candidato, y en alguna
medida CON QUIEN ESTA, siguiendo aquel viejo refrán que dice "dime con quien
andas y te diré quien eres".
Patética referencia para votar. Es solo la expresión más burda de una serie de
prejuicios con los que esta sociedad, aún electoralmente inmadura, define sus
preferencias
El agravio, el ataque individual, la descalificación a las personas seguirán
ocupando el centro de la escena, no porque los políticos sean una casta
equivocada, sino porque la sociedad acepta esa regla de juego hasta llegar,
muchas veces, a estimularla.
Cuando juzgamos a los dirigentes de la política, utilizamos las etiquetas
equivocadas. Recorremos descripciones. Cuando es mujer, van desde la silueta
poco sensual y su misticismo, a la frivolidad de su vestuario. Nos enfocamos en
los aspectos físicos o superficialidades de esos líderes que sólo describen
algún costado caricaturesco.
Juzgamos sus comportamientos, según referencias emblemáticas de sus historias
personales. La rotulación de sus conductas cae entonces en ese juego
interminable.
Difícilmente podamos salir de esa manera. Si no podemos enfocarnos en elegir a
hombres y mujeres con ideas claras y proyectos, no saldremos de este lodo.
Seguir buscando el candidato perfecto es tarea divina. Como dice una filosofa
popular "el príncipe azul destiñe en el primer lavado". TODOS, los políticos
tienen defectos. Aunque algunos no lo parezcan, se trata de seres humanos.
No encontraremos al candidato perfecto. Sólo debemos decidir cual es el umbral
que determina nuestra tolerancia para aceptar esos defectos. En esa lista,
aparecerá esa larga nómina de cuestiones menores y aceptables. También estarán,
esos defectos que no aceptan discusión, que tienen que ver con la inmoralidad
frente a la cosa pública. Pronto tendremos chance de reiterar el ritual de las
urnas. Nuevamente la clásica partidocracia nos propondrá un debate de ofensas,
superficialidades, panfletos, nombres y rostros.
Si jugamos ese juego ya conocemos el resultado. Si no empezamos a preguntar que
proponen estos hombres y mujeres, después tendremos poco para reclamar. Por eso
vale la pena entender que ESTE estilo de rotular, no nació en la política, sino
en la sociedad misma. Si no logramos superarlo estamos encaminados a tener más
de lo mismo.
A no engañarse con excesos simplificadores. El clientelismo es una parte grosera
de la política que no deseamos, pero no alcanza a explicar los errores que
cometemos en democracia cuando nos toca elegir. Circunscribir la cuestión al
clientelismo, responsabilizar a los más pobres, a las víctimas y victimarios del
populismo demagógico, es desconocer que los resultados electorales muestran otra
cosa.
En muchas ciudades, donde los niveles socioculturales son más altos, se vota
bastante parecido. Algunos "canjean" su voto y trafican con su dignidad. Otros,
sólo la regalan.
Para cambiar la historia, debemos primero cambiar nosotros como sociedad. Si no
lo hacemos, difícilmente la política modifique su rumbo, y en ese caso tendremos
poco derecho al pataleo.