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Argentina, la lucha continua....

Corrientes: Cuando internet vuela las paredes de la cárcel

Momarandu

La Red de Derechos Humanos de Corrientes y la UNNE concluyeron las clases de alfabetización digital en la Penal Nº 1. Ahora, los internos dicen que con Internet podrán hablar con sus familiares, o hasta aprender a cantar o tocar sus primeros acordes musicales. "En el penal se sufre la doble exclusión", dice la profesora.

El aula es pasando la guardia de la policía y el calor y la guardia de la penitenciaría, dos instancias, autorizaciones y un pabellón separado del resto de rejas, en un pequeño cuarto en el que hay tres computadoras donde cuelgan de las paredes tableros de ajedrés.

Es el espacio que el servicio penitenciario aprobó a la Red de Derechos Humanos para iniciar talleres de alfabetización; un oasis en la reclusión, un escape al olvido en vida, dice Hilda Presman, titular de la organización que hace de puente entre el mundo afuera y las necesidades de los internos.

En el penal hace calor: lo dicen los presos, las autoridades, los penitenciarios, los familiares, los invitados. La humedad se concentra en las paredes. Los hombres se cuelgan de las rejas mirando hacia afuera mientras dentro hay habitaciones que son de paredes de toallas tendidas.

¡Eh flaco! ¡tirá un mango! saludan al visitante, otros, sumidos en tareas de cestería tanto, interesante como esperar, esperar como acariciando un gato o mirando todo lo que pasa sin hacer ni ver en realidad nada; drogados, sumidos en la sombra.

La puerta de la habitación da a un pasillo frente al que hay cuatro sujetos en un patio de poca sombra que piden fotos gratis para mandar a sus familias a cambio de un porro, o una pitada, y si no es nada no se les ocurre decir otra cosa que "¿cuánto vale tu nada?" para que les resulte la venta.

"Acá nadie regala, en la cárcel todo es así -dice uno-, y también hay que estar alerta porque a veces parece que no pasa nada pero a la noche mandan a los negros que nos revientan en las habitaciones, entonces, entran gritando, y a la mañana nos levantamos hechos bolsa o castigados, entonces nos castigamos entre nosotros".

Otro arma otro cigarrillo de marihuana, con los ojos rojos, la voz seca en la lengua, lame el porro y lo suprime mientras el celador a cinco metros se balancea en su silla. Un tercero trae mate. Aunque saben que "no valen nada" ni afuera agradecen hasta 50 centavos.

La sala es un espacio en el que los internos se encuentran con sus familiares, que son su tía Hilda y también su hermana Gabriela, la profesora Goñalonzo de la UNNE. Es claro, a muchos, casi nadie nunca más que en las clases los visita.

Entre ellos Leo, que es uno de los alumnos destacados en la universidad, que aún cumple condena, ahora es auxiliar de la clase de informática, en tanto, Juan Domingo, a su lado, cuenta que está en la escuela primaria que comenzó luego el ya "mítico" taller de ajedrez.

En el pabellón de menores hay dos que se tienen las gorras mientras juegan a las bolitas. Juan Domingo cuenta que se siente muy bien porque ahora es abanderado porque nunca antes "nadie se había preocupado por enseñarle que el mundo del conocimiento es una puerta abierta".

La profesora enseña cuestiones que dice "afuera se incorporan ya casi en la infancia" como "crear un correo o hacer una búsqueda en google". Remarca que son no hay posibilidad no hay educación y no hay acceso y que la brecha digital revela en la cárcel una doble exclusión.

"El uso del medio de manera no equitativa genera desigualdades que se amplifican en la cárcel, -dice a la profesora Goñalonzo- porque las personas que son internos no sólo padecen la exclusión sino que también se encuentran sujetos a un severo déficit en conocimiento de informática".

Casi como una habilidad imprescindible para el desenvolverse en el mundo de la vida de hoy dice Goñalonzo que resulta el manejo casi especializado de nuevas tecnologías, al punto que, se ha transformado en uno de los primeros requisitos que exigen los contratistas de cualquiera área.

la profesora llegó al taller invitada por Leo, que fue su alumno en la materia que dicta en la UNNE. Leo leía mucho y por eso impresionó a la profesora, hasta que Leo le reveló su condición de interno y la invitó al Penal. Luego vino el proyecto con mediante el programa "La Universidad en el Medio".

"Aquí aprende a hacer su currículum, a manejar nuevas tecnologías, y al final del curso se llevan un certificado que garantiza al empleador el conocimiento que ha recibido el alumno", señala Goñaloza.

Juan Amado se encuentra a su lado, es uno de los internos más conocidos del Penal. Amado desborda de alegría porque dice que ahora podrá enviar mensajes a su madre que a 1.200 kilómetros de distancia, aunque le resta un desafío: aprender a leer y escribir.

"Todos hablamos de la era digital pero no de la brecha digital como tampoco de la condición de los presos en esta cárcel que jamás pensé que iba a ser tan mala", dice Goñaloza. "Quizá hablando encuentre alguien que comparta nuestro sueño", dice Domingo que mira un anotador a su lado.

Los internos no quieren que haya cárceles que encierren sus posibilidades porque son personas sometidas que dicen hoy descubrir que tras las paredes del penal resta por conocer un mundo que explorar el potencial de quienes indagan con derecho su libertad.

Fuente: lafogata.org