Argentina, la
lucha continua....
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Mendoza: La historia del chico ex delincuente que volvió a ser un niño
Jorge Hirschbrand
MDZOL
Esta es la historia de un chico de 11 años que fue filmado mientras asaltaba un
local. Para muchos, él como tantos otros, se trata de personas irrecuperables
para la sociedad. Sin embargo, en menos de tres meses, conoció por primera vez
la magia de ser niño. Aprendió a jugar, a reír, a estudiar, y a llorar.
"Por favor, hay que ir matándolos" o "Le decís al pibe ‘vení nene’ y lo llenás
de caramelos de plomo". Estos dos comentarios, hechos en un foro de MDZ,
resumieron el pensamiento y la reacción de muchos mendocinos que vieron el
siguiente título en una noticia: "Mirá el video de cómo un niño de 11 años
asalta un negocio en Ciudad". Y prácticamente quisieron condenar a muerte al
protagonista de una historia que, por cierto -y a modo de mea culpa desde este
lado del mostrador- fue presentada con algo de sensacionalismo.
Con un arma o no, se trató de un chico. Siempre se trató de un chico. De un
chico en edad escolar; de un chico con más derechos que deberes; con derecho a
jugar, a divertirse, a tener una familia y un plato de comida, a aprender.
Por suerte, para él –y para quienes están de este lado del mostrador- ni su
nombre ni su alias trascendieron. Porque más allá de que la ley nacional que
protege los derechos de niños, niñas y adolescentes prohíbe hacerlo, nunca falta
un fiscal, un policía, un funcionario o un periodista tentados a hacer justicia
por manos propias y exponer a jóvenes en conflicto con la ley como blanco de
escraches. Por lo tanto, en esta nota se lo llamará por su condición natural:
niño.
El niño volvió a ser niño. En menos de tres meses, aquel delincuente peligroso
que merecía ser quemado en una plaza pública, recuperó su condición chico de 11
años. Error: no la recuperó porque nunca la tuvo. En todo caso, comenzó a
recuperar el tiempo perdido.
Internado en un hogar de la Dinaf –para preservarlo no se mencionará dónde está
ubicado geográficamente-, en menos de tres meses logró desintoxicarse de cuanta
sustancia había ocupado su cabeza. Ya no fuma marihuana, no bebe alcohol ni anda
por el centro de Mendoza –como cientos de chicos que tienen su edad- inhalando
pegamento. Nada eso: ahora es niño. Juega a las bolitas, ayuda a hacer la cama,
colabora con sus compañeros, está empezando a escolarizarse, aprende a leer y a
escribir y sufre y llora cuando las cosas no le salen como lo espera o cuando
recibe el reto de sus maestros. Pero comenzó a ver la vida en otros colores.
El niño ahora tiene límites. Comenzó a discernir entre lo bueno y lo malo. Ahora
entiende que las bolitas lo hacen reír; que ver los dibujitos también es
divertido; y que por ningún motivo quiere dejar esa vida. No quiere saber nada
con salir armado a la calle. Se dio cuenta de que la vida puede ser linda, y que
no está bueno ponerla en juego; ni la de él ni la de la gente que –sin entender
de qué se trataba- pudo haber matado.
Como suele ocurrir –y para darle un toque de mendocinidad al tema-, algo falla y
algo falta. La Dinaf pone su parte en la recuperación. Es un aporte económico,
pero que sirve para la causa. Entre ese dinero y la gente que colabora con el
hogar (entre ellos hay un chico de 21 años que hace varios años fue encontrado
culpable de un homicidio) el sistema se mantiene. Pero la educación es clave, y
resulta increíble que la Dirección General de Escuelas sea un organismo ausente
en esta historia.
Todos los días o día por medio, el niño habla por teléfono con su madre. Se
trata de un mujer que tiene ocho hijos más; que tuvo una infancia y una juventud
tanto o más dura que las de sus hijos, sin acceso a educación, seguridad y
salud. Cada quince días, ella viaja para ver a su pequeño ex delincuente. Es un
momento clave en el proceso de rehabilitación del niño. Allí sonríe y relata sus
nuevos juegos, muchos menos violentos que esos que había aprendido en la calle,
y cuyas reglas consistían en ir con una pistola 9 milímetros muy pesada a
sacarle cosas a la gente.
La pregunta del millón es si aquellos foristas del primer párrafo todavía
quieren matarlo. Porque a veces resulta muy difícil explicar que sólo se trató
de un niño inmerso en un mundo gris y pleno de carencias, donde alguien le
enseñó a jugar al juego equivocado.