Una alianza consecuente y resistente:
La precandidatura de Duhalde, apuesta a la superganancia empresaria y la
impunidad
Prensa de frente
La alianza es consecuente, y resistente. Aunque pasen los años, aunque la
realidad los haya descubierto socios en los peores designios y también en el
beneficio de la impunidad, los grupos económicos y Eduardo Duhalde se reconocen
unidos fatalmente a un mismo destino y se saben mutuamente necesarios.
Por eso fue en el coloquio de IDEA, esas jornadas anuales de puesta a punto de
diagnósticos y estrategias que reúne al núcleo del capitalismo en la Argentina,
donde Duhalde se atrevió a anunciar su pre candidatura presidencial para 2011
sin temor a que ninguno de los presentes en su charla le recordara que tuvo que
terminar antes de tiempo su última aventura como titular del Ejecutivo como
responsable de la Masacre de Avellaneda del 26 de junio de 2002 y que, si
hubiera justicia, su lugar está en la cárcel.
Era lógico que Duhalde no temiera reacciones adversas entre los participantes
del coloquio de IDEA. Estaban allí muchos de los empresarios, técnicos y
políticos orgánicos del poder económico que, a lo largo de 2001 y 2002, les
habían reclamado a él, y antes a Fernando de la Rúa, que terminaran a como diera
lugar con las movilizaciones y cortes de ruta protagonizadas por los
trabajadores desocupados auto organizados, los sectores más golpeados por las
políticas neoliberales implementadas en las últimas décadas. El banquero Eduardo
Escassany y el presidente de la rural de la época, Enrique Crotto, los que
formalizaron públicamente la exigencia, habían sido en ese sentido voceros del
conjunto de los intereses patronales.
Duhalde no, sólo prometió ahora, en este coloquio de IDEA, olvidarse de su
promesa de olvidarse de las candidaturas y "ganarle a Kirchner" el control del
PJ. También reiteró su disposición a representar en los espacios institucionales
del Estado a los intereses de los grupos económicos porque, dijo, un dirigente
político, "no puede ir en contra de las grandes empresas de su país".
El reduccionismo nacionalistoide de su aserto no hace sino recordar el papel que
cumplió en su paso por la presidencia, cuando tras la crisis de diciembre de
2001 que expulsó a De la Rúa del gobierno el Congreso lo designó para una
gestión de "transición".
Fue Duhalde quien ayudó a licuar hasta su cuasi desaparición –siempre a costa
del hambre de los sectores populares, claro- las enormes deudas en dólares que
habían contraído varias grandes empresas durante la convertibilidad, Clarín era
una de las más comprometidas, a través de la denominada "pesificación
asimétrica". Fue también su Gobierno el que aseguró a los bancos millonarias
compensaciones por esa misma pesificación, a pesar de que el sistema financiero
había estado en el centro de los negociados de fuga de miles de millones de
dólares al exterior que generaron la crisis de 2001. El mismo Duhalde, siempre
como resultado de las exigencias del gran capital, impuso en el Congreso la
anulación de la ley de subversión económica que hubiese permitido sancionar a
las empresas ligadas a los grandes negociados.
Después de haber cumplido en 2002 con el papel de "reasegurador jurídico" de los
grupos económicos, con el diseño represivo que asesinó en Avellaneda a Darío
Santillán y Maximiliano Kosteki, Duhalde –como Felipe Solá, como Scar Rodríguez,
como Alfredo Atanasof y tantos otros- consiguió que la Justicia sólo indagara
sobre las responsabilidades materiales en la Masacre, y garantizara perfecta
impunidad, hasta ahora, a los ideólogos y responsables políticos.
La rediviva alianza de Duhalde con los capitostes de las agrupaciones patronales
del país, expresa seguramente la continuidad de los objetivos: la rentabilidad
empresaria a cualquier precio y la impunidad para el manejo de las instituciones
del poder.