Argentina, la
lucha continua....
|
Demonizan a los jóvenes pobres que son el último eslabón de la cadena del crimen organizado
Fernando Pino Solanas - Alcira Argumedo
COPENOA
Se demoniza a los jóvenes pobres, que son el último eslabón de la cadena del
crimen organizado, y se elude la decisiva complicidad de políticos, policías y
funcionarios judiciales. La causa última son más de tres décadas de catástrofe
económica y social. Sólo una fuerte voluntad política puede revertir esta
situación.
El grave problema de la inseguridad tiende a ser abordado con una extrema
simplificación por políticos y analistas: demonizan a los jóvenes pobres que son
el último eslabón de la cadena del crimen organizado y eluden la decisiva
complicidad de políticos, sectores de la policía y del Poder Judicial. El
asesinato cometido en Valentín Alsina por un joven de 14 años para robar un auto
es paradigmático: nadie puede creer que lo ha hecho para ir a pasear a Pinamar
con su novia. Es por demás evidente que debe entregarlo a los que comercian
autos robados o a los desarmaderos. En el caso bonaerense, los grandes
desarmaderos fueron desmantelados en 2002 y 2003; pero ahora funcionan en
escalas menores bajo techo: aun así no pueden ser desconocidos por los
responsables de combatir el delito.
Un alto porcentaje de los hechos delictivos se cometen bajo el efecto de drogas
como el paco, pero si bien en las villas y barrios carenciados muchos saben
quiénes son los traficantes, denunciarlos a la policía significa una condena a
muerte. Ese joven de 14 años vive en la Villa 21, donde el sacerdote Pepe ha
sido amenazado por combatir el consumo del paco, pero no ha logrado concitar un
interés efectivo por parte de las autoridades competentes para erradicarlo. En
esa misma villa, se muestra la falacia que culpa a las familias, cuya
desintegración redundaría en la decisión de no enviar a los hijos a la escuela:
más de cien madres que habitan allí denunciaron no haber encontrado cupos en
escuelas a 40 cuadras a la redonda, sea por desidia gubernamental o por
discriminación de los chicos.
No es un dato menor del problema de la violencia, la humillación y la agresión a
su dignidad y autoestima que sufren estos chicos, sea por el color de la piel o
por la cultura neoliberal aún presente, que reivindica el consumismo y el lucro,
valorando a las personas por lo que tienen y no por lo que son. El mensaje
implícito o explícito es que al no tener nada no son nada, no tienen futuro y su
vida carece de valor: pero si su vida no vale nada, tampoco la de otros. Pocos
analistas relacionan la delincuencia de estos jóvenes con la impunidad delictiva
de funcionarios, empresarios, políticos y dirigentes sindicales, que exhiben
obscenamente el fruto de sus acciones sin recibir ningún castigo, confirmando la
frase discepoleana "el que no afana es un gil".
La demonización predominante pretende velar que de los 6 millones de niños y
jóvenes menores de 20 años en condiciones de pobreza, poco menos del 2% se
vuelca al delito. Si bien esa proporción implica más de 100 mil protagonistas de
la delincuencia actual en esas edades, la lectura de las mismas estadísticas en
otro sentido indica que el 98% de ellos son muy valiosos: a pesar de las
carencias y dificultades para alimentarse, estudiar, trabajar, adquirir
medicamentos, comprar ropa, salir con sus novias/os o tener una casa, buscan
otros caminos como respuesta ante condiciones críticas.
La catástrofe económica y social que vivimos desde hace más de tres décadas es
la causa última de la inseguridad. Continuamos presenciando el despojo de los
recursos públicos en favor de grupos económico-financieros locales y externos.
En estas décadas, la pobreza creció desde el 7% histórico hasta el actual 35%; a
ello se suman el aumento del desempleo y el subempleo, mientras la mitad de los
ocupados son empleados de modo precario o trabajan en negro. Estas duras
condiciones sociales podrían haberse superado con el alto crecimiento económico
de los últimos años, si los gobiernos kirchneristas no hubieran priorizado a las
corporaciones amigas y los negocios privados con recursos públicos. Para
afrontar seriamente el problema de la inseguridad es necesaria una voluntad
política dispuesta a revertir el sufrimiento de una proporción demasiado alta de
nuestros compatriotas y acabar con la corrupción política y el crimen
organizado; la solución no es bajar edades de imputabilidad.